¿Pudo inspirarse Don Quijote de la Mancha en una persona real?
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
Que la realidad supera a la ficción es más que un tópico, es algo que la literatura se ha encargado de demostrar una y otra vez. Al fin y al cabo, en no pocas ocasiones en la propia realidad se encuentra el germen de la ficción. Como diría Juan José Millás, «escribir es metamorfosear la experiencia propia». Aunque no pueda saberse a ciencia cierta si el escritor no deja ninguna documentación donde se confirme, son muchos los autores que basaron algunos de sus más grandes personajes en personas reales, de carne y hueso, como Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes y el profesor Moriarty o de Stevenson con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. ¿Es también el caso de uno de los más grandes personajes de la literatura, Don Quijote de la Mancha?
Con Cervantes es difícil aventurar que El caballero de la Triste figura hubiera podido inspirarse en alguien real porque el autor no dejó constancia por escrito en ninguna parte de que así hubiera sido. De hecho, el consenso entre los expertos en la obra cervantina suele ser que el Quijote se basó en un heterogénea mezcla de fuentes conformada por lecturas, saberes, aventuras, informaciones y episodios conocidos por Cervantes. Una de las más aceptadas es el Entremés de los romances, de autor desconocido y amparado por la autoridad de Medéndez Pidal, donde aparece alguien que enloquece leyendo romances. Con todo, entre esas fuentes sí existieron algunas personas reales que guardaban curiosos paralelismos con el personaje del Quijote y de los que Cervantes podría haber tenido noticia.
Uno de ellos es don Alonso Andrea de Ledesma, no en vano apodado el Quijote de Caracas. En mayo de 1595 el pirata inglés Amias Preston, al frente de seis barcos, toma por asalto el puerto de Guaicamacuto. Por caminos secretos a través del cerro el Avila, Preston y sus hombres fueron conducidos, por un traidor que más tarde recibió como pago la muerte a manos de los piratas, hasta llegar a Santiago de León de Caracas. Los habitantes de la ciudad huyeron despavoridos de los piratas, aunque hubo un solo hombre que decidió plantarles cara, pertrechado con una lanza y una vieja armadura, a lomos de un caballo. Preston, admirado por la valentía del caballero, pidió a sus hombres que lo capturaran con vida pero el solitario guerrero causó tantas bajas entre los piratas que finalmente se vieron obligados a abatirlo con arcabuces. Una vez muerto Preston ordenó retirarle la armadura para ver al intrépido y feroz caballero y resultó ser un anciano alto, delgado y de barba ya blanca. En homenaje a su malograda hazaña los piratas limpiaron el cadáver, lo pusieron sobre un escudo, lo cubrieron con una capa y disparon sus armas al aire.
Así describe el acontecimiento Juan Vicente González en un artículo publicado en 1846: «Apenas el anciano Alonso de Ledesma salio solo, tembloroso por la edad, pero valiente, en su caballo, acusando así a la juventud que debiera, por lo menos, acompañarle.»
Claro está que Andrea de Ledesma, que comparte nombre con don Quijote de la Macha, a diferencia del desventurado hidalgo manchego sí tenía un pasado glorioso. Había combatido junto a los conquistadores don Juan de Carvajal y el capitán Diego García de Paredes, participando con ellos en las fundaciones del Tocuyo y Trujillo; había entrado, el primero de todos, en la fortaleza donde Lope de Aguirre resistía y fue uno de sus captores; había combatido al temido cacique Guaicaipuro en Lagunetas; o participado en la fundación de Caracas, ciudad de la que fue su primer alcalde y corregidor.
Teniendo en cuenta que las diferencias también son notables, Cervantes podría haber escuchado esta historia, ocurrida hacía diez años, en Sevilla, poco antes de empezar su monumental obra, de boca de algún marinero que venía de tierras americanas, algo posible teniendo en cuenta que la ciudad era el puerto de entrada al comercio americano de la época, Cierto es que no está documentado, pero la proximidad entre los acontecimientos dejan la puerta abierta a esta posibilidad.
Otra hipótesis es el reciente descubrimiento de dos investigadores, el archivero e historiador Francisco Javier Escudero y la arqueóloga y experta en patrimonio cultural Isabel Sánchez Duque. Según estos autores otra inspiración real del personaje del Quijote podría ser el procurador Francisco de Acuña, que se vestía con armadura, al estilo quijotesco, para atacar y espantar a sus vecinos del pueblo de Miguel Esteban, cerca de El Toboso. Se cuenta que en julio de 1581 Francisco de Acuña trató de matar a lanzazos al hidalgo Pedro de Villaseñor y que este tuvo que salir huyendo hacia El Toboso. El suceso quedó registrado en un proceso judicial de ese mismo año, donde se le acusaba de intento de asesinato, y además fue corroborado por otro donde se confirmaba que el caballero solía usar armas para intimidar a los lugareños. La motivación de Francisco de Acuña para acutar de esa manera sería menos noble y heróica que la de Alonso Quijano; lo que el procurador quería era hacerse con el control de la zona y amedrentar a posibles rivales. Cervantes pudo haber conocido este episodios de boca de algún conocido de la familia Villaseñor a quienes se refiere en Los trabajos de Persiles y Segismunda.
Ambos investigadores publicaron un estudio en el que analizaban los paralelismos entre Francisco de Acuña y Alonso Quijano, como que la primera salida de don Quijote tiene lugar en julio, el mismo mes en el que se produce el conflicto entre Acuña y Villaseñor. También dijeron haber encontrado la posible venta donde se armó caballero don Quijote, donde hoy está la ermita de Manjavacas, en Mota del Cuervo; y señalaron otro posible personaje real, un tal Rodrigo Quijada, originario del Campo de Montiel, que tenía un escudero, había comprado su hidalguía y que también sembraba el miedo entre sus vecinos imponiendo su propia ley.
Según Darío Villanueva, experto en la obra cervantina, en efecto Cervantes tuvo presentes muchas historias locales manchegas, algunas más decisivas que otras, como el apellido de Rodrigo Quijada, que pudo ser determinante para el apellido de Alonso Quijano, aunque sería reduccionista conceder demasiada importancia a estos datos en la creación del personaje. Como Andrés Trapiello concluye en un artículo de El País: «El deseo de poner un nombre y apellidos reales a las grandes figuras literarias es antiguo, y responde acaso a la reticencia de quienes se resisten a creer que personajes tan vivos y descomunales hayan salido “sólo” de la imaginación del autor. Y nadie más vivo y descomunal que don Quijote. Por otro lado, ¿en qué pueblo o ciudad no hay un loco? Cervantes, que anduvo por cientos de pueblos, tuvo que conocer a cientos de locos.»
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