Manuel Rivas: «En vez de ir hacia la utopía nos dirigimos a la distopía»
El último día de Terranova
Manuel Rivas
Alfaguara
Por Telmo Avalle (@telmoavalle)
Tenía la historia inscrita en la mente y solo le faltaba escribirla. Podría haber elegido cualquiera de las librerías que cerraron durante el año pasado, que fueron casi un millar. O durante el anterior, cuando se tapiaron cerca de quinientas. Por recuerdo y morriña, Manuel Rivas decidió escribir sobre la primera librería en la que entró, siendo todavía niño y acompañado por su madre. Se llamaba ‘La Poesía’ y, aunque el negocio desapareció de La Coruña, su espíritu indómito reaparece en ‘El último día de Terranova’ (Alfaguara) como un refugio de silenciosa resistencia contra la historia y la barbarie. La continuación de un giro concéntrico que se inició con ‘Los libros arden mal’.
El último día de Terranova es un alegato por las librerías, uno de los últimos reductos de la libertad.
Efectivamente, es uno de los reductos. Un lugar de resistencia que en la novela se anuncia casi como un final con el capítulo y el cártel de ‘Liquidación Final’, y que desde una visión fatalista sería el final de la historia. Una especie de extinción que no llega porque hay una rebelión íntima de las palabras y un movimiento de arrepentimiento del narrador, Vicenzo, por haber escrito ese letrero. La fecha donde arranca es muy cercana, muy inmediata, y lo que provoca esa rebelión de las palabras es el despertar de la memoria: De dónde viene Terranova y cuál es su pasado. Ha vivido tiempos también muy duros, pero la crisis a la que se enfrenta ahora es existencial. Es una crisis que también se da en el periodismo y que en la cultura tiene una singularidad con respecto a las crisis generales, porque cierran muchas cosas. Lo que despierta cierta perturbación es por qué cierra Terranova, una librería que es un espacio de saber y de imaginación. ¿Qué no está diciendo eso? Como obra literaria tiene su propia autonomía. No es la historia de la realidad sino la historia intima de la gente. Es una pelea contra la historia. Para mí uno de los aspectos más interesantes de la literatura es que puedes no sólo contar la historia, sino luchar contra ella.
El compromiso social de la literatura.
Toda literatura es comprometida. Hay una frase de Miguel Torga que dice que «el primer compromiso de un escritor es escribir, pero todo lo que escribe le compromete». Hoy en día escribir supone también una actitud de cierto activismo cultural. Porque también hay activismo en contra de la cultura. Esto no significa que lo escrito sea subalterno, de una tesis o una posición política e ideológica. Lo fundamental de la literatura es que debe tener su propio andar. Un andar vagabundo. Por eso aparece tanto Charlot en la historia, porque su modo de andar es la misma que el de la literatura. Es simultáneo, porque va pisando una cosa y al mismo tiempo su contraria. Pisa la vida y pisa la muerte. También hay un impulso del deseo que permite andar y que aquí es la ironía. Es la que permite a las palabras levantarse después de caer. Es el tipo de humor que conecta con el dolor.
¿Y las librerías?
En el mundo de hoy uno de los dilemas centrales y una de las contradicciones fundamentales, en una terminología situacionista, es la continuación del surrealismo más comprometido. Vivimos una dialéctica del lugar humano, de la memoria, de la emoción y de un proceso que en el libro se llama el ‘Imperio del Vacío’. Es un deslugar. Si existe la ciudad es porque hay librerías, tabernas, lugares asociativos o un local donde ensaya un grupo de música…Pero el proceso de vaciamiento, a lo que lleva, es a que cada vez va desapareciendo la ciudad. Estamos más metidos en un mall, en una gran superficie comercial. Por eso la importancia de mantener los lugares. No es un fetichismo por las librerías, sino del significado de que mueran. Tiene que ver mucho con el camino que llevamos. En vez de ir hacia la utopía nos dirigimos a la distopía. Cada vez se parecen más a los ‘Tiempos difíciles’ de Dickens. Incluso parece una anomalía hablar hoy en día del Estado de bienestar, como si fuera una cosa que tuvo su sentido después de la Segunda Guerra Mundial pero ya se ha acabado. La anomalía sería el Estado de malestar.
Pero Terranova es la confluencia de más cosas. Como, por ejemplo, de los personajes, que son fuertes y a la vez vulnerables.
Es algo bifaz, como la ‘Piedra del Rayo’. También son sustitutos de alguna forma: Zas lo es de Boca di Fumo; Viana de una puta; Dombodán del narrador cuando suben a la catedral y los pillan con LSD; e incluso Atlas, que muere en sustitución de Amaro. Es una novela llena de vulnerables. De la condición frágil del ser humano, que soporta una avalancha de mierda que se lleva todo por delante. En Terranova tanto Vicenzo como Amaro pueden vivir porque es un territorio anfibio situado entre la España real y el exilio. Es decir, tiene una ubicación real pero al mismo tiempo tiene su penumbra, su tierra escondida, su cámara estenopeica. Y Amaro, que es el que más sabe de Ulises, e recluye en esta habitación, que es como una nave.
