Un Hamlet espectacular y visceral, según Alfonso Zurro y Curt Allen Wilmer

Por Horacio Otheguy Riveira

Una experiencia teatral con despliegue cinematográfico sin proyecciones de video, sólo a través de un espacio escénico que juega constantemente con la armonía visual del vestuario en un contexto de creciente acción. Una gran pista rodeada de espejos, en la que los actores entran para representar la tragedia; una pista que cambia de color, de atmósfera, de potencia dramática. Todo un hallazgo de la gran compañía del Teatro Clásico de Sevilla en Madrid, con la peculiaridad de que director, escenógrafo e iluminador ejecutan un trío de extraordinario dinamismo al servicio de una historia que sigue siendo apasionante, por mucho que se haya visto. [Regreso a Madrid al Teatro Fígaro-Adolfo Marsillach, del 13 al 26 de agosto 2018]

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Pablo Gómez Pando se desenvuelve con gran energía y notables matices en las tremendas contradicciones de un joven condenado a hacer justicia por el espíritu de su padre, la persona que más ha amado en su vida.

 

Los espejos que rodean el escenario conforman un cinemascope que no escapa a la intimidad visceral del teatro, por el contrario, la potencia. Cuanto se ve en escena, tiene en los diversos grados de reflejos una continuidad dramática que enriquece la comprensión de la tragedia. Hay momentos de fabulosa concentración de situaciones y emociones en un tratamiento que combina lo visceral con la estudiada combinación de colores en los trajes, y de precisión estética en los movimientos y voces de los actores. Un complejo mecanismo escénico que adquiere mayor interés a medida que avanza la función, y esto resulta especialmente destacable, pues aporta un crecimiento dramático plástico y poético de gran riqueza. A quien mucho conozca la función le permite seguir sorprendiéndose, pues aporta perspectivas muy distintas, muchas de ellas de vigoroso encanto.

La escenografía, el vestuario, las luces, tienen una vitalidad constante, a tal punto que la pasión del protagonista y las emociones de los personajes que le rodean se lanzan “a la pista” en un juego de teatro en el teatro pero sin aparcar la espiral de los acontecimientos. Las ropas son atemporales, se juega con ellas como con otros elementos, pero lo que vemos en los espejos a menudo complementan las escenas con ángulos nuevos, un ejercicio revelador que, en la locura y muerte de Ofelia alcanza uno de sus picos más impactantes: escalofriante todo el proceso final con el cadáver presente, observado por el espectador en uno o más espejos, mientras continúa en escena el desarrollo de la obra. Es este sólo un ejemplo entre muchos aciertos que hacen un Hamlet espectacular e intimista hasta el logro inmenso de que algunos apartes del príncipe (magnífico Pablo Gómez Pando, con una musicalidad en la voz y una entrega física encomiables) lleguen al espectador desde el susurro más doliente.

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El texto se permite muchas libertades, algunas de las cuales no las comparto en absoluto, sobre todo cuando se altera la conducta del rey Claudio en una escena clave. Hay abundantes reacomodos que tampoco comparto. Pero esto es así ante todos los Hamlet contemporáneos, ya que cada director asume la complejidad de afrontar una de las obras técnicamente más difíciles, y de las más trascendentes en la exhibición de conflictos humanos eternos. La vida y la muerte en una danza de la que siempre intentamos descubrir nuevos elementos de comprensión. Imposible estar de acuerdo en todos los cambios de las distintas versiones, pero en este caso he de reconocer que las excelencias abundan de manera cautivadora, envolvente.

11141368_753327618130373_1623565358605174161_nDentro de los mejores aportes del dramaturgo-director Alfonso Zurro está la brillante idea de que el príncipe escriba; apunta en una libreta sus dudas, sus mejores y peores situaciones —piensa en voz alta y escribe— para poco antes de morir entregar ese material  a Horacio, su mejor amigo, para la posteridad.

Es una invención muy atractiva porque logra una compenetración mayor del público con el protagonista, pues de este modo se enfoca con mayor precisión su soledad en la turbulenta trama: lo que escribe no lo comparte con nadie. Y  siempre ha de tomar sus decisiones completamente solo.

También es muy importante, entre muchos otros hallazgos, la aparición del espíritu del padre sin rostro visible, en una especie de nube a través de una tela, y es que las diversas telas por las que deambulan los personajes (blanca, negra, roja, tierra) conforman un entramado que genera un alto nivel de sorpresa visual, y a su vez de revelación argumental: cada color —y la manera en que se manifiesta en la puesta en escena— tiene un significado perfectamente integrado en la acción.

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La locura de Ofelia (espléndida Rebeca Torres) termina con una escena muy emocionante: ella misma quita el rojo-sangre del suelo y descubre la verde pradera donde poco después será enterrada.

 

El espacio sonoro resulta de una modernidad estruendosa cuyo significado se me escapa, y en general me molesta; excepto cuando se da paso a unos solos de violonchelo; si bien todo junto tiene su armonía, me parece excesiva la altisonancia musical entre escena y escena. En las interpretaciones, sin embargo, el equilibrio de fuerzas es total: todos participan con similar talento. Si Pablo Gómez Pando mantiene hasta el final su sobresaliente trabajo, resultan admirables sus compañeros: Amparo Marín como su madre, Rebeca Torres como Ofelia y Manuel Monteagudo en el doble papel de Polonio y El sepulturero, con un ajustado sentido del humor en cada caso. Los tres tienen las escenas más difíciles y las resuelven con enorme economía de recursos.

En total son nueve intérpretes, algunos de los cuales asumen varios personajes, con divertidos aportes de vestuario e interpretación (en el caso de Rosencrantz y Guildenstern, por ejemplo, José Luis Bustillo y José Luis Verguizas).

En síntesis: encuentros y desencuentros en una gran aventura con mucho de cine y de circo, pero en la que las innovaciones escénicas nunca distorsionan ni distraen. El arte del director Alfonso Zurro y el del autor de la escenografía y el vestuario, Curt Allen Wilmer (de actualidad en Madrid por su estupendo trabajo en Muñeca de porcelana), resultan maravillosamente fortalecidos por la iluminación de Florencio Ortiz.

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La lucha final montada con una coreografía de gran precisión: Hamlet versus Laertes (excelente José Luis Verguizas): feroces enemigos, amigos cómplices.

 

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Autor: William Shakespeare

Dramaturgia y dirección: Alfonso Zurro

A partir de la traducción de Leandro Fernández de Moratín (de 1796)

Ayudante de dirección: Pepa Delgado

Intérpretes: Pablo Gómez Pando, Juan Motilla, Amparo Marín, Rebeca Torres, Antonio Campos, Manuel Monteagudo, Manuel Rodríguez, José Luis Verguizas, José Luis Bustillo

Diseño de escenografía y vestuario: Curt Allen Wilmer

Diseño de iluminación: Florencio Ortiz

Fotografías: Luis Castilla

 

Teatro Clásico de Sevilla en coproducción con el Festival de Teatro Clásico de Almagro, Ciudad Real, y el Festival de Teatro y Danza Castillo de Niebla, Huelva.

Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Del 6 de abril al 1 de mayo 2016

Regreso a Madrid al Teatro Fígaro-Adolfo Marsillach, del 13 al 26 de agosto 2018

 

 

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