‘El desapego es una manera de querernos’, de Selva Almada
Por Ricardo Martínez Llorca
El desapego es una manera de querernos
Selva Almada
Literatura Random House
Barcelona, 2016
290 páginas
En los relatos de Selva Almada (Entre Ríos, 1973), mientras uno vuela, las palabras, por debajo, van creando una parrilla donde si uno se arrima mucho se puede asar. Si existe la belleza suprema que dé sentido al mundo, queda bastante lejos de los márgenes de la página, en un territorio donde también se sentó a descansar la bondad, años antes de que nacieran estos textos, aunque siempre queda la sabiduría de que si sueñas, regresas a ese paraje. Porque a pesar de la oscuridad, esta no deja de ser la que genera un lugar donde es complicado ser dichoso, pero sí uno sabe buscar entre la sombra encuentra la moral. El agua no es mansa, pero sigue siendo agua.
El desapego es una manera de querernos reúne en un volumen cuentos publicados por separado, pero en los que se reconoce un proyecto literario. El encofrador de este proyecto conoce la dificultad de las relaciones humanas, y la dificultad de cada individuo por relacionarse con lo que hay al final de las relaciones humanas. La vida es una etapa que, como el sarampión, no queda más remedio que pasarla. Los personajes pertenecen al mundo de los derrotados, esos a los que la vida no les permite olvidarse de que están vivos, un descanso al que todos aspiramos. Y así es como de la dignidad queda poco rastro, ese que implica quererse a sí mismo un poco, que no deja de ser una forma artificial de compensar la imposibilidad de olvidarse de que uno está vivo.
La familia, o la no familia, es una constante, y podría ser un epítome de las fuerzas más grandes de relación, a escala universal. En ese núcleo familiar, como en las relaciones con los conocidos o los extranjeros, se duda hasta de la conveniencia de una cortesía, porque se duda hasta de que lo oportuno sea llevarse bien. En cualquier caso, lo que sí nos azota en las narraciones de Selva Almada, es que la familia es una farsa, que creer en el amor por la consanguinidad es una trampa. Para ello recurre con frecuencia a situaciones como los velatorios y los viajes a los velatorios, donde las relaciones entre las personas y con la Parca, y también con el instante antes de morir, eso que viene antes de la muerte con toda su consciencia, nos plantea la duda universal del derecho a querer y el tropezón de no ser querido. De ahí que los abandonos familiares estén a la orden del día dentro de este libro. También el de la madre que abandona a sus hijos. Al mismo tiempo, en cada relato asistimos a unidades familiares, por norma general matrimonios o parejas, que funcionan bajo las leyes que ellos han creado y escrito en un código que resulta ilegible para los demás.
Los niños juegan un papel vital, pues la infancia podría ser la etapa superior del desarrollo del hombre. Y ese podría indica que para Selva Almada existen las dudas, hasta en la generalización de la felicidad del juego infantil. Al fin y al cabo, la infancia será la culpable de la nostalgia. Y cuanta más nostalgia sintamos, más hemos perdido el sentido de aventura, del descubrimiento. Lo que viene después de la infancia, la pubertad, todavía conserva el refugio del amor platónico, pero ya conoceremos las desavenencias y, quién sabe, tal vez a nuestro primer muerto. A partir de aquí, vivir será recorrer o permanecer quieto en un territorio lleno de trampas, algunas colocadas ahí por nosotros mismos. La distancia que Selva Almada elige para describir cada trampa, o para ocultarla cuando es necesario, es algo al alcance del talento de muy pocos.
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