«Celestina» por José Luis Gómez: confusa visión de una histórica crónica negra
Por Horacio Otheguy Riveira
José Luis Gómez, coadaptador, director, coescenógrafo y protagonista absoluto ha conformado un espectáculo tan interesante como confuso, con demasiados sobreentendidos y excesivos saltos de estilo en torno a una crónica negra de finales del siglo XV —bajo el poder de los Reyes Católicos—. Lo mejor: el talento de sus intérpretes, a remolque de una puesta en escena que parece ir en contra de sus personajes.
Fernando de Rojas la escribió como novela para ser leída en grupos aislados: el miedo le corroía; judíos, moros y el menor rasgo de transgresión era cruelmente destruido. Entretanto, una «puta vieja» conocida como Celestina se ocupa de vender las mejores muchachas vírgenes a curas y otros «notables» perseguidores. Es una bruja célebre, cuyos eficaces hechizos acompañan a sus artes negociadores para lograr los mayores gozos de la carne o unir a dos que bien se aman aquí y ahora, en el vendaval de ardientes deseos propios de jóvenes que deben esconderse de la represora cultura imperante.
Así surge esta «tragicomedia de Calisto y Melibea», un texto que ha dado lugar a múltiples versiones, pues nunca se escribió para teatro, pero es en el teatro donde se ha configurado su mensaje… Un texto, a su vez, que deambula con extraña libertad y fervor dramático sobre estereotipos que se rebelan y alcanzan la dimensión de grandes personajes de la historia del teatro mundial.
El poder omnímodo de Celestina sobre ricos y pobres tiene un doble aire de canalla codiciosa y sabia anciana que supo disfrutar de la sexualidad y la procura a cuantos la necesitan. La luz de su avaricia y abierta sensualidad entrechoca con la miseria de las calles, la angustia de sus gentes, el miedo de una sociedad que ha de vérselas con una existencia en la que cualquier imagen divina es símbolo de soledad y destrucción.
Una Celestina embarullada
Es esta una disección de Celestina que abre y cierra con la prestancia y melodiosa voz de Chete Lera, el padre de Melibea: en el prólogo queda claro que la joven es incapaz, en su inocencia, de buscar marido, de lo que se ocupará la familia; en el final, la derrota del progenitor, hombre cabal y creyente. En medio de estos extremos transcurre la representación promovida por Calisto en la busca y captura del cuerpo de la virgen. Para ello, imprescindibles los favores de una «puta vieja» que arrime la vida libre a las ascuas de una sociedad estrecha de miras, machista y, en definitiva, víctima del silencio del dios que dice adorar.
En la versión actual, la obra se desenvuelve en diversos estilos e intenciones con los que su forjador, José Luis Gómez, consigue un espectáculo tan interesante y estéticamente armónico como argumental e ideológicamente confuso: un barullo de logros y desvaríos que acaban triturando cuestiones esenciales hasta diluir en sobreentendidos y borrosos episodios el apasionado amor de Calisto y Melibea, aquí sólo producto de hechizos que les ponen en celo, o el gran final del asesinato de Celestina, de pronto convertido en sainete, como muchos otros momentos en los que un estilo de comicidad arbitraria rompe el clima y corrompe el mensaje.
Entretanto, como insólito viaje al más-difícil-todavía, los intérpretes que rodean al protagonista avanzan atemperados en el desolado paisaje escénico creado —una desértica explanada con puentes y escaleras de acero—, y allí, en esa fría e incomprensible soledad consolidan con su talento lo mejor del espectáculo.
Los intérpretes cogen el timón
Un reparto en el que secundarios y principales logran notables creaciones, a pesar de las contradicciones de la puesta en escena. Desde las penosas inquietudes de los criados (José Luis Torrijo y Miguel Cubero), siempre desesperados en busca de dinero, a la fascinante sexualidad de sus amantes (Inma Nieto y Nerea Moreno): todos ellos con escenas bien templadas, excepto aquí y allá, como cuando Nerea Moreno, completamente desnuda, recibe el cuerpo de su amante completamente vestido. Contrastes que chirrían una y otra vez, como cuando se decide que Calisto no sea más que un tipo simplemente enloquecido por tirarse a la virginal Melibea, quien cuando prueba el arrojo fugaz y bestial del galán, quiere más. Vale, es una idea, una propuesta, pero lo que falla es su manera de afrontarse: mientras Raúl Prieto (excelente en su desparpajo y acoso carnal) atrae y casi viola a la dulce Melibea, ésta pasa abruptamente de la negativa perenne al deseo sin remilgos, pura y exclusivamente por causa de los hechizos (espléndida Marta Belmonte), lo que torna la apasionada y apasionante relación en un cliché de telenovela.
José Luis Gómez, máximo responsable de este devenir de tonalidades asume el papel protagonista aportando magisterio en las escenas clave donde el cinismo del personaje logra florituras para triunfo de su negocio, y se pierde, a conciencia, cuando deviene en parodia de sí misma. Dirige con precisión a sus diez intérpretes, pero a menudo los deja solos en el callejón sin salida de su propia visión celestina. Un mar de contrariedades en un espectáculo que sólo acierta a ratos, con emociones y enfriamientos, altos y bajos, luces y sombras y demasiados sobreentendidos que dejan sólo bosquejada la muy negra crónica original, como una repentina aparición del símbolo judío de la estrella de David, o al final, al fondo del escenario, un gran candelabro que recuerda al símbolo judío de la fiesta del shabbath sin venir a cuento; vaivén de monjes sin rostro, la extraña muerte de Calisto que se explica bastante después de ocurrida… Un salpicado de imágenes sin contexto, que se diluyen en meras formas carentes de contenido.
[La primera vez que se representó La Celestina en esta Compañía Nacional de Teatro Clásico fue en abril de 1988. Versión de Gonzalo Torrente Ballester y dirección de Adolfo Marsillach. Con Amparo Rivelles, Adriana Ozores, Juan Gea, Jesús Puente y Charo Soriano, entre otros.
La última vez que la interpretó un hombre, fue en 2009, a cargo de Roberto Quintana, versión de Alfonso Zurro y dirección de Ramón Bocanegra, producción de Juan Motilla para el Teatro Clásico de Sevilla. Elenco: Nacho Bravo, Alicia Moruno, Moncho Sánchez-Diezma, Montse Rueda y Julián Manzano, entre otros.
Gemma Cuervo protagonizó una versión escrita por Eduardo Galán en 2013, dirigida por Mariano de Paco Serrano, con Juan Calot, Alejandro Arestegui, Olalla Escribano y Santiago Nogués, entre otros].
Celestina
Autor: Fernando de Rojas (1470-1541)
Adecuación para la escena: Brenda Escobedo y José Luis Gómez
Dirección: José Luis Gómez
Ayudantes de dirección: Carlota Ferrer y Andrea Delicado
Espacio escénico: Alejandro Andújar y José Luis Gómez
Vestuario: Alejandro Andújar y Carmen Mancebo
Caracterización: Lupe Montero y Sara Álvarez
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Música: Eduardo Aguirre de Cárcer
Fotografías: Sergio Parra
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Teatro de la Abadía
Teatro de la Comedia de Madrid del 6 de abril al 8 de mayo de 2016
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