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Alberto Hontoria Maceín a propósito de «Disjecta membra», su nuevo trabajo

«Me gustaría decir que pasó todo tan deprisa que no me enteré de nada. Que perdí el conocimiento. Que las hormonas secretadas por las glándulas de mi cuerpo me suministraron una anestesia infalible e inmediata. Pero no fue así. Fui bien consciente de la colisión. Percibí el impacto con los cinco sentidos. Sufrí un dolor apenas perceptible. Noté la fractura de los huesos, la carne desgarrándose. Hubo una lluvia de cristales y una sinfonía de ruidos de desguace».

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Disjecta membra, de Alberto Hontoria Maceín.

Alberto Hontoria Maceín (Madrid, 1987) es psicólogo y, durante los últimos años, ha trabajado en la Universidad Autónoma de Madrid como investigador. Es también autor del libro de microensayos El sentido disidente de la fábula (Sequitur, 2013). Disjecta membra (El Desvelo Ediciones, 2014) es su primera novela. El título es una locución latina que significa literalmente miembros dispersos. Esa expresión resume con gran acierto el espíritu del libro, el cual gira en torno a la mutilación, el dolor asociado a la pérdida y el papel que juegan las prótesis; muestra hasta que punto, somos como puzzles compuestos de piezas intercambiables. Una novela atípica que bucea en los mitos de la creación para abordar un presente futurista. Un trabajo irónico e inquietante que revisa la figura del justiciero cuyo gran valor está en el hecho de ser diferente.

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Disjecta membra. Alberto Hontoria Maceín. El Desvelo Ediciones, 2014. 304 páginas. 17,00 €

Disjecta membra es la historia de tres personas marcadas con el estigma de la minusvalía. A Amelia Gallagher le mutilan las piernas tras sufrir un accidente de tráfico. Seth Randolph nació con una amputación congénita del brazo izquierdo. Jack Endore se queda ciego a causa de la progresiva degeneración de sus retinas. A ojos de la sociedad son discapacitados, seres humanos inservibles. Sus vidas han sido reducidas a un esfuerzo constante por combatir aquello. Pero la aparición de un multimillonario extrañamente interesado por la tecnología protésica cambiará completamente sus existencias. Gracias al uso de modernas prótesis, los tres llegan a convertirse en héroes imprevistos cuya superioridad manifiesta es digna de admiración. Juntos fundarán un grupo de justicieros que, tras sufrir más que nadie la injusticia, acabarán convirtiéndose en auténticos ídolos de masas.

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P.- Hoy día, tan acostumbrados como estamos a etiquetar cada lectura, tu novela se hace precisamente difícil de catalogar. ¿Ciencia ficción realista, aventuras, sátira social…?

            Se trate de una disciplina artística u otra, me fascinan las propuestas que se resisten a ser definidas con una mera etiqueta. Tengo la sensación de que las obras más ricas y cautivadoras son aquellas que renuncian abiertamente a los prejuicios estéticos de su época y persiguen la hibridación, el mestizaje. No me interesan tanto los géneros tradicionales como las apuestas que trastocan los límites de los géneros o que se afanan en explorar las zonas de confluencia entre dichos géneros.

            ¿Por qué tenemos la necesidad de encajar las manifestaciones artísticas en categorías estancas? Yo creo que tiene que ver con una especie de desconfianza hacia lo imprevisible. ¿No podemos sencillamente abrir las páginas de un libro y disfrutar su lectura? Necesitamos que alguien nos diga: «Esto es una novela histórica. Una novela negra. Literatura fantástica». Y, entonces, ya podemos ponernos a leer tranquilos.

            Me gusta decir que Disjecta membra es un cruce de realismo social y ficción especulativa, una sátira sobre la discriminación disfrazada de novela de ciencia ficción. Cuando empecé a escribir el libro, quise que fuera un texto anómalo, un crisol de muchos estilos e influencias. Por tanto, su cariz inclasificable no ha sido algo fortuito, sino completamente premeditado y pretendido.

P.- Los protagonistas pasan de ser minusválidos a los que compadecer, a superválidos con recursos suficientes como para actuar a modo de superhéroes. A partir de ese momento, ¿cuál será su objetivo y por qué?

