Mundo cruel, novela esperpéntica de Jesús Campos García, un hombre de teatro
Horacio Otheguy Riveira.
Mundo cruel se construye a sí misma como una novela-antinovela, que elabora situaciones y compone personajes que viajan a contracorriente de cualquier discurso convencional. El autor permanece fiel a su visión del espectro social, basada en la relación singular con los inmuebles y los objetos con los que convivimos (recordemos, por ejemplo, su producción teatral …Y la casa crecía) y profundiza en las relaciones enfermizas que mantenemos con ellos en el patético micromundo en que vivimos. Una obra que parte de esta relación brutal, a veces cruenta, desarrollada bajo un lema perfecto de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), maestro de la intriga y la ironía: «La imaginación sirve no para hacer común lo extraño, sino para hacer extraño lo común».
Así las cosas, a Martín Jiménez se le aparece un frigorífico. No la Virgen María, ni un extraterrestre, ni siquiera un fantasma (con su sábana blanca) como a todo el mundo. ¡Se le aparece un frigorífico!
Todo empieza cuando nuestro protagonista es golpeado brutalmente por la adversidad, lo que le lleva a refugiarse en el sueño; y como su vida es tan disparatada y sus pesadillas son tan coherentes, resulta imposible saber cuándo está dormido y cuándo está despierto. Por lo demás hay de todo un poco, claro que sí, sexo, corrupción, intrigas, traiciones, asesinatos… una extraña normalidad que no debería extrañarnos, ya que la vivimos a diario, si bien aquí se muestra con el punto de esperpento propio de la tradición humorísticamente amarga de la literatura y el teatro nacionales. De allí que el autor inicie la aventura agradeciendo a sus maestros, de Cervantes en adelante, recordando las peculiaridades conceptuales y estilísticas de Valle Inclán y Jardiel Poncela, y por cuenta y riesgo de quien esto escribe, la de Álvaro Cunqueiro y Wenceslao Fernández Florez. Pero, cuidado, al introducirnos en sus páginas reconocemos como personalísimo el estilo de Jesús Campos García, quien logra conquistarnos con un magnífico argumentario bien nutrido de inspirado lenguaje.
Sinopsis. No podría decirse que Mundo cruel sea una novela de humor, porque maldita la gracia, pero algo de risible sí que tiene el que el holding heterodoxo Negocios Peculiares pretenda cambiar el mundo potenciando sus aberraciones. Martín Jiménez, un estafador honrado que será captado para tan desquiciado propósito, es golpeado brutalmente por la adversidad justo cuando había decidido dejar de ser un rico agitado para convertirse en un rico en reposo, lo que le lleva a refugiarse en el sueño.
Y como su vida es tan disparatada y sus pesadillas son tan coherentes, será imposible saber cuándo está dormido y cuando está despierto. (La realidad entreverada con las peripecias de lo irreal). Por lo demás: sexo, corrupción, intrigas, traiciones, asesinatos; en fin, lo normal.
[…] «… Por favor, no empujen. Señores, por favor, no se amontonen. Calma, por favor, que hay soledad para todos.
Extraña tienda aquella en la que se se vendían suspiros, silencios, muecas para el espejo, suicidios y abandonos.
Intuición comercial, espíritu emprendedor y grandes dosis de desfachatez necesitó doña Aurora de la Torre para poner en marcha su proyecto de abrir un establecimiento en el que se pudieran adquirir esas desgracias que tanto se necesitan a veces, pero que no es fácil encontrar en los grandes almacenes. Ella ya poseía una amplia experiencia en emprendimientos desquiciados y contaba igualmente con recursos financieros más que suficientes para poner en marcha la empresa, pero su adicción al más difícil todavía hizo que optara por partir de cero y correr el riesgo con el dinero de los demás.
¿Quién iba a pensar, cuando presentó el proyecto en el banco, que tan extravagante iniciativa pudiera llegar a cuajar? Don Casimiro Floro, director de la agencia en la que doña Aurora solicitó el préstamos, al conocer sus pretensiones, dijo por todo comentario: «¡Ni un duro!», y de no ser por la insistencia de los avalistas (todos de incógnito), así hubiera sido, pues a don Casimiro se le engurruñía la caja fuerte a poco que la propuesta le sonara a desvarío; como era el caso». […]
De un libro de memorias que espero no escribir
Nacer nací en Jaén (1938), donde viví dieciséis años: la posguerra. Y aunque entonces no era consciente —aquello para mí era la infancia—, el eco de la muerte estaba allí. Un día, tendría once años, me encontré una bomba. Normal, tiraron tantas que alguna no explotó. Y ya fue mala suerte, que aquel hallazgo bien pudo costarme la vida. Pero no, que por más que la apedreamos, no hubo forma de hacerla estalla. Otra suerte, esta vez de la buena. Yo es que siempre he tenido mucha suerte, unas veces mala y otras veces buena, pero siempre mucha. Digamos que tengo la suerte descompensada.
La buena fue que un circo, en el que hacían teatro, se instalara en Jaén cada verano. Mi padre me llevaba —jugar siempre fue mi fuerte— para verlos jugando a que eran otros. Del estudio se encargaba mi madre, que hacía de lo difícil el momento del día más deseado. Pero murieron. Y esa fue mi peor posguerra. Dejar estudios y otros desarraigos —ruina incluida— era otra forma de tirarse a un pozo del que había que salir. Y no solo una vez, que fueron tantas como naufragios hubo. Una biografía de altibajos, que el altibajo llegó para quedarse. Y así fue como aprendí a «guadianear», que cuando el aire se vuelve irrespirable, me sumerjo en la tierra y, a resguardo, continúo avanzando hacia la desembocadura sin más anhelo que el de desembocar.
Y os cuento esto, en el vestíbulo de mi casa web, para que cuando me encontréis en plena acrobacia, sepáis que tengo un centro de gravedad al que me debo y al que se debe mi precario equilibrio. De ahí mi amor a las raíces en las que me sustento, que es de esa amargura de la que se nutren mis juegos. Sí, todo árbol se debe a una semilla, y ojalá que jugando sepamos encontrarla, porque entre todos podríamos ser un bosque.
Jesús Campos García.
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