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La batalla por derechos de autor que generó la novela del fantasma de Mark Twain

Jap Herron: Una novela escrita desde el tablero de ouija
Jap Herron: Una novela escrita desde el tablero de ouija

Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)

Desde finales del siglo XIX se extendió por Estados Unidos y por la vieja Europa una oleada de moda espiritista. Una práctica paranormal que, quizá por su supuesta conexión con el mundo de lo misterioso y de lo sobrenatural, estuvo vinculado casi desde sus comienzos con la literatura. Sin ir más lejos, en 1872 el fantasma de Charles Dickens, muerto tres años antes, contactó con el médium Thomas P. James, mecánico de profesión, para dictarle el final de su inacabada novela El misterio de Edwin Drood. Tal vez por eso nadie se sorprendió demasiado cuando en 1917, siete años después de la muerte de Mark Twain, apareció una novela dictada a través de un tablero de güija por el difunto Twain desde el más allá, según cuenta The Public Domain Review. Y, de hecho, en la crítica que The New York Times le dedicó al libro en su día advertía que era la tercera publicación de estas características en pocos meses.

El libro, titulado Jap Herron: Una novela escrita desde el tablero de güija, se inició dos años antes, cuando el fantasma de Twain, que se identificó como «Sam L. Clemens, el perezoso Sam», se puso en contacto con las espirisitas Emily Grant Hutchings y Lola V. Hays, mientras se encontraban en un encuentro paranormal en St Louis. «Todo escriba aquí quiere un lápiz en la tierra», explicó Twain en el tablero. En el largo prólogo del libro, «La llegada de Jap Herron», Hutchings explica cómo tomó notas al dictado de Twain y a continuación mecanografió la obra siguiendo las indicaciones del fantasma palabra por palabra.

No era la primera vez que Hutchings se veía mezclada en un episodio de escritura desde el más allá. Unos años antes una amiga de Hutchings, también espiritista, llamada Pearl Curran afirmó haber contactado con una puritana de Inglaterra llamada Patience Worth a través de un tablero de güija. La gran diferencia radicaba en que la obra de Patience Worth era relativamente desconocida, pero esta vez Hutchings traía desde el más allá la novela de un escritor de reconocido prestigio, lo que inició una de las batallas legales por derechos de autor más singulares de la primera década del siglo XX.

Justo después de Hutchings y su editorial publicaran el libro, la hija de Twain y su editor interpusieron varias demandadas para intentar evitar que saliera al mercado. En respuesta, Hutchings y Hays realizaron una nueva sesión de espiritismo y Mark Twain les informó, vía güija, que estaba «en un estado de tortura intelectual debido a la dificultad que está teniendo para imprimir su trabajo». Dejando a un lado los rocambolescos contactos de ultratumba, el caso dio pie a toda una serie de cuestiones legales insólitas hasta ese momento. ¿Reconocía la ley que un autor muerto pudiera ser el autor de una obra nueva? Y, de serlo, ¿no se incumplía el contrato que Twain había con su editorial, Harper & Brothers, y que le obligaba a publicar todos sus libros con ellos? Y, por último, ¿hasta qué punto estaba protegido como marca registrada el nombre de Mark Twain, teniendo en cuenta que era un seudónimo y que el verdadero nombre del autor era Samuel Langhorne Clemens?

Hutchings podía ampararse en que usaba el nombre de Mark Twain porque efectivamente era su fantasma quien estaba detrás del libro, pero admitir eso implicaba una infracción del contrato que el autor firmó en vida, así que Hutchings decidió quitar el nombre de Twain de la cubierta pero mantuvo una imagen bastante reconocible del autor, junto al subtítulo Una novela escrita desde el tablero de güija. Una táctica arriesgada teniendo en cuenta que el gran tirón comercial del libro estaba precisamente en el hecho de tener el nombre de Mark Twain en la cubierta y que quizá explicaría la decisión de Hutchings de suspender la publicación y destruir cuantas copias pudo encontrar.

La historia de Jap Herron, que trata sobre un muchacho pobre de Missouri que logra medrar, recuerda en muchos aspectos a Tom Sawyer y a Huckleberry Finn. La crítica de The New York Times, sin embargo, fue feroz. «Si esto es lo mejor que Mark Twain puede hacernos llegar desde el más allá, el ejército de admiradores que sus obras han cosechado pondrán todas sus esperanzas en que, en lo sucesivo, respete el límite de la muerte», decía el periódico.

No deja de ser simbólico que Mark Twain fuera el difunto protagonista de esta batalla legal. El autor de Tom Sawyer, que escribió «solo una cosa es imposible para Dios: encontrarle algún sentido a cualquier ley del copyright del planeta», viajó a Canadá para luchar contra la Ley Internacional de Copyright que pretendía limitar la duración de los derechos de autor y para conseguir que sus herederos pudieran disfrutar de ellos se propuso reeditar sus obras cada cierto tiempo añadiendo pies de página con partes de su autobiografía para que así se considerara una nueva obra y volviera a generar derechos.

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