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«Tierra del fuego»: condena del terrorismo de estado y del terrorismo de sus víctimas

Por Horacio Otheguy Riveira

Es esta una condena sentimental a una situación muy grave entre Israel y Palestina, con casi 70 años de álgido empeño en destruirse mutuamente. Está libremente inspirada en la experiencia personal de Yulie Cohen, integrante de la valiente minoría israelí que lucha denodadamente por encontrar caminos de reconciliación. Víctima de un atentado palestino en Londres, decide visitar en la cárcel a su agresor, 22 años después. Este es el punto de partida de Tierra del fuego, interesante propuesta de teatro testimonial y de ficción con excelentes intérpretes.

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Abdelatif Hwidar, Alicia Borrachero, Tristán Ulloa: el terrorista arrepentido, su víctima que quiere comprender, el marido marginado de la historia.

 

Seis personajes en busca de una paz que no llega nunca. Entre Israel e Inglaterra, rumbo a Tierra del fuego como metáfora de libertad. El conflicto árabe-israelí o israelí-palestino (que hasta estos matices encienden pasiones) se presenta a través de seres que han de vivir en constante estado de angustia: lo mismo la anciana judía con única hija muerta en un atentado que la madre de familia que sobrevive recorriendo durante 22 años los campos de refugiados, que ve, horrorizada, las consecuencias de la violencia del estado de Israel con un creciente desprecio por llegar a un acuerdo. Todo transcurre en unas fechas determinadas que no vienen a cuento: aquí y ahora sigue en pie la implacable cacería, mientras el mundo mira hacia otro lado.

La elaboración dramática del autor argentino Mario Diament incide en muchos documentos públicos, en libros y reportajes periodísticos, y se va desarrollando con indudable pericia, a la manera de un periodismo literario atravesado de palpitante interés teatral, gracias a diálogos por los que el discurso ideológico se filtra cargado de humanidad, superando los clichés de cada sector. El director Claudio Tolcachir (Todos eran mis hijos, Emilia) amalgama estas peculiaridades en una puesta en escena muy cercana, emotiva y a la vez distante: un malabarismo delicado que siempre consigue su objetivo con todos los personajes en escena, cada uno mirando, escuchando, padeciendo a los demás, plenamente compenetrados con lo que les sucede a los otros. La delicada yuxtaposición de sensaciones da buenos frutos, ya que se sigue con interés toda la acción con lugar para reflexionar y a la vez emocionarse con lo que ambas etnias tienen que decirnos. El círculo vicioso casi imposible de romperse, puede hallar caminos insospechados si se atraviesa el duro corazón del odio y el resentimiento. Planteado así, todo acaba siendo una condena emocional de un proceso político-militar que supera en mucho las necesidades de sus millones de participantes en la contienda…

 

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Padre e hija en un único encuentro. Admirables Juan Calot en la reposada revelación de un misterio que recorre toda la función, y Alicia Borrachero, en un personaje que se debate constantemente entre dudas y emociones encontradas.

 

Todo fluye con una cadencia de alto vuelo gracias a un gran elenco en el que concurren distintos estilos, unificados corporalmente de manera casi coreográfica. Un montaje estricto que, sin embargo, siempre está bien nutrido de la sensibilidad de sus actores. Cada intérprete en su medida, lo mismo en las escenas de directo empeño, como en los a veces largos momentos de silencio de algunos ante las elaboradas secuencias de los otros. En este aspecto destaca Juan Calot (Tengo tantas personalidades…, Los caciques): gran parte de la función sentado en un rincón, observando a sus compañeros. Una actitud que permite al actor una forja del personaje más interesante de la obra; su dominio del cuerpo en el silencio resulta muy expresivo; y cuando se pone en pie y comienza a hablar, su voz —y el reposado estilo con que revela asuntos esenciales de la trama— logra trasladarnos al preciso ámbito de un profesor de historia que defiende sus ideas con la parsimonia de quien se sabe seguro, vulnerable e incierto. Su breve participación es una lección magistral: mínimos recursos que recorren la columna vertebral de un problema esencial en la lucha del terrorismo de estado y su pertinaz invasión de pueblos y aldeas.

Tierra del fuego es un espectáculo que mantiene una atmósfera de vivo interés en todo momento, si bien resuelve el complejo asunto que trata a través de una situación sentimental de muy bajo relieve, muy superficial, marginando el papel de las grandes potencias en la cotidiana masacre.

 

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La protagonista real de la historia, Yulie Cohen, exhibe todo su conflicto en un documental mucho más sentimental que esta Tierra del fuego, con muchas lágrimas y desgarramientos internos y sociales, ante el imperioso deseo de cortar de raíz el círculo vicioso de una lucha en la que el ojo por ojo les va a destruir a ambos. No obstante, llama la atención que ni en el documental (My Terrorist), ni en muchas otras de sus intervenciones se destaque un problema que considero capital: el interés de las potencias occidentales y cristianas apoyando a Israel como bastión depredador de toda supervivencia palestina. Así es sobre todo desde que se produjo el asesinato en un mitin de Isaac Rabin (el primer militar judío que estrechó la mano públicamente de Yassir Arafat) por un israelí en 1995, fecha clave desde la cual la ambición de eliminar toda posibilidad de Estado palestino es crucial. Sharon y Netanyahu —como las cabezas más visibles— han dirigido con decidido ensañamiento la ocupación, poco y nada replicada por los palestinos, sin apoyos internacionales importantes. Estados Unidos, la Unión Europea y los grandes países árabes no mueven un dedo en ayuda de los más desfavorecidos y la población israelí vive una democracia cautiva en la que jamás la televisión muestra la barbarie de la que es capaz Israel en los territorios ocupados.

Este cronista aprendió a seguir de cerca el conflicto con ojos muy críticos hacia Israel, a través de la lectura de escritores israelíes, luchadores incansables por encontrar alianzas hacia la paz. Por ejemplo, Amos Oz y David Grossman: tan valientes como Yulie Cohen en una sociedad cada vez más acosada por el clima de guerra permanente.

Otro dato interesante para intentar comprender aún más algo latente en esta obra, respecto a la aventura emocional de sus personajes, está presente en la novela El atentado, del argelino Yasmina Khadra: una obra maestra en la que se expone el trágico periplo del médico Amín Jaafari, un palestino que se hizo cirujano de éxito en Israel, y vive al margen del conflicto hasta que éste le estalla en la cara.

 

 

Tierra del fuego

Autor: Mario Diament

Versión española: David Serrano

tierra-del-fuego-en-matadero-madrid-naves-del-espanol_blockhighlight620x364Dirección: Claudio Tolcachir

Ayudantes de dirección: Maite Pérez Astorga y Nacho Redondo

Casting: Rosa Estévez 

Intérpretes: Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar, Juan Calot,  Malena Gutiérrez, Hamid Krim

Iluminación: Juan Gómez Cornejo e Ion Aníbal López

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Escenografía y vestuario: Elisa Sanz (AAPEE)

Comunicación: María Díaz

Fotografías: Jean Pierre Ledos y Elena C. Graiño

Naves del Español. Matadero. Del 21 de abril al 5 de junio de 2016: PRORROGADO HASTA EL 12 DE JUNIO DE 2016.

EN GIRA TAMBIÉN EN 2017.

 

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