“Como si pasara un tren”: una mujer viaja del pánico hacia la libertad
Por Horacio Otheguy Riveira
Una función peculiar, atípica, con una actriz superior: María Morales, arquetipo impresionante de la mujer perdida y abandonada, a cargo de un hijo discapacitado.
María Morales interpreta a Susana, la madre de un muchacho (Carlos Guerrero) con un retraso intelectual y una crisis emocional permanente por la agresiva ausencia del padre (“No me llames nunca más”).
Ambos conviven con una joven familiar (Marina Salas) sólo durante unos días. Será suficiente para que en este trayecto, madre e hijo sufran y gocen una evolución que va desde el miedo acérrimo a lo exterior hacia la posibilidad de una conquista de libertad verdadera; una aventura interior a través de un texto demasiado parco (bajo el condicionamiento de que lo menos es más), pero sacado a flote con imaginación y energía por todo el equipo comandado por una directora y colaboradoras que dominan la experiencia escénica desde todos los ángulos.
En efecto, la directora Adriana Roffi tiene antecedentes de coescritura y actuación, su ayudante de dirección, Esther Ortega, es una formidable actriz con experiencias de puesta en escena, lo mismo que la responsable del movimiento de los actores, Carlota Ferrer. De esta manera, lo exiguo del texto se convierte en una pequeña obra de arte mecida por espacios, silencios, rupturas de tiempo, elementos realistas y surrealistas, minimalismo a tope y a la vez intensa elaboración poética para que el espectador cace al vuelo las emociones tan intensas de la gran protagonista, Susana, madre y tía muy nerviosa, muy asustada, cómica en sus aspavientos, trágica en sus exageraciones, y finalmente inmensa en su capacidad de transformación para hacer del pánico por su niño desvalido… un cambio hacia la libertad de ambos.
El trabajo de María Morales a cargo de este personaje es realmente magistral: una maravilla de matices y juego de roles que acompaña al espectador mucho después de finalizada una obra de la que se espera mucho más de lo que da.
María se lanza por la pendiente del control y el desafuero como si fueran una misma cosa, muy en el pico de la montaña emocional, bien amparada en la briosa juventud de Marina Salas, la adolescente sobrina en crisis con su madre, ambas enfrentadas y finalmente colegas, en un proceso dramático que trasciende los propios límites de una obra con amargo sabor a inconclusa.
A medida que las actrices crecen, se desdoblan, contagian al espectador de fantástica vitalidad, y va creciendo en el ambiente la feliz sensación de que la función sabrá romper el círculo tantas veces visto de la familia disfuncional camino de inevitable tragedia. Equipo de dirección e intérpretes consiguen plasmar este sentimiento a cargo de una autora que debe aprender la lección de que no siempre menos es más, así como también que de los maestros del teatro del siglo XX se puede aprender mucho, que no hablaban demasiado en sus piezas de más de dos horas, sino que tenían mucho que decir.
No obstante, Como si pasara un tren llega a transmitir todo lo señalado en función de intérpretes que entregan de sí mismos la fuerza incomparable de vidas que, aunque apenas esbozadas, llegan a traspasar la cuarta pared. Eso sí: gracias, fundamentalmente, a un personaje y una actriz: la madre, María Morales, valga mi insistencia, el único personaje sabiamente desarrollado, interpretado con un talento excepcional.
En la Sala Pequeña del Teatro Español, hasta el 22 de marzo de 2015.