María Botto va a por todas en el via crucis de una mujer rota
Por Horacio Otheguy Riveira
Entre tu deseo y el mío, de Juan Diego Botto protagonizado por su hermana María, dirigidos por su madre Cristina Rota y escrita una de las canciones por Nur Levi, tercera hermana: una familia teatrera a tope para contar una historia familiar de trauma y desgarramiento. La energía de una actriz excepcional da la clave con la que enamora y provoca escalofríos.
Medio desnuda, con su camisón y su borrachera, arranca desafinando uno de los gloriosos temas de Judy Garland en El mago de Oz: pero lo hace mientras intenta suicidarse, y en su camino de autodestrucción la asaltan los recuerdos como sombras chinescas, como sombras de un mundo propio en el que no se reconoce más que rabiando y lamentando.
Entre tu deseo y el mío es un largo monólogo «peinado» con ilustraciones en vivo. Una borrachera profunda en la que María Botto redescubre el arte de interpretar un perfil escénico muy transitado (hay muchos antecedentes sobre este tema en el teatro y el cine), y sin embargo renueva, lo hace propio; cada gesto, cada mohín, cada frase se abre camino por un auténtico via crucis en una niña, luego una muchacha, más tarde una mujer víctima de la presión social del éxito a toda costa encarnado en su madre (Carmen Balagué: imposible no amarla y detestarla con infinito cariño, el mismo que acabará teniendo su hija torturada hasta la extenuación por el deseo imperioso de que triunfe para sacarla de la esclavitud de un restaurante miserable).
Un melodrama crudo cuyo texto adolece de demasiados lugares comunes y escasa progresión dramática: es la actriz y la directora (todos familia consanguínea) quienes dan forma palpitante a la historia y atraviesan las palabras y anécdotas con una garra que, en cuerpo, alma y voz de cantante extraordinaria convierten toda la función en un esfuerzo sobrehumano por parte de María Botto (admirada muchas veces; por ejemplo, El zoo de cristal y más recientemente Rudolf), pero que aquí sobrecoge la delicadeza e impúdica desnudez con que atraviesa una larga noche, en realidad años de una vida, bañada en alcohol, buscando en la complicidad del público al cómplice de un alcoholismo liberador que lleve graciosamente hacia una existencia más auténtica, aunque sea a través de la muerte…
Uno de los mayores aciertos de la puesta en escena está en la excelente capacidad de la actriz como cantante: cuando interpreta temas de Garland, Janis Joplin o un fugaz toque operístico, o la canción final escrita especialmente para ella por su hermana, todo renace con el esplendor de un auténtico suicidio… imposible. Y es que así cobra trascendencia el fenómeno de la niña-mujer agobiada por su madre, muda en las audiciones, fracasada en los intentos múltiples, mientras como espectadores vemos/escuchamos a una extraordinaria cantante que podría tocar el cielo con su voz ante multitudes. Una contradicción que hace de este trabajo una colosal reubicación del conflicto en espacio y tiempo.
María Botto entra y sale del estado de profunda ebriedad del personaje para interpretarlo en diferentes situaciones, edades, conflictos. Logra admirables transiciones que se deslizan con suavidad, sin estridencias, como si se abriera camino por un bosque en llamas, una ciudad entre tinieblas; viene a nosotros, espectadores, a contarnos una desdicha que se enamora de sí misma hasta alcanzar la revelación de que habrá de empezar de nuevo cuando algunas cosas estén irremediablemente muertas.
Gran logro de la función es el amor que desprenden madre-hija, ambas con una gran cantidad de fastidiosas tendencias que, sin embargo, no repelen: al borde de detestarlas eternamente no podemos más que amarlas. La concepción escénica de esta función consigue que queramos saber, que nos adentremos en el agobiante devenir de estas vidas propias de gran melodrama, de folletín histórico, de realidad palpitante en el siglo XXI: seres pequeñitos abrumados por la enfermiza obsesión por triunfar, intentando alcanzar un éxito imposible, más allá de nuestras fuerzas…
Entre tu deseo y el mío
Texto: Juan Diego Botto
Dirección: Cristina Rota
Ayudante de dirección: Juan Pablo Cuevas
Intérpretes: María Botto, Carmen Balagué, Mateu Bosch
Diseño de iluminación: Cristina Rota, Jesús Díaz Cortés
Escenografía: Mónica Boromello, Alessio Meloni
Fotografías: Jael Levi
Proyecciones: Mónica Duce
Asesor de voz: Íñigo Asiain
Músicos (en grabaciones): Ricardo Moreno, David Gwynn, Alejandro Pelayo
Tema musical: Nunca tuvimos nada (música: Alejandro Pelayo; letra: Nur Levi)