Más allá de las prisiones se eleva un grito esperanzador: ¡Corre!
Por Horacio Otheguy Riveira
Una cárcel reúne después de varios años a dos hermanos: él dentro, ella de visita. Encuentros y desencuentros que les permiten revisar su pasado, iluminar zonas oscuras y descubrir que tienen en común la necesidad de huida permanente. «No se huye de la familia, Kico, la llevas dentro», dice ella, pero en los hechos también la dulce profesora de música es un ser asustado que ha crecido con el miedo en el cuerpo, y busca, a su manera, un lugar donde esconderse de terrores ancestrales. (Estreno en 2016 con Nur Levi y Antonio Zabálburu; reposición octubre 2017 con Nur Levi y Carlos Librado «Nene»).
Gente de cine y de teatro se da cita en esta creación, y es una gran unión de géneros muy poco corriente en España. La autora y directora, Yolanda García Serrano y el productor José Sámano tienen amplia trayectoria en ambos mundos, y en esta ocasión también coproducen este eufórico grito, este amoroso, aguerrido mandato de un ¡Corre! que expande su energía a lo largo de la obra, a través de los encuentros de dos personajes trazados con arte de pintura impresionista que, poco a poco, van adquiriendo diversas formas, rompiendo «ismos», y asumiendo una dimensión escénica cuidadosamente planificada.
¡Corre!, escrita y dirigida por Yolanda García Serrano, se desarrolla con una sucesión de secuencias en diferentes ámbitos: con muy pocos elementos los diálogos entre los protagonistas, y los que cada uno mantiene con los personajes fundamentales en su vida —ausentes en escena—, logran que el espectador sea tanto un observador muy interesado en todo momento, como un buen vigilante de prisiones, atento al devenir de este delincuente y al de su hermana profesora de música, casada, formal, pero también prisionera de un pasado muy denso, dependiente de una relación matrimonial que se parece mucho a la de una chica con un padre exigente y protector a la vez.
El espectador como observador y guía, vigía de una experiencia de gran calado intelectual y emocional, donde elementos cinematográficos (elipsis muy bien logradas) se enamoran de la grandeza del teatro, donde con apenas nada se logran cimas de profundas emociones para intentar comprender cómo puede reconducirse una vida, proviniendo de una familia disfuncional y violenta. Hacia esa gran carrera se dirigen estos hermanos, y en esa lucha les seguimos muy de cerca, con un ánimo felizmente encendido.
Todo ayuda. Las luces, los escasos objetos, los sonidos, y el trabajo formidable de sus intérpretes. Un trabajo tan emocional como físico, muy elaborado, apoyado en un texto de exquisito cuidado en el que cada situación tiene varias capas de significados para el espectador más exigente, y otras muy lineales, directas al corazón del más sensible. En este contexto de riqueza expresiva, de menos es más tan bien conseguido, hay que agradecer que no se caiga en los lugares comunes de sexo y violencia a los que estamos acostumbrados por el cine y la televisión (y también por la breve tradición del tema en la historia del teatro). Son personajes cercanos que viven situaciones adversas; se instalan con un discurso aparentemente sencillo, pero van mucho más allá porque necesitan liberarse de algunas de sus zonas más oscuras.
Antonio Zabálburu despliega unas condiciones muy notables en la construcción de su personaje, por medio de un texto rico en matices y una expresividad corporal que le permite una gama generosa, capaz de atemorizar y aportar buenas dosis de ternura, con el añadido de un sentido del humor que relaja y profundiza en el carácter del personaje entre sonrisas:
Con el dinero de la venta de la casa me voy a comprar dos despachos de director general, y dos coches con aire acondicionado. Un coche para ir a cada despacho.
Si Zabálburu demuestra un talento teatral para muchos desconocido (largas temporadas con su popular doctor Javier Sotomayor de la serie Hospital Central), bueno es recordarle en dos composiciones escénicas muy distintas y muy interesantes: El invierno bajo la mesa, última obra de Roland Topor; y Tantas voces…, antología de escenas de Luigi Pirandello, ambos espectáculos dirigidos por Natalia Menéndez.
Nur Levi (inolvidable Ofelia en el Hamlet de Tomaz Pandur, con quien repitió en La caída de los dioses; fantástica en Invierno en el barrio rojo, dirección de otra actriz, Marta Etura) reafirma unas características de gran sutileza para pasar de un estado emocional a otro en situaciones de notable dramatismo exterior/interior. La escuela de su madre, Cristina Rota, hace posible que Levi consolide una personalidad muy atractiva, a la par que la de sus hermanos María Botto y Juan Diego Botto, cada uno con estilos bien definidos, siempre abiertos a nuevas experiencias.
Sociedad, familia y teatro se aúnan en una representación donde las crisis de los tres ámbitos encuentran suficiente luz como para seguir andando mientras no se deja de correr: una acción real y simbólica en una gran producción.
Ayudante de dirección: Michael Aguiló
Diseño de iluminación: Manuel Fuster
Diseño de escenografía: Carlos Aparicio
Música y espacio sonoro: Mariano Díaz
Diseño gráfico: Leticia Rivillas
Foto cartel: Pepe Medina
Fotografías: Antonio Tiedra
Tema musical: Run; intérprete: Lady Pepper
Dirección de producción: Nur Levi/Curro DT
Sala Mirador. Del 10 de marzo al 3 de abril de 2o16. Prorrogado hasta el 10 de abril de 2016.
Millones de gracias. A veces nos perdemos en las palabras, pero lo digo de corazón. Trabajamos por y para los demás. Cuando nuestro trabajo alcanza la emoción del otro, misión cumplida.
Besos
Pingback: Nur Levi se enfrenta al maremágnum de las palabras | Culturamas, la revista de información cultural
Acer AL1916
Samsung 2253BW