La treva: guerra de sinceras contradicciones
Por Mónica Boixeda Möller
La misma semana que el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) daba la bienvenida a la exposición World Photo Press, dedicada al fotoperiodismo, la sala Villarroel de Barcelona estrenaba La treva (La tregua), una adaptación al catalán de la obra del estadounidense Donald Margulies, Time stands still (2009), cuyos protagonistas son precisamente reporteros de guerra.
Julio Manrique dirige esta versión del montaje inspirado en el libro de mismo título de la autora Linsey Addario con un reparto de lujo: Clara Segura, David Selvas, Ramon Madaula y Mima Riera.
La treva cuenta la historia de una pareja de reporteros de guerra, Sarah (Clara Segura) y James (David Selvas), que regresa de Irak a su apartamento en Brooklyn tras sus experiencias traumáticas cubriendo el conflicto. Él tuvo que regresar debido a un shock postraumático y ella, más tarde, sufre el impacto de una bomba y tras recuperarse del coma, llega a su casa en Nueva York visiblemente magullada y herida. Desde el primer momento, aun sin conocer los detalles de lo sucedido, es fácil conectar con la dinámica de la pareja que muestra una intimidad propia de una relación estable y duradera. No es hasta la aparición de la segunda pareja, el editor Richard (Ramón Madaula) y la joven Mandy (Mima Riera), que se inicia la verdadera acción y, sobre todo, la cara más cómica de la obra.
Obligada a hacer reposo y sanar sus heridas, Sarah se ve forzada a hacer un parón en su carrera y pausar su actividad comprometida y arriesgada a partes iguales. Una pausa, una tregua, que despertará un millón de interrogantes sobre su relación, sus profesiones y en definitiva, sus vidas. La presencia de Richard y Mandy, cuya historia justo acaba de empezar bajo el paraguas de la ilusión y los planes en común, acentuará aún más los desajustes de la relación entre Sarah y James que ahora proyectan sus vidas hacia direcciones muy distintas.
Sin embargo, más allá del relato de una historia de amor que cuestiona sus bases, La Treva es una explosión de verdades contradictorias, un festival de frases lapidarias que chocan unas con otras mientras el espectador, confuso, trata de posicionarse al respecto. Pero en la mayoría de los casos no puede, no encuentra un único discurso al que agarrarse, sino que paradójicamente se identifica con todos. Preguntas y reflexiones acerca de nuestro papel dentro de una sociedad acomodada que contempla las desgracias y las guerras de países lejanos desde una compasión de sofá y aperitivo con los amigos. Sin duda, el fantasma de la responsabilidad colectiva frente a las catástrofes de nuestro mundo flota en la sala desde el momento en que aparece Sarah cojeando y llena de cicatrices causadas por la explosión de una bomba que sólo sabemos imaginar por lo que hemos visto en televisión.
Y parece que ante el reto moral que plantea la obra (hasta qué punto somos responsables de todo lo malo que ocurre en el mundo y si deberíamos implicarnos de forma personal para que las cosas cambien) existen fundamentalmente dos posturas posibles: la de Sarah y James o la de Richard y Mandy, o lo que viene a ser lo mismo: intensidad dramática versus frivolidad ignorante.
Un guion actual, cargado de críticas sutiles al egoísmo disfrazado de activismo solidario, que se desarrolla a tan buen ritmo que el público llega a olvidar que se trata de una obra de teatro y siente que está viendo una película, algo que por supuesto hay que agradecer a la magnífica interpretación de los cuatro protagonistas. El nivel es tan alto que desaparecen las comparaciones y uno se dedica sencillamente a disfrutar del espectáculo de ver trabajar a profesionales de la escena que dominan la réplica de manera magistral. La naturalidad con la que transcurren las conversaciones y la autenticidad de cada reacción son lo que acaban atrapando al público que contempla cómo se le pone voz a la mayoría de dilemas éticos y personales con los que ha tenido que enfrentarse en su camino hacia la madurez del espíritu.
La treva resuelve nada, pero pregunta mucho y no hay nada mejor que salir del teatro con ganas de respuestas. La charla posterior promete ser entretenida.
Escenografía: Cesc Calafell
Iluminación: David Bofarull
Sonido: Damien Bazin
Vestuario: Maria Armengol
Caracterización: Paula Ayuso
Fotografías: Guillermo A. Chaia