Es verdad que quizás su memoria siempre ha sido de mar, de poética y de naturaleza. En el libro vuelve a reflexionar sobre este enlace.
Está la presencia de las palabras y de los cuerpos, en el sentido más animista y pagano. Los cuerpos de todos están a una misma altura, incluso de los seres menudos. Porque es una fascinación por la vida y sus manifestaciones. No hay nada comparable en voluntad de estilo a la naturaleza. Realmente es algo increíble que te ofrece sin nada a cambio. Pero también los cuerpos humanos tienen aquí inscrita la historia y el sufrimiento. El propio narrador tiene la marca de su pasado, que se manifiesta a través de su enfermedad. Hay esa unión entre tierra y lenguaje. Mucho paralelismo con las formas de hablar, con el lenguaje, el silencio y la ocultación. Tiene mucho que ver con las peripecias y los avatares de las personas. Hay una osmosis del lenguaje, que también sufre la historia y la recesión.
¿Se refiere a la Transición? Aquí le confiere un rasgo represivo que no pareció tal.
Sí, incluso cuando aquí hay elecciones democráticas vemos esa presión. El viaje de Garúa es el retorno del exilio. Un camino de vuelta. Aquí sigue el monstruo vivo pero también está la situación paradójica de que el encuentro entre Vicenzo y Garúa coincide con la muerte de Franco y su funeral. Por una parte se da esa especie de enamoramiento, y por otra el deseo de pelear contra la historia. Durante aquellos días se consolidó la Operación Condor, e incluso en los años ochenta vienen torturadores de Argentina para recibir instrucciones. A mí me hubiera gustado que la Transición, en vez de ser esa metamorfosis, hubiera sido una ruptura democrática real. Evidentemente, mi interpretación es frente a la idealización de la Transición como gran modelo de paso. Hay que mantener un inconformismo critico frente a ese fetichismo. La prueba es que todavía estamos hablando de Transición. Hay un momento en la novela que marca la frontera entre el triunfo de acomodación frente al inconformismo crítico, y es cuando aparece la figura de José (Pepe) Martínez, el fundador de Ruedo Ibérico. Era la bestia negra del Franquismo, pero en 1975 los servicios de inteligencia españoles bombardearon la editorial en París, porque era un proyecto plural que abarcaba a toda la oposición. ¿Qué pasa después? Que Martínez vuelve y no puede seguir adelante porque gran parte de la gente que tenía en apoyo está dopada por el poder. Para mí la Transición se jodió con la muerte de José Martínez.
También ahora se comenten barbaries.
Sí, pero por ese tipo de economía canalla. Es otra avalancha de mierda diferente, que produce eso que comentamos. Si cierran librerías es que ocurre algo más que una crisis económica. Ocurre que en la enseñanza, cualquier chico de bachillerato, puede no tener contacto alguno con el saber, cuando para la enseñanza es enseñar a pensar. No es acumular.
Quizás se pretende eso.
Totalmente. Pero se debería enseñar a pensar libremente, a sentir, a interpretar… Porque el acumular caduca de un día para otro. La literatura tiene la singularidad, en palabras de María Zambrano, de «ser la historia y el corazón de los pueblos». Lo excéntrico, el lenguaje que no quiere dominar, es lo que te enseña a sentir y a pensar al mismo tiempo. También a escuchar esa voz que no quiere dominar. Nos trasmite esa historia de la humanidad.
¿Qué perdemos cuando una librería echa el cierre?
Estamos en esta pugna. Evidentemente, está pasando algo. Estamos en ese momento en que el aire está contaminado. También el aire de las palabras y del lenguaje. La de la cultura es una lucha por respirar. La cultura puede servir para controlar las mentes e incluso para tapar o borrar, pero la buena y crítica expresa maravilla y rebeldía contra la injusticia. Esto es imprescindible para que no se imponga ese vacío. Porque, además, el vacío se llena de cosas malas.
¿También para limpiar el miedo?
Esa expresión que engancha Garúa es verdad. Los seres más frágiles y vulnerables, cuando se impone el miedo, se pueden aplastar unos a otros. Es como la imagen de los estorninos, que si son capaces de unirse y funciona la solidaridad pueden sobrevivir y crear algo diferente. A quienes más afecta y daña el miedo es a los frágiles.
¿Hemos olvidado que venimos de la tierra?
