Unas «Princesas del Pacífico» graciosas, grotescas y muy peligrosas
Por Horacio Otheguy Riveira
Un recorrido por la desgarrada situación social de dos mujeres en una España atemporal que marca a hierro candente mucho de la cruel inmoralidad actual. Tras las huellas de grandes clásicos de la literatura y el teatro universal, la miseria integral de los marginados se convierten en un arma de doble filo, al acecho de la buena y opulenta sociedad que los ha creado. Dos actrices formidables y una puesta en escena de un excelente actor, José Troncoso. Trío espléndido en una función que despliega mucho ritmo en una espiral de brillantes situaciones.
Pobres, muy pobres, tía y sobrina viven en una indigencia donde la felicidad se viste de maledicencia, como si maldijeran el suelo que pisan… todos los demás. Así ven el mundo entre chascarrillos que provocan carcajadas limpias en los espectadores, que pronto se convierten en tan patéticas como las protagonistas.
Unos espectadores alucinados por el talento de actrices que componen personajes insólitos en el teatro nacional, lejanamente emparentados con el poderoso grotesco de la Commedia dell Arte (Italia, siglo XVI) o el influjo irresistible de aquella «cuerda loca» de los grandes personajes de Luigi Pirandello (1867-1936). Más aquí, en el escalofrío español, podemos reconocerlas como surgidas de la Misericordia de Pérez Galdós o entre las sombras más negras del esperpento de Valle Inclán (1866-1936) y, por ejemplo, la terrible sordidez de sus Divinas palabras.
Pero en estas Princesas del Pacífico no da tiempo para impulsar el desarrollo de estas cimas históricas: en la escasa hora y diez en que transcurre, lo importante está desarrollado a través de la acción creciente de estas criaturas con las que nadie querría compartir mucho espacio, seguramente malolientes, además de chillonas, la dentadura negra y medio rota, las maneras groseras o con falsas amabilidades surgidas de alguna clase de sumisión a la autoridad, como cuando van a quejarse al capitán del barco por las malas condiciones de su «caramarote», pero la tía frena toda bronca al descubrir que el alto jefe es, ni más ni menos, que el pescadero del barrio ascendido a lo más alto…
¿Y qué hacen estas mujeres en un barco, y no un barco cualquiera sino un crucero? Pues se lo han ganado en un sorteo. Apenas comienza la función la tía coteja su cupón con la televisión: «No gastes luz, que con la de la tele alcanza». Y el premio es para ellas: un viaje inolvidable al que nos invitan con muy pocos detalles de vestuario y escenografía, y mucho talento para convencernos de cualquier acontecer en la nave, y arrastrarnos por «accidentes» y pasiones que posiblemente las lleven a un callejón sin salida.
El devenir incesante de acciones físicas se integra estupendamente con un texto divertido, vibrante, con muchos hallazgos de lenguaje e información visual, nunca discursiva. La puesta en escena consigue un raro suspense, como raro es todo el conjunto en el que el horror de la miseria puede hacernos creer que surgen de una caverna anacrónica, aunque el mal sabor de boca, teatralmente admirable, demuestre que a poco que nos movamos por la gran ciudad, preñada de consumo y oportunidades, similares personajes se asoman como amenazantes criaturas que se arrastran por un mundo ciertamente más peligroso que ellas mismas. Por momentos, tan entrañables que nos las llevaríamos a casa. Craso error. Se comerían todo lo que encontraran, y lo que no lo robarían, dejándonos sin Pacífico y sin Princesas. El horror de la miseria que hasta resulta simpático es un puñal atravesado en el corazón de nuestro confortable sistema de vida que nos permite ir al teatro y «aprehender» mejor una realidad que día a día resulta más siniestra: televisión, consumo, globalización, miseria moral y cultural y una risotada sin dientes que da escalofríos.
Las Princesas del Pacífico es una producción de La Estampida, cuyos componentes tienen una amplia formación en arte dramático, complementada con grandes nombres y compañías de la escena nacional e internacional: Phillippe Gaulier, Arnold Tarraborelli, Complicité… Tras años de trabajo en teatro, cine y televisión, José Troncoso, Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León, con el inestimable apoyo de Sara Romero, deciden levar anclas para iniciar este nuevo viaje hacia La Estampida.
Iluminación: Juanan Morales
Fotografías y gráficas: Ignacio Isasi
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