            El propósito de los protagonistas será justamente demostrar que ni la capacidad ni la valía han de ser puestas en tela de juicio. Hay personas que se mueven en sillas de ruedas, que han perdido la vista, que padecen sordera, que han sufrido amputaciones… Por supuesto, estos seres humanos atraviesan diariamente una serie de complicaciones, pero eso no los convierte de ningún modo en minusválidos ni discapacitados. De hecho, en mi opinión, las personas que muestran unas cualidades más loables son aquellas que están constantemente expuestas a la dificultad, a los desafíos, a los obstáculos. Los personajes de Disjecta membra serán el ejemplo más radical de esta exigencia de dignidad. Con sus actuaciones tratarán de tirar por la borda los estereotipos discriminatorios y promover un cambio de conciencia. Y lo harán con la mayor de las garantías debido a que ellos mismos han experimentado en sus propias carnes toda clase de tratos vejatorios: el menosprecio, la mofa, el rechazo, la exclusión…

P.- De personajes ignorados a tremendamente admirados. Pero ¿su visión de la vida y de la justicia cambia también? ¿En qué medida?

            Desde luego, la perspectiva vital de los personajes cambia de forma ostensible. Pasan de ser parias a ser prácticamente dioses. No existe una metamorfosis más severa, más extrema. Su manera de entender el mundo se altera por entero porque el mundo que los atormentaba ahora los adora. Los indeseables que los pisoteaban son los mismos que acaban glorificándolos y cantando sus alabanzas. Seth, Amelia y Jack olvidan el miedo y abrazan la seguridad, abandonan el dolor para entregarse a la hermosa tarea de mitigar el dolor de los demás. Después de su renacimiento, ya nada será igual. A lo largo la novela se hará completamente patente su transformación.

Alberto Hontoria Maceín
Alberto Hontoria Maceín.

P.- En el contexto y la sociedad actuales (corrupción, crisis, violencia…), ¿está el ciudadano de a pie ansioso por tener unos héroes a los que admirar y poder seguir?

            No lo creo. Los ciudadanos estamos cansados de atropellos cuya solución no pasa por la intervención de unos ídolos de masas. Dejemos a la industria de Hollywood y a los guionistas de cómics seguir contando con la exclusiva de difundir cuentos de hadas. De hecho, el concepto de superhéroe nace en Estados Unidos a finales de los años treinta con el objetivo de manipular ideológicamente al pueblo norteamericano y enmascarar los problemas políticos internacionales relacionados con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Estos héroes eran un parche, un péndulo de hipnosis, y no un remedio o una cura.

            En realidad, no me agrada excesivamente el término «héroe» por sus connotaciones. Pero, habitualmente, los héroes son seres anónimos. Y lo son no porque se oculten tras un absurdo antifaz, sino porque sus gestas quedan envueltas en un silencio informativo ensordecedor. Nos hacemos eco de las anécdotas, de los casos aislados (es decir, del hombre que salva a una familia en un incendio, de la mujer que se abalanza sobre un niño evitando que sea atropellado), pero nada sabemos –o nada queremos saber– de la labor continua que hacen las enfermeras en los hospitales o del solidario ejercicio que llevan a cabo los educadores sociales en los poblados chabolistas.

            Lo que aparece en portada y en la cabecera del noticiario es la pirotecnia, el ruido mediático: lo que vende periódicos, lo que sube los índices de audiencia. Si se tratase de admirar a los héroes anónimos de los que acabo de hablar, me parecería formidable. Pero, por desgracia, a los únicos héroes que verdaderamente tenemos no los llamamos así.

P.- Inicialmente, y ante la pérdida de ciertas facultades, los personajes superan miedos que en cierto modo, antes no se hubiesen planteado. ¿La vida siempre sobrevive?

            La vida no siempre permanece ni encuentra motivos para seguir adelante; lo que se abre camino con uñas y dientes es la supervivencia. No es lo mismo vivir que sobrevivir. En alguna de sus obras, el maravilloso escritor Eduardo Galeano habla incluso de «sobremorir».

