Helena Pimenta y Marta Poveda enamoran a Lope de Vega
Por Horacio Otheguy Riveira
Si Lope es el más grande de todos los tiempos, el Shakespeare en lengua hispana, superior a cuantos se le han cruzado en el camino e incluso se lo han comido en su decadencia, todo son circunstancias pasajeras, cuestión de criterios de entendidos, poetas y espectadores creativos de una u otra tendencia. Lo que de verdad importa es qué sucede con su obra en nuestro tiempo, digamos que unos 400 años después. Y en esas que llega Helena Pimenta y monta su primer Lope desde que dirige esta Compañía, bien pertrechada de lopistas fabulosos.
Con El perro del hortelano organiza una fantástica jarana fiel al espíritu y la letra, y a la vez rompedora en formas e interpretaciones: una celebración de la lucha por ser uno mismo con el viento en contra y a través de una mujer tan adorable como feroz. Una mujer socialmente poderosa en tiempos de damas y criadas. Humor y aventuras, emociones encontradas y un entusiasmo contagioso por parte de una Compañía año a año más consolidada.
Helena Pimenta y Marta Poveda unidas por primera vez en una empresa de alto riesgo. Si bien ya habían trabajado juntas, es ahora cuando sus talentos se fortalecen ante un empeño mayor. Ya superado el hándicap del estreno, resulta evidente que la creatividad de la actriz navega con libertad en el vigoroso espacio escénico de una directora que invoca en sus clásicos una sobresaliente coralidad para que cada intervención funcione con la fuerza de un protagonista.
Un espectáculo coral con formidables actores incluso en breves intervenciones, esencialmente apoyado en su protagonista, Diana, la condesa de Belflor interpretada por Marta Poveda, quien desde el primer instante asume el deslumbrante vaivén de la belleza, el deseo, y la búsqueda del amor de su grandioso personaje, un tema muy caro para el propio Lope ya que, mientras él mismo padecía amores impetuosos, minados de dificultades, creaba personajes femeninos que le representaban, representando a su vez una pujante sensualidad con la que mujeres prisioneras del deber se abren camino para ser ellas mismas, mientras todos los varones padecen, bregan en el vacío, mienten, mueren de amor y por amor tan ricamente resucitan.
Es esta Poveda una Diana infatigable que parece lanzarse constantemente desde lo más alto de una torre con la certeza de que debajo siempre estará la red de una exigente y amantísima directora que empieza su trabajo a ciegas («En la primera lectura nunca me entero de nada, como si empezara por primera vez»), para ir abriendo los ojos del alma hasta entrar en el corazón de una obra maestra sobre la que Álvaro Tato compuso una versión respetuosa que agiliza y enriquece su carácter contemporáneo.
Diana ha de vérselas con una actriz que asuma a fondo su compleja personalidad debatida entre los caprichos de una dama de alcurnia frente a su plebeyo secretario, los celos ante el casamiento de una de sus criadas, y el deber de dar continuidad a su estirpe. La libertad y las presiones sociales en un contexto «napolitano» para hacer posible desaguisados censurables en la España inquisitorial en que fue escrita (alrededor de 1618).
Marta Poveda aporta una serie de matices físicos y tonales asombrosos, especialmente relevantes al venir de la rubia exuberante, atormentada y sexualmente liberada de Los hermanos Karamázov de la pasada temporada. Dueña de todos los momentos, de los más tiernos y sublimes a los más arrogantes de femme fatale, consigue que todo a su alrededor brille con luz propia en una suerte de equilibrio propio de Helena Pimenta: un espacio vacío con artilugios singulares y toques galantes de coreografías tan divertidas como la esgrimida para colocar unas sillas, o para presentar un cuadro de embozados al ritmo del fascinante Libertango de Astor Piazzolla.
Alrededor de Diana/Poveda, su enamorado vapuleado es un Rafa Castejón sensacional, que se mueve y habla como un pelele sólo comprendido por su admirable criado, Joaquín Notario, una vez más componiendo con desafío, muchos criados y señores en su haber de gran actor de la Compañía y ninguno se parece entre sí; la contrincante de Diana va de largo sostenida por Natalia Huarte con una vena cómica bien cargada de sorpresas.
El abanico de breves intervenciones cuenta con Nuria Gallardo en una escena antológica entre criada veterana y su señora, y el personaje bombón de la traca final se lo reserva Fernando Conde, a quien le bastan dos pasos y una mueca para llevar a la última gloria el duelo del amor entreverado con prejuicios y crueldades clasistas, permitiéndose además parodiar a los encopetados señores, representantes de la implacable aristocracia, una vez más burlada por Lope.
Una producción espectacular en el diseño del vestuario, especialmente hermosos los trajes que embellecen aún más a Poveda (creación de Pedro Moreno y Rafa Garrigós), y una notable escenografía de Sánchez Cuerda que aúna lo señorial del ambiente con la ardiente fantasía que surge de la propia naturaleza. Todo arropado por una puesta en escena que deja al descubierto el talento de los intérpretes, pues el texto, incluso aligerado por Álvaro Tato, es de una densidad alucinante, sobre todo en los primeros veinte minutos, en los que la poética consagrada del autor entreteje enredos vodevilescos mientras profundiza en las humanas veleidades de quienes buscan el amor a cualquier precio, sin idea de sus consecuencias, ciegos de felicidad al tocar apenas la piel deseada y a menudo rápidamente confundidos con otro amor y otra piel. Por todo esto resulta muy interesante el aporte de Helena Pimenta en las apariciones de un cuerpo viril que canta, baila o se pasea en torno a Diana: el símbolo del deseo en sus muchas etapas, incluida la más tierna, la del hombre fuerte con capacidad de protección e incondicional amor.
Todos los deliciosos personajes que transitan por esta Nápoles de fantasía luchan por su espacio, por encontrarse a sí mismos, por reconocerse en una sociedad que ha trazado de antemano sus identidades y sus roles. El cambio continuo de la expectativa amorosa y social de los personajes es paralelo a la singular continuidad espacio-temporal y escénica de la comedia que lo subraya y casi lo evoca auditivamente en sus estrofas.
Hermosa, tierna, divertida, oscura, luminosa, vibrante, bruta, triste, alegre, aristocrática y popular, esta comedia nos atrapa desde el primer momento cuando vemos a esa mujer, Diana, luchando torpemente por salir de la cárcel de oro en la que ha sido encerrada. (Helena Pimenta)
El perro del hortelano
Autor: Lope de Vega
Versión: Álvaro Tato
Dirección: Helena Pimenta
Rafa Castejón (Teodoro), Joaquín Notario (Tristán), Marta Poveda (Diana), Álvaro de Juan (Fabio, Lirano), Óscar Zafra (Otavio, Furio, Camilo), Nuria Gallardo/Paula Iwasaki (Anarda), Alba Enríquez (Dorotea), Natalia Huarte (Marcela), Paco Rojas (Marqués Ricardo), Egoitz Sánchez (Celio, Chapas), Pedro Almagro (Conde Federico), Alfredo Noval (Leónido, paje), Alberto Ferrero (Amor, Antonello), Fernando Conde (Conde Ludovico)
Selección y adaptación musical: Ignacio García
Música en off: Olesya Tutova (piano)
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Coreografía: Nuria Castejón
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Vestuario: Pedro Moreno, Rafa Garrigós
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Fotografías: marcosGpunto
Barcelona: 14 de diciembre de 2017 al 7 de enero de 2018
Teatro Nacional de Catalunya – Plaça de les Arts, 1
Barcelona, Madrid 08013
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Madrid: Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro De la Comedia. Del 13 de enero al 18 de febrero 2018
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