"Tom en la granja": homosexualidad libre y perversa en una función sobresaliente
Por Horacio Otheguy Riveira
Una aventura teatral con carga de denuncia social dentro de un clímax característico de serie negra. Intriga, drama denso, sensualidad omnipresente, reencuentro consigo mismo y final inesperado. Un tema de candente actualidad entre muchos otros: la homofobia y la violencia que despliega como un odio que encubre un deseo inconfesable.
La entrada del público se produce en medio de una penumbra general, tanto en el escenario como en la grada, con acompañamiento de una turbadora banda sonora. Las butacas se ocupan, la sala se llena, el olor a madera vieja nos susurra latidos de un mundo extraño.
Un lejano mundo rural se hace así presente desde el primer momento: la madera que conforma la escenografía está hecha de trozos, de piezas que expanden el aroma de los viejos hogares campestres: este olor aparentemente entrañable ya decanta que el drama de un joven homosexual que llega de la gran ciudad con su buena ropa de marca, se habrá de encontrar con un rechazo, un olvido, una serie de embustes, un dolor profundo… que le permitirá descubrir sentimientos desconocidos en sí mismo, así como también gente cuya existencia ignoraba por completo. Es Tom que acaba de llegar a la granja de la familia de su novio muerto en accidente.
Tom en la granja, un drama canadiense que ahonda en las contradicciones culturales y sexuales de una sociedad desesperada por luchar contra todo sentimiento marginal. Pero Tom se enfrenta, juega todas las cartas, y cuando se desnuda físicamente lo hace en secuencias de espejos que brotan de la vieja madera. No hay un espejo entero, como ninguna historia se ha de completar íntegra: todo es búsqueda en medio de alaridos y compactos silencios.
Su piel y su pasión ya nunca serán reconocibles. Un personaje que actúa, habla y piensa en escena (delicadísima labor de Gonzalo de Santiago entre dobleces de enorme riesgo). Escuchamos su pensamiento y su angustia, lo mismo que sus diálogos convencionales o muy atrevidos. Es alma y búsqueda, es adaptación y revelación de una vida nueva en un mundo infernal donde intentan destruirle y a la vez desean amarle.
Ya no más llegar, rodeado de la madera cálida de un salón gobernado por una madre amantísima (sobresaliente Yolanda Ulloa al dominar un personaje que evoluciona desde el tormento más oscuro hacia la luz del entendimiento) escuchamos su voz interior expresada por él mismo hablando a la memoria del muerto, paralizado por el miedo, lanzado a vivir una experiencia nunca imaginada:
Puedo escuchar a tu madre llorando en el baño. Me tumbo en tu cama, doblo mis
brazos y me hago el muerto, como tú. Mañana me vestiré elegante para ti por última vez.
Mañana les diré a todos “una parte de mi ha muerto hoy y no puedo llorar”. No conozco
todos los sinónimos de la tristeza. Vacío. Soledad. Rabia. Rabia. ¡Más rabia!
No tarda en aparecer el rudo hermano (Alejandro Casaseca en una notable creación con el ímpetu feroz y la rara ternura de un ser primitivo): el pérfido ganadero que un día destrozó la boca de un adolescente que pretendía hundir a la familia en el oprobio de una locura de amor entre chicos.
Los prejuicios se bañan de violencia física que, poco a poco, va dando lugar a un encuentro sadomasoquista entre hombres que de pronto se marcan un divertido baile de envolvente sensualidad. Crecen los contrastes rumbo a un final drástico y a la vez abierto.
El autor expresa con claridad su objetivo:
Cada día los jóvenes gays son víctimas de agresiones en los patios de los colegios, en sus casas, en el trabajo, en los campos de juego, tanto en ambientes urbanos como rurales.
Cada día son insultados, excluidos, atacados, ridiculizados, humillados, heridos, pegados, acusados, ensuciados, aislados, engañados. Algunos se recuperan, otros no. Algunos se convierten en los hacedores de los mitos de sus propias vidas.
Permítanme proponerles que todos podemos prestar nuestros oídos al dolor del amor de alguna manera, de cualquier modo, cada día.
Los homosexuales aprenden a mentir antes de aprender a amar. Somos mitómanos valientes.
El recorrido por esta función de atractiva puesta en escena tiene una participación decisiva por parte de cada uno de sus integrantes, desde la minuciosa traducción hasta el último detalle de iluminación, todo arropado por la escenografía atmosférica y sugerente de Alessio Meloni (Danzad malditos, El cínico), quien una vez más incorpora paisajes a una puesta en escena por demás excelente, en este caso del mexicano Enio Mejía. Cada tramo de madera con su olor inconfundible abre postigos, entreabre puertas, se entromete incluso en la presencia tan arrebatadora de la falsa novia que irrumpe en el último tramo (Alexandra Fierro, volcán de alcohol y sexualidad exuberante). No hay comida ni bebida reales, son imaginarias, pero el ambiente transmite un gran realismo. No hay escapatoria entre ráfagas de luz y sonidos quejumbrosos. Un recorrido por la desesperación y la necesidad de hallar respuestas donde no parece haber ya nada. El drama del homosexual rechazado y humillado es una parte del argumento, pero hay mucho más, y sobre todo destaca ampliamente el papel de un gran personaje: la madre y su búsqueda pertinaz del amor incondicional, lo mismo en los rincones más profundos, que en la cotidianidad más cruel, como cuando habla de la comida de funeral: “Dicen que hago la mejor ensalada de pasta. Así que soy la mejor en algo que odio”.
Una satisfacción grande descubrir en esta representación muchos aspectos poco frecuentados en el teatro contemporáneo que se ve en Madrid, como por ejemplo el contraste social entre los profesionales de una gran ciudad y los prejuicios del mundo rural; la mayoría de las funciones transcurren en la ciudad, donde a menudo nos olvidamos que la palabra “ciudadanos” no involucra a todos los habitantes de un país. También es muy importante el debut de un autor con mucha carrera, mucha obra de la que nada sabíamos (excepto que esta misma pieza ha sido llevada a un cine independiente de escaso valor que tornó confusa una obra muy clara: Tom à la ferme), y especialmente interesante respecto de la aventura del arte dramático, los recursos que utiliza del teatro psicológico casi policiaco con la irrupción de elementos poéticos, introspectivos, algo que entendió todo el equipo de producción, que ha profundizado en las luces y sombras de una puesta en escena al servicio de unas vidas en constante entredicho.
Tom en la granja
Autor: Michel Marc Bouchard
Traducción: Line Connilliere y Gonzalo de Santiago
Dirección: Enio Mejía
Intérpretes: Yolanda Ulloa, Alejandro Casaseca, Gonzalo de Santiago, Alexandra Fierro
Escenografía: Alessio Meloni
Iluminación: Jesús Almendro
Vestuario: Guadalupe Valero
Maquillaje y peluquería: Jorge Hernández
Espacio sonoro: Nacho Campillo y Jacobo Aguirre
Coreografía: Soe Pérez
Ayudante de dirección y regiduría: Manu Báñez
Sala Cuarta Pared. Del 2 al 18 de junio de 2016 a las 21 horas.
REPOSICIÓN EN MADRID: Teatro Fernando Fernán Gómez. Sala Jardiel Poncela. Del 30 de noviembre al 16 de diciembre 2018.
Estáis loco, la pel{icula es muy buena. Recomendable.
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