            No hay intrepidez sin la sombra del peligro, ni lealtad sin la posibilidad de traición, ni integridad sin un contexto de bajeza moral. La dificultad es el reverso necesario de la superación. ¿Acaso imaginamos los trastornos y el dolor que sufriríamos si nos amputasen las piernas o si no pudiésemos ver? En ocasiones no nos planteamos las amenazas ni los temores que perturban a nuestros congéneres hasta que no los padecemos en nuestra piel. Igualmente, no sabemos de lo que somos capaces hasta que nos vemos obligados a demostrar nuestra fortaleza.

P.- A la vista de tu novela podría surgir una reflexión: ¿cada vez somos más dependientes de las máquinas? ¿Nos complementan o nos sustituyen?

            Hemos sido siempre dependientes de nuestras creaciones. Este es uno de los argumentos que recorre la novela; esto es, indagar el modo en que nuestras creaciones nos crean a nosotros, explorar hasta qué punto las cosas que vamos creando nos redefinen y alteran sustancialmente lo humano. Se trata de una inversión de las relaciones entre sujetos y objetos… cuestión, por otro lado, que han trabajado abundantemente la antropología, la sociología y, sobre todo, la filosofía. La mayoría de los artefactos de las culturas humanas tienen el poder de transformarnos en algo distinto de lo que éramos antes de su aparición. A menudo, no son nuestras necesidades las que guían la fabricación de nuevos aparatos o utensilios, sino que son los objetos los que inventan, por decirlo así, nuevas funciones o necesidades. Y a partir del momento en que entran en escena dichos enseres, ya no podemos imaginar nuestra vida sin ellos. La película Los dioses deben estar locos retrata en clave de humor este curioso fenómeno. Los seres humanos, como seres sociales, siempre hemos tenido el impulso de comunicarnos, relacionarnos… ¿pero acaso hace un par de décadas necesitábamos saber constantemente lo que hacían o dejaban de hacer los demás? Vivimos atrapados en pantallas a través de las cuales recibimos información sobre lo que otros hacen minuto tras minuto. Ansiamos conocer los detalles insignificantes de las vidas de nuestros amigos, de los amigos de nuestros amigos, los sitios a los que acuden, con qué se entretienen, qué les gusta, qué les enfada, etc. Nos hemos convertido en museos andantes de nuestra propia intimidad. Y ya somos dependientes a todas luces de algo de lo que antes no dependíamos. Por tanto, aunque no somos cada vez más dependientes de las máquinas (siempre hemos sido siervos de nuestros productos), sí es verdad que el hecho de que los objetos sean cada vez más sofisticados –fundamentalmente, los que están más estrechamente vinculados con la tecnología– hace que nos veamos más dominados o atrapados por sus garras. Las máquinas –y los objetos en general– son nuestra bendición y, al mismo tiempo, nuestra condena. Por supuesto, nos complementan: el caso de las prótesis de las que se sirven los personajes de Disjecta membra es un perfecto botón de muestra. Pero la complementación puede ser el paso previo a la sustitución. Hace tiempo escribí un texto en el que reflexionaba sobre este asunto y decía literalmente: «Hemos puesto un buzón de voz donde había una telefonista. Una expendedora de billetes donde había un encargado de taquilla. Un correo electrónico donde había un cartero. Un dispositivo que registra los precios de los consumibles donde había una cajera». Es un asunto muy delicado. Implica un debate profundo sobre el papel que queremos jugar como actores en una obra de teatro en la que cada vez tienen más protagonismo los elementos del atrezo.

membraP.- Tu libro, por otro lado, también me hace pensar en la condición humana y su capacidad como ser social. ¿Aprovechas para hacer denuncia de sus aspectos más extremos?

            Como ya comentaba, la condición humana es maleable, cambiante, porosa, provisional. Lo que intento con Disjecta membra es reflexionar sobre el poder abrumador que tiene la tecnología para alterar la humanidad. Creo que la tecnología es capaz precisamente de sacar a relucir nuestros aspectos más extremos. Es una suerte de amplificador, un potenciador de nuestros vicios y nuestras virtudes. Por ese motivo, en la novela se aprecia cómo las nuevas realidades tecnológicas logran arrancar lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

P.- El personaje de Cotard se antoja el de un ser superior capaz de hacer milagros y cambiar vidas. ¿Te lo planteaste así?

