Luis Bermejo en «El minuto del payaso»: un minuto que nos puede salvar la vida
Por Horacio Otheguy Riveira
Detrás de la pista en la que se representa un Festival de Homenaje al circo, un artista se prepara para convertirse en payaso. Lo hace en un camerino improvisado, entre los trastos habituales que el público nunca ve, y navega con entera satisfacción por las luces y sombras de una historia personal y familiar. Sobre un texto de José Ramón Fernández, Luis Bermejo compone un personaje que juega con las palabras y los gestos, que se entiende consigo mismo y busca la complicidad del público. Y lo que empieza siendo un tributo formidable a los payasos… acaba siendo un homenaje a los espectadores, a la felicidad de ese minuto en que la risa nos libera.
Luis Bermejo da una cátedra de teatro desde la aventura infatigable de un niño. El arte de jugar atravesando la densa espesura de éxitos y frustraciones se disloca como un polichinela de la Comedia del Arte italiana, maestros del clown y de la travesía escénica más desvergonzada, canallesca y entrañable. Extremos de un mundo lúdico que en El minuto del payaso se coronan de gloria hasta desembocar en un final jubiloso en el que el actor nunca deja de ser él mismo. El maestro payasea ante los aplausos entusiastas del público: una despedida que no es otra cosa que el mutuo agradecimiento por haberse conocido.
Charlie Rivel nos hacía llorar de risa.
Y Tortell Poltrona nos calienta el corazón.
La gente entra con toda
Su mierda y con todo
Su mundo hijo de puta
Y en un minuto
Se lo arrancas y lo tiras lejos,
Fuera de aquí
Luego salen a la calle
Y se tropiezan con él y se lo
vuelven a meter
en el bolsillo
Se meten en el bolsillo
Su mundo hijo de puta
Como si fueran
Las llaves de su casa.
Pero se les ha quedado dentro
La lucecita de una sonrisa.
Y cuando menos se lo esperan,
En medio de su mundo hijo de puta,
Se les mete en el oído
La voz de Zampabollos: “Un puentecito, un puentecito”
o la voz de Charlie Rivel: “Uhhhhh”
o la voz de Pepe Viyuela: “Jodeeer”
Ese minuto les puede salvar la vida. (…)
Va y viene el actor buscando su ropa, procurando pillar los chascarrillos suficientes para amortizar la espera, mientras afuera están sus colegas como El hombre bala, y un presentador gallego que habla en italiano… En el vaivén, recuerdos chaplinescos y de los otros, de los más dramáticos, que en boca del payaso nunca tocan el tan manido —y horripilante— discurso sobre la tristeza del payaso. Dramas fuera, y el escenario del teatro parece un gigantesco helado de muchos sabores.
Momento a momento, Bermejo se crece, conquista con deleite a los espectadores de una sala llena y los hace suyos, partícipes entregados al juego de reír. De pronto pregunta: ¿Cuanto les durará la sonrisa al salir de aquí? Y lo cierto es que pasan los días y el regocijo regresa en cualquier momento, se acerca lentamente o irrumpe de pronto con una carcajada.
Compartimos una tarde incomparable en la que nos enteramos de muchas cosas, a cual más interesante. Como que le hubiera gustado ser domador de elefantes, pero se tuvo que conformar con seguir la tradición ancestral de los hombres de la familia y trabajar junto a su padre. Aunque, eso sí, se dio el lujo de sacar a mear a los elefantes antes de su actuación para que no hicieran un estropicio en plena pista y se cargaran el número… Y también, gloria bendita, su amor de los 14 años: una rubísima rusa que hacía acrobacia sobre caballos, y acabó casándose con el domador de tigres… La preciosa criatura le ha acompañado siempre en su imaginación, a ella siempre le cuenta todo, lo bueno y lo malo, aunque bien pensado nunca hay nada malo si atrapa en el aire alguna fórmula que provoque risa: esa fiesta de todo el cuerpo rumbo a una felicidad inconmensurable.
Rompe esquemas y el artista no se quiere separar del personaje. Toda la sala es el payaso, el mismo que de pronto recuerda un acontecimiento que nos ilumina y al tiempo nos provoca un hermoso nudo en la garganta: en un parque un niño llora, el hombre le hace una rutina de payaso y el niño le mira de reojo y sonríe, y luego hace otra rutina y sonríe más, y otros niños se acercan, y adultos que también quieren seguir siendo niños… Le rodean, disfrutan, le aplauden. Trabajaba en todas partes, no sólo en circos: teatros, restaurantes, discotecas, «donde nos contrataran allá íbamos mi padre y yo, pero la función que mejor recuerdo fue aquella en el parque…».
Con un hálito poético indudable durante toda la comedia, la irresistible fuerza del arte de hacer reír termina logrando una victoria ejemplar que Luis Bermejo no abandona nunca, pues a la hora de los aplausos todo él es una fiesta, feliz de conquistar nuevos amigos que salen del teatro con un montón de buenos recuerdos bajo el brazo.
El minuto del payaso
Autor: José Ramón Fernández
Intérprete: Luis Bermejo
Selección musical y dirección: Fernando Soto
Fotografías: Claudio Casas y CDT
Vestuario y escenografía: Monica Boromello
Ayudante de escenografía: Alessio Meloni
Producción ejecutiva: Luis Crespo
Pingback: Garbiñe Insausti y Lola Casamayor, cara y cruz de una insólita Édith Piaf | Culturamas, la revista de información cultural