Espléndida Medea/Ana Belén en una versión extraordinaria: “Mi odio imita a mi amor”
Por Horacio Otheguy Riveira
Una historia que apasiona y que Ana Belén protagoniza en un contexto de ricos personajes, texto sorprendente, y puesta en escena que permite que todos destaquen, llevando a la protagonista a un viaje insólito de bravura, desesperación, belleza y hermosa consagración de lo terrible: una tragedia clásica que es, a su vez, una tragedia contemporánea.
Sabido es que cuanto más nos acercamos a los clásicos, más y mejor comprendemos el presente, sin necesidad de organizar versiones disparatadas para acercarlos a nuestra época. En esta ocasión, la profunda, exquisita, culta y muy arriesgada versión de un escritor, cineasta, periodista y hombre de teatro como Vicente Molina Foix, entra de lleno en un lance audaz con un triunfo intelectual y emocional como no recuerdo haber vivido nunca entre las muchas versiones de Medea que tuve la suerte de presenciar.
El bello y palpitante corazón de lo trágico
El Teatro Romano de Mérida presenta a una nueva Medea, 82 años después de su reapertura en el siglo XX, el 12 de junio de 1933. Entonces fue Margarita Xirgu la protagonista y el texto era de Miguel de Unamuno, respetuoso de la concepción original con espectacular final de carros de fuego, según la mitología griega.
Esta versión de julio 2015 se aparta de lo mitológico para desarrollar un mundo más cercano, donde las complejas relaciones sentimentales se alejan del rifirrafe de los dioses para ligarse a conflictos socioeconómicos y psicológicos en los que la hechicería tiene un lugar destacado, más como impulso espiritual de una mujer furiosa que por causa de efectos sobrenaturales puros.
Durante seis meses, Molina Foix trabajó estudiando textos de Eurípides y Séneca y muy especialmente la novela de Apolonio de Rodas, varios siglos distante de los primeros. El resultado: un texto magistral que aúna las formas y contenidos del teatro clásico con el teatro contemporáneo de un modo tan fluido que conforma una misma familia, una estructura sólida en la que el espectador de hoy no se pierde, se enriquece paso a paso, y la primera actriz realiza un trayecto de excepcional calidad, con matices que ofrecen un abanico de posibilidades de identificación y de distancia crítica. Todo es posible. Todo es hermoso. Todo es terriblemente teatral en su dimensión poética de la compleja existencia humana.
Gran espectáculo, intimismo conmovedor en el viaje más potente en la carrera teatral de Ana Belén: desde la iracunda ira del comienzo hasta el sereno e implacable final, un recorrido apasionante en el que el espectador de hoy puede disfrutar y emocionarse, divertirse como en una historia de aventuras, y caer rendido ante la única mujer de la historia del teatro que es tan preciosa y deseable como temible; tan desprotegida ante el amor como monstruosa frente al rencor; tan llena de razón como carente de esperanza.
Desde la autoría del texto hacia todos los demás, con la dirección de un año a año más sabio director, José Carlos Plaza, hay aquí una conmovedora conspiración para consagrar los complejos conflictos que se entrelazan como si se tratara de un poema infatigable en torno a Medea: el personaje que más versiones tiene en la historia del teatro, el cine y la literatura.
Resultan muy bien delineados los personajes que la rodean: desde el motivo de la discordia con el bárbaro y a la vez desgraciado Jasón (Adolfo Fernández aportando una carnalidad donde el desasosiego lucha con la necesidad y el deseo sexual), el sensible y culto preceptor que trae de la Mesopotamia la fuerza de la razón frente a un mundo irracional a fuerza de supersticioso (Luis Rallo, un modelo de conducta que se expresa con un tono de voz muy dulce en un contexto de violencia: nunca pierde su ilusión docta y libresca como portavoz de un nuevo mundo); la dulce nodriza que todo lo comprende y todo lo sufre desde el fondo del amor que siente incondicionalmente por su ama (impresionante creación de una actriz joven en la piel de una anciana al borde de la muerte: Consuelo Trujillo), y por último, dos antípodas, Jasón joven, un muchacho semidesnudo que enamoró a Medea (Horacio Colomé) y Creonte, el rey que a punto de odio eterno contra Medea descubre en ella a una mujer deseable con la que podría pactar un acuerdo (Poika Matute).
Párrafo aparte merece el tratamiento que Molina Foix y Plaza han dado a Jasón, el eje del mal sobre el que gira la desesperación de Medea: Jasón joven, un bello cuerpo mudo, impávido, al que se abraza al recordarlo, un juego en el que el deseo del pasado surge como un brote desvaído de la memoria, desde la perspectiva del fracaso actual, de manera que no se dan los abrazos ni el placer intenso que hubo allá y entonces: sólo un cuerpo hermoso, unos músculos que recorrer ahora sin pasión, un ser que recibe a la forastera pero que de aquella fogosidad ya no queda nada.
Luego el Jasón actual (en una tarea formidable del siempre espléndido Adolfo Fernández) como un hombre rudo, fuera de foco, completamente desinteresado en una suma de desprecios que llena de cólera absoluta a la mujer abandonada: sus encuentros son propios de un teatro moderno abierto y desenfadado, entendiendo por ello los terribles enfrentamientos de parejas otrora enamoradas, como se han dado a lo largo de la historia, especialmente desde August Strindberg hasta Edward Albee, por ir del sXIX al XX.
Al comienzo de la función, una furiosa Medea grita la clave:
Mi odio imita a mi amor.
A partir de allí un apasionante trayecto lleno de furia y angustia para delimitar los territorios más profundos de pasiones que suelen entrechocar, cima de verbos en la historia de la humanidad: amar y odiar. Un trayecto en el que Ana Belén se rinde a una creatividad prodigiosa en la que su cuerpo y su voz descubren el ropaje infinito de la historia del gran teatro universal.
Medea
Dramaturgia: Vicente Molina Foix
Dirección: José Carlos Plaza
Ayudante de dirección: Jorge Torres
Intérpretes: Ana Belén, Adolfo Fernández, Consuelo Trujillo, Luis Rallo, Poika Matute, Alberto Berzal, Olga Rodríguez, Leticia Etala, Horacio Colomé
Escenografía: Francisco Leal
Vestuario: Pedro Moreno
Iluminación: Toño Camacho
Música original: Mariano Díaz
Del 1 al 5 de julio, Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2015
Del 18 de diciembre 2015 al 10 de enero 2016, Teatro Español, Sala Principal.
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