Victoria (2015), de Sebastian Schipper
Por Jaime Fa de Lucas.
Lo que más atrae de esta película es que, presumiblemente, no hay cortes, toda la grabación es un plano-secuencia. Nos ponen el queso y mordemos. Director alemán. Calles de Berlín. Emigrante española como protagonista. Más queso… y volvemos a morder. Así a bote pronto, antes de verla, iba con la idea de encontrarme algo como Oh Boy (Jan Ole Gerster, 2012), pero la excelencia no está al alcance de todos. Después de verla, recuerda a una película que, de hecho, no recuerdo bien, Corre, Lola, corre (Tom Twyker, 1998). Victoria cumple con creces en el apartado técnico, no obstante, el contenido deja mucho que desear.
El tema de los planos-secuencia es algo que normalmente funciona y que sirve para acentuar la percepción espacio-temporal y la conexión del espectador con la ficción. Directores como Béla Tarr o Andrei Tarkovsky dan auténticos recitales de plano-secuencia. Aunque Victoria es técnicamente muy buena, presenta un error importante: incluir música extradiegética, esto es, música que es externa a los sucesos ficcionales, añadida posteriormente en el proceso de edición. Si el objetivo es que el plano-secuencia me conecte con los hechos y enriquezca mi apreciación espacio-temporal, no se puede añadir música que no pertenece a la realidad de los personajes, ya que desconecta al espectador y disminuye la potencia de ese plano-secuencia. Me vienen a la cabeza dos películas también rodadas en su totalidad en plano-secuencia: El arca rusa (Alexander Sokurov, 2002) y Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014). Ambas son conscientes de que la música tiene que pertenecer al mundo de los personajes. En este sentido, Birdman –cuyo plano-secuencia es falseado– juega con esta idea, pues si bien en un primer momento la batería que suena parece externa a los hechos, en algunas ocasiones aparece el batería tocando dentro de la escena, como asegurándonos de que pertenece a la realidad de la ficción –entrando en una serie de capas y relaciones entre realidad-ficción que no corresponde explicar aquí–.
Hay que reconocer que más allá de ese fallo, la grabación es impecable. Sí que se aprecia algún error cerca del final, como el del hombre vestido de verde que no sabía cuándo tenía que entrar en el hotel y hace un amago raro, pero por lo demás… Me quito el sombrero ante el trabajo de los actores. La interpretación de Laia Costa es magnífica y más teniendo en cuenta que son más de dos horas seguidas de rodaje, hablando, bailando, caminando, corriendo, montando en bici, etc. Los actores alemanes también responden a la perfección. Ninguna pega.
Lo peor de la película es, sin duda alguna, el guión –ojo spoiler–. Todo empieza bien, conversaciones naturales, espontaneidad, generando cierto interés, a ver qué pasará… El punto de inflexión es la escena del piano, ya que genera un contraste del que la película no se recupera. Si bien parece que ese momento musical mágico, cuasi romántico, va a desplazar la historia hacia territorios más trascendentales o más poéticos, sucede todo lo contrario, pues poco después asistimos al desarrollo de lo que bien podría ser un cliché hollywoodiense. En el momento en el que entran con el coche en el parking y aparecen unos mafiosos con escopetas, la película muere. Autodestrucción. La manía de incluir delincuencia y pistolas, como si fuera la única vía posible para levantar emociones o mantener la intensidad.
A partir de ese momento el guión se vuelve rocambolesco y predomina la inverosimilitud, especialmente por la actitud de la protagonista y la estupidez de los personajes. Es cierto que el tramo final genera bastante tensión, pero de la forma más elemental que existe: mafiosos, armas, drogas, un robo, tiroteos, sangre, muerte, secuestro, etc. No veo la necesidad de todo esto. Ya una vez digerido el metraje, da la sensación de que el director partió de la idea del plano-secuencia y luego incrustó un guión en ella. Además, nada tiene que ver la primera parte de la película, pre-mafiosos, con el resto. Podrían ser dos películas diferentes sin ningún problema. Precisamente, lo único que las conecta es el plano-secuencia.
En definitiva, lo que nos queda es una película técnicamente excelente, por ese interminable plano-secuencia y por la brillantez de las actuaciones, pero con una historia muy floja que acaba transitando lugares comunes. Ni siquiera se establece un guiño alegórico a esa victoria de Victoria, la emigrante española, pues es la que finalmente se lleva todo el dinero. Hubiera sido interesante abrir esas posibilidades interpretativas relacionadas con la crisis y esa reciente emigración española a Alemania. Mucha forma y poco contenido.