«Penal de Ocaña»: consagración de Eva Rufo en una discutible obra pacifista
Por Horacio Otheguy Riveira
Una propuesta pacifista-religiosa vivida a tope en Madrid, en medio de la guerra civil, de difícil consagración ideológica, llena de conceptos y sentimientos que pretenden huir de toda presión ideológica, y asumir un papel humanista en el griterío con olor a pólvora de la contienda. Sobre el diario de María Josefa Canellada, una versión teatral vertiginosa que ahoga lo mejor del texto original, y da una extraña categoría estética al universo de la protagonista. Endeble enfoque de hechos reales colectivos y emociones personales —en un entorno poético de raíz católica pacifista— que una actriz inmensa —ya brillante no más empezar su carrera en La Joven Compañía de la CNTC en 2006— convierte en una obra de arte de valor incalculable.
Una interpretación genial que enriquece un texto convencional
Eva Rufo hace posible que la vitalidad arrolladora de una muchacha de 20 años, forjada en Filosofía y Letras, llena de brío y arrebatadoras ganas de vivir se eleve sobre frases convencionales y vacías de contenido del tipo: «No es hora de pensar, sino de hacer», como si fuera posible una cosa sin la otra, como si pudiera servir de algo actuar sin pensar.
En el maremágnum de situaciones a cargo de la directora y dramaturga Ana Zamora que se comen mucho de la potencia del libro original, entre aportes reales y emociones desbordantes, la actriz [siempre maravillosamente guiada en voz y palabra por el maestro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), Vicente Fuentes], mueve los brazos como un pájaro y sobrevuela la ciudad bombardeada, la muchacha enamorada de la solidaridad se sumerge en una cascada de experiencias de tal manera que es capaz de llamar a la puerta de la inteligencia y la sensibilidad del espectador y permitirle compartir con ella la aventura desasosegante del infierno de la guerra.
Todo su periplo está basado en el descubrimiento del dolor, a partir de una negación de la realidad política. Aunque colabora y se apiada de las víctimas de los nacionales, su fervor es humanista, bajo el sambenito de que ningún ser humano debe quitar la vida a otro: una verdad de Perogrullo que no resiste el menor análisis si no se contrasta con la realidad de clases sociales en conflicto e intereses económicos de fuste en un contexto desesperante. El alegato contra la crueldad de la guerra carece de fundamento y parece un devenir de lugares comunes que sólo la mirada, los gestos, las voces variadas y el andar de sus pies descalzos o la desnudez final, de espaldas al público… le sirven a Rufo para imponer una verdad emocional mucho más trascendente que el vacuo discurso de Ana Zamora, responsable de la adaptación teatral de la novela y de la puesta en escena: una encerrona terrible en la que cada movimiento del personaje se ve «ejecutado» por una iluminación obsesiva, cuando no limitada la protagonista por un partenaire innecesario (a pesar del talento de Isabel Zamora) al piano o haciendo aportes de fechas y uno que otro apoyo circunstancial.
Pues bien, insisto, Eva Rufo se eleva por encima de toda esta producción. En sus manos el personaje adquiere una fuerza incontenible con la que nos entrega a una muchacha en cuerpo y alma tan vitalista que no sólo es capaz de sobrevivir a la guerra, sino también a los propios desajustes del texto y la puesta en escena. Así, podemos no compartir las ideas del brioso personaje, pero nos alcanza su inocente honradez, influida por el sentimentalismo de una corriente de sufrimiento que no le permite comprender que lo que está en juego no es el sufrimiento físico inmediato del horror, sino el padecimiento de todo un país que, en manos fascistas, emprende una carrera que, iniciada en aquel 1936, aún nos alcanza en 2016.
Eduardo Vasco, entonces director de la CNTC, crea en 2006 la primera Joven Compañía, cuyo debut también dirige al poner en escena una obra poco y nada conocida de Lope de Vega, Las bizarrías de Belisa, una maravilla de juego del amor y el desamor, la conquista donjuanesca y los impulsos sensuales más cautivantes. En aquella función, rodeada de espléndidos comediantes, Eva Rufo, hacía del amor y sus recovecos, prisiones y desvelos, tan propios de Lope, un recorrido mágico, sobrenatural. Cuando creíamos que lo habíamos visto y oído todo en el arte de interpretar al más grande creador del siglo de oro, los matices de voz y expresividad de esta intérprete entonces desconocida permitieron un estado de éxtasis que intenté reencontrar en sus posteriores trabajos (dentro y fuera de la Compañía Nacional), y en todos disfruté de su sensibilidad y capacidad de adaptación a los distintos personajes (La noche de San Juan, Kathie y el hipopótamo…), pero es ahora, en este tan discutible Penal de Ocaña, donde redescubro a aquella novata de Las bizarrías de Belisa en un estado de gracia mucho mayor, ya que tiene aquí muchos vientos en contra que desafía con un candor fascinante y a la vez una experiencia que le permite ahondar en su personaje, salir de él, recuperarlo, mover un piano, subirse, clamar al cielo con sus hermosos brazos en alto y enfrentarse a los aplausos conteniendo lágrimas dispuestas a inundarlo todo con un desbordamiento que nunca se permite: todo medido, y a mayor control, mayor riqueza de matices y sublimes emociones.
Nota al margen: mérito singular tiene que en La Abadía, y en la misma sala José Luis Alonso, se represente ahora este alegato sentimental y católico, semanas después de otra representación de ideología opuesta, Solo son mujeres: mujeres, actrices fuera de serie y guerra civil desde puntos de vista completamente diferentes.
Penal de Ocaña
Autora: María Josefa Canellada
Dramaturgia y dirección: Ana Zamora
Intérpretes: Eva Rufo, Isabel Zamora
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro
Música: Falla, Chopin, Schubert, Ponce, Couperin, Lázaro
Voz y palabra: Vicente Fuentes
Espacio escénico: David Faraco
Vestuario: Deborah Macías
Iluminación: Miguel A. Camacho y Pedro Yagüe
Teatro de La Abadía. Sala José Luis Alonso. Del 21 de abril al 8 de mayo de 2016.
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