Rey Arturo: La leyenda de Excalibur (2017), de Guy Ritchie
Por David Blanco.
Un Rey Arturo incapaz de ofrecer algo al público
Tiene los ingredientes para ser uno de los blockbusters del verano: una historia legendaria aderezada con magia y fantasía, un reparto cargado de talento y de intérpretes guapos –que, además, de vez en cuando no dudan en quitarse la camiseta–, un director con tirón como Guy Ritchie, generosos efectos especiales y de sonido, el cameo de David Beckham… Sin embargo, Rey Arturo: La leyenda de Excalibur llega a la cartelera española tras haber protagonizado un importante fracaso en la taquilla internacional y sin la fuerza de otros grandes estrenos del verano, como Wonder Woman o Dunkerque.
Todd McCarthy decía en su crítica en The Hollywood Reporter que esta nueva adaptación del personaje del Rey Arturo es una obra “vulgar para tiempos vulgares”. Mas esa pobre actuación en la taquilla mundial desmiente sus palabras, demostrando que el público no es tan simple como algunos críticos piensan. La prueba es que los dos grandes éxitos estivales que acabamos de mencionar son tan completos y han recibidos críticas tan positivas –en especial la cinta bélica de Nolan– como muchas de las películas que triunfarán en la temporada de premios.
Y aunque es innegable la importante falta de nuevas ideas que sufre Hollywood y la banalización de muchos contenidos, los espectadores tienden a reconocer una mínima calidad y a desechar los productos que de verdad no aportan nada, como sucedió con la reciente adaptación de Los vigilantes de la playa, que ha pasado con más pena que gloria por los cines de casi todo el mundo. Y ahí reside la clave: para que una película triunfe, en términos generales, por supuesto, necesita ofrecer algo, preferiblemente nuevo, al espectador, porque la mayoría de personas que acuden a las salas no son estúpidas ni vulgares.
Y ese es probablemente el aspecto en el que falla La leyenda de Excalibur, pues no aporta nada a un personaje esencial en la cultura británica y mundial, que ya ha sido llevado en numerosas ocasiones a la gran pantalla. Ni el propio Arturo incorpora nuevos matices en su personalidad, ni el protagonismo de la espada como elemento articulador del relato es un elemento diferenciador, ni el componente fantástico y mágico destaca lo suficiente.
Sí es atractivo el uso de la cámara, con tomas oblicuas y poco habituales, así como de la banda sonora y de la estructura narrativa, con saltos temporales que añaden cierto desafío y motivación en el visionado. Se consigue así una cinta ágil y dinámica, pero de una forma que ya habíamos visto en el Sherlock Holmes del propio Guy Ritchie. Y lo cierto es que esa narración, a ratos acelerada y a ratos ralentizada, utilizando en ocasiones el montaje paralelo y con un protagonista tan sabelotodo y ocurrente se adapta mucho más al ingenioso inspector de Baker Street que al más solemne Rey Arturo. Con todo, esta estrategia es lo único que salva a la película, ya que consigue que resulte entretenida, algo muy apreciado en este tipo de pasatiempos veraniegos.
Por lo demás, un largometraje bastante pobre sobre un chico criado en un burdel que resulta ser el verdadero heredero al trono y que, con la ayuda de su pandilla callejera y de un grupo de fieles al antiguo rey, desafiará a su tío, que se hizo con la corona gracias a la magia negra. Charlie Hunnam, Jude Law, Erica Bana, Djimon Hounsou o Astrid Bergès-Frisbey son los encargados de dar vida a unos personajes demasiado fácilmente divisibles en buenos y malos, con escaso protagonismo de los roles femeninos y con un regusto a oscuridad y violencia que recuerda a Juego de Tronos, a la que aspira a parecerse. A ello contribuye la presencia de Aiden Gillen, Meñique en la exitosa serie de HBO. Pero en realidad esto, más que servirle de lanzadera, lo que consigue es que pierda identidad propia –si es que en algún momento la tuvo–, y que no consiga desprenderse de comparaciones, como ya ocurría con Sherlock Holmes, en las que sale perdiendo.
Por seguir comparando, son curiosas las semejanzas entre Arturo y el profeta Moisés, sobre todo en la huida de Arturo en una barca siendo un niño y en la posterior orden de Vortigern de apresar a todos los hombres con una edad similar a la que tendría entonces el heredero al trono. En cualquier caso, que nadie se piense que va a confundir al Arturo de Charlie Hunnam con el personaje bíblico, pues a lo que de verdad recuerda es a un hipster, con esa barba cuidada, ese pelo peinado hacia atrás con los laterales rasurados y esas vestimentas que, sin ser experto en la Edad Media, me recuerdan más a lo que podríamos ver en un bar moderno de Brooklyn que a lo que debían de vestir los habitantes de Londinium.
Una anacronía en el vestuario que se une a la de una banda sonora un tanto chocante en un largometraje de capa y espada y a la presencia de personajes racialmente diversos en la Gran Bretaña medieval. Aunque son toques interesantes, no dejan de ser detalles incapaces de dar el empaque suficiente a la obra en su conjunto.
Y al final, junto a dichos detalles, la única novedad de este Rey Arturo es ver a un hipster buenorro blandiendo una espada que sacó de una piedra y reclamando su legítimo trono. Y eso, por entretenida que resulte la película, no es suficiente para satisfacer a una audiencia que quizás no sea demasiado exigente, pero que no es del todo vulgar y que sabe que este Arturo no es digno de sacar la espada de la piedra.