“Runners”: una comedia negra sobre la peligrosa carrera de un hombre libre
Por Horacio Otheguy Riveira
Un hombre libre, un hombre bueno entrado en años y en carnes dispuesto a cambiar de vida. Por todo ello en constante peligro, a merced de unos cuantos corredores españoles que sin embargo se autotitulan runners sumergidos en el running, prisioneros del esnobismo anglófilo, agobiados por un egocentrismo insoportable y una dosis tan alta de prejuicios que destruyen cuanto se aleje de su camino.
Karina Garantivá debuta como autora en una obra tan ágil y bien entrenada como sus actores, en torno a una situación muy amarga que se sigue entre sonrisas: “Runners”, una parábola sobre las dificultades de ser diferente en un mundo que tiende al pensamiento único y a la discriminación de quien saque los pies del plato.
Un padre de familia con todo en orden: funcionario, esposa e hijos y un sobrepeso que le vendrá bien reducir. Con estas señas de identidad, Marcos se acerca a los 60 años con la firme voluntad de cambiar. Y para ello escoge un terreno vedado: el mismo en el que transpira su cónyuge desde hace 8 años, de apariencia mucho más juvenil, luciendo palmito con la certeza de que no va a envejecer jamás, así que corre y triunfa en sus metas y sus relaciones extramatrimoniales y abomina del “gordo” que nunca movió un dedo. Desprecia al que hará el ridículo (algo que le aterroriza en todo momento) y procura cortarle el fuelle. Lo mismo que una entrenadora obsesionada con mantener en alza su estilo y un entrenador tan creído de sí mismo que cuando habla parece que canta y baila. Todos a por el maldito friki que le ha dado por vagabundear entre los bien escogidos, las estrellas del firmamento que se gozan a sí mismas con sólo sudar músculo a músculo, sentir la placidez del esfuerzo hasta el no-va-más, y llegar al fondo de unas carreras que también a menudo les permiten correrse, logrando que sus gozosas humedades nunca vayan más allá del placer de haberse conocido. Así que en medio de todo esto Marcos no encuentra cabida, lo van quitando del medio con diferentes mecanismos, pero no resulta fácil.
Es tan inocente, tan cabezota, siempre portando con ilusión su franca sonrisa, y la disposición de machacarse como todos los demás, aunque se maree, se descomponga, aunque le pase lo que le pase siempre adelante con tal de sentirse bien consigo mismo… y con Laura, de 17 años, tan tierna que da la sensación de que aún sigue con su peluche preferido. Desde luego por mucho que algún desaprensivo intente llevársela al huerto, Laurita todavía está en una fase asexuada, carente de interés, enamorada de todos los cuerpos, y más aún de la redondez tan afectuosa de Marcos, el bonachón de casi 60 años, para quien el rejuvenecimiento de sus erecciones van siempre por el camino prescrito, de santa esposa y amén, jamás al borde del vertiginoso encanto de la niña que quiere ser su entrenadora, y que llega a serlo, y que le ayuda, y con quien forma una pareja fantástica… hasta que llegan los sabelotodos arrogantes y destructivos, dispuestos a destruir a toda costa el afán de libertad del maldito extraño a quien acusan de intentar llevarse por delante a una menor. Alarma. Calumnias. Unos defienden con uñas y dientes su ámbito. Las víctimas deambulan dispuestas a seguir siendo ellas mismas, ignorantes de su fuerza y su debilidad.
La historia se desenvuelve entre momentos irónicos y de comedia ligera. Pero el drama se despereza a poco que el espectador comunique con la intención de la autora, una joven actriz a quien ya aplaudimos en Doña Perfecta y en Como gustéis, entre otras producciones. Un valor en alza que preside un taller de investigación teatral: el Laboratorio Primas de Riesgo que presenta ahora su primer espectáculo. Resulta fácil identificarse con el conflicto y más aún con los protagonistas: el magnífico veterano Janfri Topera (inolvidable bufón en Montenegro) y la encantadora, para este cronista debutante, Mara López: las escenas en que están juntos tienen el punto justo de riqueza dramática para alertar sobre el candor de sus personajes y la profunda crueldad de sus perseguidores.
Ernesto Caballero dirige con plena conciencia de hacernos sentir que corremos con los personajes: el escenario es pista transpirada, ávida de conquistas e implacable en las derrotas sin que en ningún momento perdamos la sensación de estar allí, corriendo igual de esnobs que los fanáticos, a quienes no les podemos perdonar tanta estupidez maliciosa, y agitándonos por los más justos.
La carrera es de buenos y malos, sin miedo a caer en lugares comunes porque todo está jugado con óptima calidad de atletas sobre una cuerda floja, ya que todos los intérpretes exhiben un entrenamiento cuasi militar, tan disciplinado en lo físico como en lo emocional. Así, todos los personajes tienen su grado de interés. La esposa, sensual y coqueta, además de ferozmente egocéntrica (Silvia Espigado), la dinámica siempre coreografiada de Owen, el gurú impertérrito (Daniel Moreno), y la propia autora en un antipático arquetipo, cuyo fanatismo y adaptación al medio produce algunas risas a pesar de ella misma. Tiene un interés extra este personaje, prototipo de la obsesión por cumplir metas caiga quien caiga, precisamente porque el origen de la obra lo explica la propia autora en el programa de mano:
Runners surge de un malestar. Dada mi condición de joven actriz extranjera, en un momento dado de mi incipiente carrera sufrí una inopinada campaña de rechazo y exclusión por parte de algunos compañeros de profesión, pregoneros, eso sí, de los principios de igualdad y solidaridad en esos animosos bares que son las redes sociales. Necesitaba entender ese mecanismo de hostil discriminación y decidí hacerlo mediante el liberador recurso del humor en una fábula de corredores callejeros.
Ya metida en faena, caí en la cuenta de la abundancia de restricciones con que día a día vamos amputando las alas, precisamente, a los seres, sino más queridos, al menos más cercanos. De este modo, se me reveló una frase inspiradora de esta historia de iniciativas imprevistas e imprevisibles: “la libertad del otro siempre jode”.
Cuando acaba la función y restallan los aplausos tengo la impresión de que la tarea ha llegado a buen fin con la compañía de excelentes profesionales. Respecto a la gente que sigue este deporte que tiene tantas miradas críticas como grandes elogios (Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr) y que sólo en España crece como la espuma (más de dos millones y medio de seguidores) conforman aquí una excusa en la que puede reflejarse cualquier tendencia de moda o profesión en el punto de mira (hay un montón): lo importante juega en el campo del factor humano y del odio indiscriminado al diferente, como si todo forastero con su mera aparición resultara una amenaza.
Dramaturgia: Karina Garantivá
Dirección: Ernesto Caballero
Ayudante de dirección: Pablo Garnachos
Intérpretes: Karina Garantivá, Mara López, Daniel Moreno, Janfri Topera, Silvia Espigado
Diseño de iluminación: Paco Ariza
Ayudante de iluminación: Sergio Aguilera
Selección musical: Esther Acevedo
Videoartista: Nuria Onetti
Fotografías: Aurelio Martínez, Jaime García
Diseño gráfico: Vladyslav Doroshenko
Teatros Luchana. Viernes y sábados 20 horas. Domingos 19,30.
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