Sí, creo que hay escisión muy absurda. Cuando miro la historia, la herencia que se va a dejar del siglo xx son los residuos radiactivos, que durarán 100.000 años. En el ultimo libro de Mankell, ‘Arenas movedizas’, cuenta que unos arqueólogos dan en unas excavaciones en Suecia con un resto humano que se calcula de 10.000 años, y todos los que acuden quedan sorprendidos porque tiene un títere. Me parece extraordinario reflexionar sobre esta contraposición de hacer más juguetes y títeres.
¿Dónde está la Tierra Escondida?
Por un lado es el lugar dentro de la psico-geografía de Terranova, donde están los tesoros de la libertad. Esos libros en su ultimo reducto secreto. Pero también es una metáfora. Cada uno tenemos nuestra Tierra Escondida. Es nuestra zona secreta, donde guardamos la clave que lleva a la huerta de Ítaca, el número de árboles.
En la poética de su obra es posible aislar las líneas de un libro e insertarlas en otro. ¿Este libro podría unirse con ‘Los libros arden mal?
No tiene mucho sentido el que los libros tengan esta forma de paralelepípedos. Tendrían que ser circulares, para poder hacer círculos concéntricos con ellos. Los escritores hacemos el trabajo de ‘Las espigadoras’ de Millet, las mujeres que rebuscan lo que va quedando bajo tierra; y detrás de ‘Los libros arden mal’ están los granos y la simiente de esta novela. Si pudiera colocarlos, haría un libro con círculos concéntricos. (Empieza a dibujarlos) El origen del primer círculo podría ser el poema de ‘Pan Negro’, que está escrito en 1981. Después podría poner ‘La lengua de las mariposas’ y ‘El lápiz del carpintero’, luego ‘Los libros arden mal’ y éste. También habría espacio para ‘Todo es silencio’. Tienes razón en eso. Se pueden hacer injertos porque existe una confluencia. Son círculos en expansión y pueden pasar de uno a otro. Tienen una condición de injertos de naturaleza que puedes poner en un árbol para que vuelen de una rama a otra y adquieran sentido. También, y creo que es la condición de la literatura, escribir es poético o es otra cosa. Para mí lo poético es aquello que nace de nuevo. Una planta diferente. Son palabras que se levantan del suelo en busca de la luz o de la sombra.
¿Entonces también sería poética esa reconexión con la naturaleza y que tan dificil es hoy en día?
Gran parte del malestar que sentimos hoy en día tiene que ver con esa amputación. Posiblemente hay una idea de David Thoreau que dice que la belleza está mas cerca de lo salvaje que de lo bueno. Lo bueno es un concepto moral que puede mudar según qué épocas y siempre está vinculado al mal. Lo salvaje es una palabra tabú, cuando tendría que ser lo que no está domado ni contaminado.
Lo que no está humanizado.
Sí, sobre todo si por humanizado se entiende esa dimensión de lo indomable, por lo que tiene de animal también. Lo que pasa es que en lugar de considerarnos parte y compañeros de naturaleza hay una idea supremacista de que somos mejores. Ahora se van cuestionando ciertas cosas, pero parte del sentido común todavía es dominar. Esa economía canalla se basa en la explotación de la naturaleza y en abaratamiento humano.
En la novela se refiere al Café Comercial, que ya no existe.
Es increíble, porque muchas de las casualidades que pasan tienen forma de causalidades. En el Café Comercial tiene lugar el encuentro con Garúa, y conocí la noticia de que cerraba cuando estaba en arresto domiciliario trabajando en el libro. Es una sensación extraña. Por un lado estás escribiendo, creando una realidad diferente. Pero también te peleas con la realidad… Me gusta la idea del realismo trascendente de la que hablaba Max AuB, donde de algún modo se logra levantar el suelo.
¿Se da mucho esa causalidad en su obra?
Por supuesto, porque lo imaginario también es, si vemos la realidad con los círculos. Sería otro circulo de la realidad, o viceversa. Por eso la realidad forma una parte tan importante en los sueños. De hecho, están conviviendo. No puedes decir «voy por una acero y cuando me cruce soñaré». No, vas por una acera y sueñas. Estamos hechos de esa idea griega planteada por Píndaro de que somos las sombras de un sueño.
¿Y qué podemos soñar después de ‘El último día de Terranova’?
Desde luego pueden cerrar Terranova, pero podemos soñar con abrir otro. Esa condición de lo que define el ser humano a mí me parece que ya es un sueño bastante importante. Lo que genera el ser humano es la capacidad de rebelarse contra la injusticia. Eso siempre va a atravesar la historia. Es un sueño magnífico, porque a veces los sueños se identifican con fantasías, con creaciones divinas. Y sería un sueño maravilloso el poder ver lo que ya existe, lo que tenemos y está oculto y tapado. Me gustaría que, en vez de crear un dios abstracto, fuéramos capaces de ver el que no se extingan las luciérnagas ni los bichos.