Cuatro fieras en un cabaret impúdico y deslenguado entre “Sofocos”
Por Horacio Otheguy Riveira
Ana Obregón, Fabiola Toledo, Elisa Matilla, Teté Delgado se lanzan a la escena y deambulan sin cortapisas por los mil y un entuertos interiores de su cuerpo menopáusico, y su consiguiente incomunicación con el perverso o tarado sexo masculino. Y lo hacen como cómicas estelares con un desparpajo canallesco. Aquí están, estas son las perlas de la divertida corona de un tema inquietante.
En un gran teatro como La Latina se presenta un espectáculo con estructura de sketchs típicos de cabaret desvergonzado, con cuatro auténticas fieras que se ríen de sí mismas en su “despropósito” hormonal, sin pelos en la lengua, cantando lo mismo un tema de Rafaela Carrá que uno del Dúo Dinámico, pero sobre todo forjando, cada una en su estilo, una gran corriente de simpatía entre el público femenino.
Ana Obregón, Fabiola Toledo, Elisa Mantilla, Teté Delgado se lanzan al escenario y lo dan todo; deambulan sin cortapisas por los mil y un entuertos interiores de su cuerpo, y su consiguiente incomunicación con el perverso o tarado sexo masculino.
En una sucesión de escenas donde lo soez no quita lo valiente, ni sobra la vulgaridad en un contexto perfectamente resuelto a la manera de las antiguas revistas (por ejemplo, El Molino de Barcelona, catedral del género), donde el director Juan Luis Iborra ha sido capaz de aunar cuatro estilos muy diferentes, como también sucedió con otras actrices en las tres versiones anteriores de estos “Sofocos” que ahora llegan como Sofocos Plus, pero que aquí logran una calidad aún mayor en el desarrollo de casi dos horas de bullente comicidad, especialmente basada en la encantadora manera que tienen las cuatro actrices de afrontar personajes y situaciones en un género en el nunca las vimos tan desbocadas.
Están juntas en el prólogo, el epílogo, una escena de peluquería, y en las canciones, pero a lo largo del show cada una se luce en diversas escenas a base de monólogos o dúos, con unas composiciones impecables, tan desaforadas que resultan fascinantes en su desvergonzada manera de plantarse.
Empieza la más experimentada de todas, la que más tablas tiene y que hemos admirado en afinadas comedias como Historias de un karaoke, de Juan Luis Iborra y Antonio Albert, lo mismo que en la brava tragedia Ay, Carmela, de Sanchis Sinisterra: Elisa Matilla. Y arranca con un monólogo en el que se empeña en hablar “de la sequedad, pero no de la sequedad medio ambiental, sino de la sequedad de mi coño, que lo tengo seco, seco, seco”. Y saca chispas interpretando a una tímida que se va deslenguando a medida que avanza su relato de tristes vicisitudes cómicas (sic), como en el relato de su marido intentando derribar la muralla infranqueable que tiene entre los muslos.
Sexo, mucho sexo, y también otras pasiones frustradas. La Matilla también es una sacrificada limpiadora que comparte escenario con la Obregón; y sobre todo una cajera de supermercado muy bestia, con mucha mala leche, que le hace la vida imposible a Fabiola Toledo, una clásica señora que se quiere cuidar con alimentos de primera calidad, y ha de enfrentarse al resentimiento de una empleada que lo más amable que termina diciéndole es “puta”.
Si todas tienen bien ganada galería de personajes con buena dosis de sorpresas (incluida una película rodada entre camerinos), algunas escenas les permiten lograr el más difícil todavía en situaciones como la limpiadora vividora y vaga de Ana Obregón (quien aprovecha para mofarse de “los posados de la Obregón”, entre otros aciertos, noche a noche diferentes), o una magnífica dislocada Fabiola Toledo en el diván de un psicoanalista porque no admite los sofocos pero es presa de una ansiedad y una inquietud física desternillantes.
Teté Delgado es, junto a Matilla, quien más experiencia tiene en todos los géneros teatrales; como 23 centímetros, de Carles Alberola y Roberto García; Los cuernos de don Friolera, de Valle Inclán, en el Teatro Español, o la larga gira con El pisito, de Azcona. Aquí aprovecha todas las ocasiones para ser la primera en reírse de su gordura, brillantísima en el gimnasio junto a la Obregón, y sobre todo en la recta final asumiendo un monólogo que es una pieza teatral en sí mismo, con personajes ausentes que el espectador puede imaginar perfectamente, y con un tema de lo más osado: abierta de piernas en la consulta del ginecólogo nos cuenta —en los términos de una mujer gallega [como ella misma, nacida en Ferrol], llana, directa y con su punto de pudor— los avatares de su menopausia y el arte inconmensurable del médico que le descubrió el punto G con “el patito ese de metal con que te revisan…”.
He visto esta función un jueves a sala llena, y fue muy notable el apoyo incondicional del público femenino, identificado siempre, aceptando las reglas de juego de un humor sin florituras, del que jamás se podrá ver en televisión. El vaivén a veces tan dramático de la menopausia frente a la “pitopausia” de los hombres se encuentra muy a gusto jugando en la misma cancha de la vida cotidiana, como si las espiáramos cuando están solas, despatarradas y tan a gusto diciendo cuanto se les pasa por la cabeza, dispuestas a salir adelante cueste lo que cueste, pero —eso sí— mofándose a más no poder de cuanto les sucede.
Sofocos Plus
Textos: Juan Luis Iborra, Sonia Gómez y Antonio Albert
Dirección: Juan Luis Iborra
Con la presencia virtual de Carlos Sobera
Vestuario y escenografía: Agatha Ruiz de la Prada/Estudio ARP
Concepto y desarrollo musical: Luis Gómez-Escolar, Fernando Sancho y Luis Carlos Esteban
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Fotografías: Sergio Parra
Muy buena crítica. Pero no es ni Fabiana ni Fabiona, es Fabiola Toledo.
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