«Lorenzaccio»: la revolución imposible de Lorenzo de Médicis
Por Horacio Otheguy Riveira
En el Teatro de la Comedia, sólo hasta el domingo 19 de junio, una versión del clásico del romanticismo francés escrito por Alfred de Musset. Una versión muy libre en la puesta en escena y en gran medida del texto original, reducido en casi una hora.
Con un gran barullo inicial de aires roqueros comienza una puesta en escena que omite la época original, el pleno renacimiento italiano en Florencia en manos del príncipe Alejandro de Médicis, y la rebelión de su primo Lorenzo, Lorenzaccio, un dubitativo que va tomando el timón del asesinato del déspota corrupto a medida que transcurre una acción que lo domina, lo doblega y acaba traicionándolo en una marea de falsas revoluciones. En realidad es un diletante sin destino que de pronto aspira a hacer algo relevante en su vida, y resuelve blandir una daga sobre la fervorosa perversión del poder omnímodo de la aristocracia. Juega a aliarse con los republicanos que ven en la muerte del príncipe el comienzo de la nueva era, pero en realidad es un alma en pena, un muerto en vida que anhela una trascendencia tan superflua como la de su cotidiana existencia.
Lorenzaccio viene a ser un Hamlet intrascendente que no logra su objetivo; tienen mucho en común, sin duda, excepto la grandeza del príncipe de Dinamarca que cuando decide comprometerse (Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser) se lanza a un proyecto apasionante en el que pierde la vida, pero salva el reino, devuelve la paz al espíritu de su padre y logra una revolución, facilitando el arribo de un rey justo. En cambio, Alfred de Musset escribió esta función en cuatro actos en plena juventud, con 24 años, y escogió una figura emblemática de la autodestrucción romántica, y por tanto la revolución imposible, ya que Lorenzo el Magnífico (siglo XV, nada menos) se desbarranca y acaba asesinado por el propio pueblo al que quiere liberar de la tiranía imperante. El escritor y su personaje acaban uniéndose en fraternal desgracia: Lorenzaccio muere a los 43 años, y Musset a los 47, víctima de severa desesperación sentimental: alcoholizado y lanzado al vertiginoso empeño de amores desbocados.
Si Musset concibió primero el romanticismo como un arte al servicio del progreso político y social, terminó enfrascado en los dramas de la conciencia individual y de la pasión amorosa.
Valga esta somera introducción para ubicarnos ante una obra sumamente interesante, con una prosa especialmente rica en matices poéticos y dramáticos: primera vez que llega a nuestro querido templo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) una compañía francesa en versión original con sobretítulos: el Teatro Nacional de Burdeos en Aquitania, con dirección de Catherine Marnas, un experimento con resoluciones escénicas entre cierto clasicismo y un campo audiovisual en el que combina el teatro psicológico y el antiteatro rupturista en un ambiente escenográfico feísta, con un enorme sofá que juega a reírse del propio drama expuesto, como sucede con varios personajes. Una variedad de géneros que se plantea con gran rigor, aunque con una curiosa apariencia de improvisación.
Valoro mucho esta experiencia por muchos motivos: el placer de escuchar en su propio idioma una versión de Musset (por otra parte un gran poeta que viene embelesando a muchas generaciones) a cargo de una gran Compañía, en este caso muy reducida: ocho intérpretes asumiendo muchos personajes, en un proceso muy ambicioso de traer aquellos tiempos a estos, aunque de manera imprecisa. Todo ello en manos de un experimento con notables composiciones escénicas cuyos mejores momentos se producen en la recta final hasta dar con un emocionante colofón.
Para quienes deseen cotejar esta adaptación con una versión fiel al original, está la de Franco Zeffirelli en Youtube (sin subtítulos):