«La pechuga de la sardina»: España, años 60: mujeres «en un país donde se nace con miedo»
Por Horacio Otheguy Riveira
La pechuga de la sardina: un espectáculo coral en el que las mujeres sobreviven bajo la tiranía de hombres mezquinos. Realismo social en un poético entorno femenino. Fantástica puesta en escena con un magnífico reparto.
Una gran ocasión para ver una obra de Lauro Olmo (1921-1994) puesta en escena por Manuel Canseco.
El Centro Dramático Nacional, dirigido por Ernesto Caballero continúa su intensa programación con un nutrido plantel de autores españoles. Esta vez: rescate por partida doble, del gran autor olvidado, y de un director del que hacía tiempo que no veíamos nada. El encuentro no puede ser mejor: una maravilla de entendimiento para traer al presente un teatro con mucha riqueza en la distribución de arquetipos sociales desplegados con un poder de síntesis dramática muy atractivo, que trasciende los lugares comunes y encuentra en la visión del director un ámbito poético de generosa dimensión, una resolución mágica, felizmente compuesta por todos los componentes, del más ínfimo detalle al más complejo.
Una armonía que impacta no más entrar en la sala: el escenario es un gran rectángulo donde cabe una pensión con sus camas, su salón, su cocina… pero con puertas imaginarias y sin el humo de las ollas que se adivina, pero no se necesita: en medio la vida de las mujeres en la pensión; fuera, en la calle, el bullicio, la vileza de los hombres, el terror de las beatas, el desprecio feroz ante la libertad de las mujeres.
Mujeres que, sin embargo, se apañan para ser ellas mismas, para avanzar a trompicones o con ideas muy claras, cuando no para fracasar con dignidad o buscar alguna esperanza, evitando huir a esos «otros países en lo que se nace con miedo, igual que en este».
Una puesta en escena rectangular cuyos aciertos se ven de diferente manera según donde se siente el espectador: más lejos o más cerca de algunas escenas, pero todo medido con el aire poético y estructural suficiente para que nadie pierda nada esencial, aunque cada uno verá y sentirá según la cercanía o distancia de determinadas secuencias. Algo que suele ser irritante en el clásico tinglado del teatro circular, pero que aquí está tan bien coordinado que es un elemento fundamental de la función, como si texto y versión escénica hubieran nacido juntos… Con el mérito de contar con un reparto de figuras con mucha experiencia que conviven maravillosamente con jóvenes y jovencísimos, todos integrados en el lenguaje popular de la época, según la condición social de cada uno.
Una función espléndida que abre y cierra con una danza de personajes que irán desarrollando sus enemistades, enfrentamientos o cercanías, un desfile de alegrías que se esperan más que se viven en el día a día.
Un baile, unos acordes musicales, y las palabras entrelazadas en un crescendo conmovedor hacia un final panorámico muy abierto o muy cerrado, que permite algunas de las grandezas clásicas del arte escénico: conmover y hacer pensar, quedarse con muchas preguntas bailoteando como sucede a los propios personajes, apiadándose de la desgracia de una época funesta y observando cuánto aún puede perseguirnos en las distancias cortas, en los pequeños mundos de barrios, pueblos, familias… por debajo de los aparentes grandes cambios culturales y sociales.
En un rincón, una farola con un hombre con sombrero, un hombre que fuma y espera. En el extremo, otra farola, con una prostituta que también espera. En medio y alrededor una voz de anciana que teme que se le eche a perder «la pechuga de la sardina»… Un baile, una canción, y una mujer destrozada por la mala sombra de un seductor que, sin embargo, no acusa ni señala a nadie, sólo pide reiteradamente un espejo: «Un espejo, un espejo, debo estar horrible…».
Unas farolas para alumbrar la infinita soledad de mujeres que deben reconstruirse a diario. Un texto escrito por un teatrero sabio que compuso una declaración de amor por la condición de la mujer que ha sufrido el desprecio no más tener la primera regla, o el pertinaz abandono de hombres irresponsables… Aunque deja abierta la esperanza en los más jóvenes, y lo hace sin discurso altisonante, con la feliz idea de dejarles jugar con su encantadora vitalidad, ingenuos y apasionados: la criada lista y salada y el vendedor de periódicos que anuncia a voz en cuello el último crimen que trae El Caso… Todo un mundo de variopintos personajes que en su vida cotidiana explican con gran claridad la difícil supervivencia en los difíciles 60 franquistas.
La pechuga de la sardina
Autor: Lauro Olmo
Versión escénica y dirección: Manuel Canseco
Intérpretes (por orden alfabético): Manuel Brun, Marta Calvó, Jesús Cisneros, Víctor Elías, María Garralón, Nuria Herrero, Marisol Membrillo, Cristina Palomo, Amparo Pamplona, Natalia Sánchez, Juan Carlos Talavera, Alejandra Torray.
Voces en off: Maite Jiménez, Cristina Juan y David Sánchez.
Escenografía: Paloma Canseco
Vestuario: José Miguel Ligero
Iluminación: Pedro Yagüe
Espacio sonoro: Javier Almela, Roberto Cerdá
Coreografía: Eduardo Ruiz
Música original: Antonio Moreno (guitarra), Marisol Membrillo (voz)
Ayudante de dirección: Raquel Berini
Fotos: marcosGpunto
Producción: Centro Dramático Nacional
Lugar: Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva
Fechas: Del 25 de febrero al 29 de marzo de 2015
Encuentro con el público. Con la presencia del equipo artístico de la obra. Jueves 19 de marzo, al finalizar la representación. Entrada libre.
Los lunes con voz. El legado teatral de Lauro Olmo. Lunes 16 de marzo a las 20 horas. Entrada libre.
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