Les sauteurs (2016), de Moritz Siebert, Estephan Wagner y Abou Bakar Sidibé
Por Jaime Fa de Lucas.
Documental grabado en primera persona por Abou Bakar Sidibé, uno de los cientos de emigrantes africanos que malviven en un monte de Marruecos con la esperanza de poder saltar la valla de Melilla y llegar algún día a Europa. Más realismo no cabe, un documento audiovisual grabado por alguien inmerso en la situación; el pez grabando las profundidades marinas. El valor de esta obra reside precisamente ahí, en su cercanía a la realidad y en la veracidad extrema de lo que se expone, por lo que no se pueden esperar piruetas de ningún tipo.
El proceso, según cuenta el propio Abou en alguna entrevista, fue el siguiente: dos señores europeos le dieron una cámara –¿un móvil?–, algunos apuntes y él se puso a grabar lo que veía a su alrededor. El resultado, evidentemente, tanto por la falta de preparación de Abou como por la calidad del equipo, no destaca por su esteticismo. Pero el objetivo es otro: mostrar cómo ese grupo de hombres son los verdaderos soñadores del planeta, los que arriesgan todo, incluso su vida, para perseguir sus sueños y hacerlos realidad. El impacto sobre un espectador que vive en el “estado de bienestar” es importante, pues no sólo le hace valorar más lo que tiene –el simple hecho de vivir en Europa–, sino que da toda una lección de coraje. La gente acomodada se conforma con ver de vez en cuando algún vídeo motivacional en las redes sociales y poco más… esboza una sonrisa, piensa en positivo unos minutos y al rato vuelve a su sitio, a esperar que la rutina o el tedio se recuesten sobre los hombros.
A nivel emotivo Les sauteurs transmite, por un lado, tristeza. Vivimos en el siglo XXI y todavía hay gente que se ve obligada a dejar su país para buscar una vida digna. Bien sea por pobreza, enfermedades, insalubridad, guerras… Se dice pronto: hay gente viviendo en un bosque esperando a saltar una valla para poder acceder a otro territorio en el que se vive mejor –y no entramos a hablar de los refugiados sirios o de otro tipo de circunstancias–. Tan increíble como escalofriante. Por otro lado, también tiene un efecto positivo, y es que vemos cómo hay gente que, a pesar de las condiciones de vida que tiene, no pierde la sonrisa y se aferra a sus sueños sin dudar en ningún momento de que lo logrará. Lección tras lección. Cabe destacar el ingenio que demuestran estos hombres, como se puede apreciar en la imagen del cartel que acompaña al artículo: modifican un zapato para poder escalar mejor la valla.
La nota más negativa del documental aparece, curiosamente, en los créditos –también se aprecia en el cartel–. Directores: los dos europeos. Codirector: el negrito tercermundista. La participación de los señores europeos, en lo que a creación audiovisual se refiere, es nula. Serán responsables de algunas notas y de la postproducción, perfecto, pero eso no explica por qué ellos son los directores y Abou es codirector. Lo que sucede en los créditos es una analogía del funcionamiento actual del mundo, llanamente: los ricos se aprovechan de los pobres. En este caso, un simple gesto, como reconocer la autoría al que ha grabado todo, resulta difícil para estos señores daneses. Es evidente que figurar como codirector le sitúa un escalón por debajo de los directores… no vaya a ser que el negrito de África tenga más mérito que los señores europeos y se lleve todo el aplauso. Occidentecentrismo, eurocentrismo o egocentrismo, todo suena a lo mismo. Este tipo de detalles reflejan que los países más desarrollados suelen ver la miseria ajena como una oportunidad para beneficiarse. ¿Dónde quedó enterrada la pureza de corazón?
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