            Siento debilidad por Cotard porque es el personaje que tiene más planos de lectura y, a la vez, del que menos sabemos. No solo sabe poco de él el lector, sino que yo mismo quise que fuera ciertamente ajeno e indescifrable para mí. Russell Cotard es el único protagonista que no nos habla en primera persona. Además, es sumamente ambiguo e impredecible. Todas sus decisiones y razones tenemos que suponerlas o interpretarlas sobre la base de los hechos que se narran en la novela. Realmente, Cotard es el centro de gravedad de Disjecta membra. De manera progresiva, según se van materializando sus planes y deseos, Cotard irá endiosándose y creyéndose un ser prácticamente omnipotente. Este personaje representa la ambición de los seres humanos de jugar a ser dioses. Es el máximo exponente de esta voluntad que late, en mayor o menor medida, en el corazón de todos nosotros. Revestido de este mesianismo, Cotard comenzará a enamorarse de su propio poder, pero paralelamente se dará cuenta de que emular a las divinidades no solo conlleva realizar milagros: también implica desencadenar desastres y ser la diana de la culpabilidad.

P.- Claramente, los estudios tecnológicos y científicos avanzan a pasos agigantados. ¿Los planteamientos sobre prótesis que se dan en tu novela están quizá cada vez más cerca?

            Sin ninguna duda. Los profesionales del ramo de la ingeniería protésica con los que estuve charlando para documentarme me confesaron inquietantemente que este campo estaba todavía por explotar. Lo que más me preocupaba cuando inicié la escritura de Disjecta membra era plasmar una serie de conjeturas descabelladas o nada próximas al estado actual de las ciencias aplicadas. Sin embargo, sus orientaciones me ayudaron a entender que no solo no estaba especulando sobre situaciones imposibles o impensables, sino que las hipótesis que estaba desarrollando pronto podrían dejar de ser simples hipótesis. Al final, como suele decirse, la realidad siempre supera la ficción.

P.- Para ser tu primera novela has sido muy arriesgado en cuanto a temática y estructura narrativa. ¿El mundo está hecho para los valientes?

Siempre me han atraído las historias singulares, los argumentos insólitos. Las novelas que más suelen gustarme son aquellas que esquivan los lugares comunes y los recursos convencionales. Al menos, desde el punto de vista de la trama. Con las obras cinematográficas me ocurre exactamente lo mismo. La originalidad del guion es el aspecto de una película en el que más me fijo. En este sentido, me encanta el trabajo de Charlie Kaufman, que ha escrito el guion de algunas de las películas más extraordinarias que he visto en mi vida: Cómo ser John Malkovich, ¡Olvídate de mí!… y la más reciente de todas, Synecdoche, New York, dirigida también por él mismo.

En lo que respecta a la estructura, nos hemos acostumbrado a que la forma sea la hermana pobre del contenido. Rara vez se valora la organización interna de una novela. No obstante, afrontar la coordinación y el acoplamiento de todas las ideas que se me iban ocurriendo a la hora de escribir Disjecta membra fue un verdadero reto para mí porque jamás había escrito un texto narrativo de semejante extensión.

Hablando en términos generales, no sé si el mundo está hecho para los valientes. Pero me temo que en el caso de la literatura esta máxima no se cumple salvo en contadas excepciones. Por norma general, los lectores no quieren cambios. No quieren innovaciones. Las historias más trilladas que se enmarcan en géneros narrativos claramente definidos –la novela romántica, la novela policíaca, la novela de terror, etc.– son las que acaparan más atención por parte de los medios y, por ende, las que terminan siendo más sugestivas para el público. Resulta revelador echar un simple vistazo a la lista de best sellers. Algunos de los autores más exitosos se han especializado en escribir una misma novela una y otra vez, modificando únicamente la época, el escenario o los nombres de los personajes. A veces solo es cuestión de encontrar la fórmula mágica y explotarla hasta la extenuación. Como es de esperar, las editoriales no tienden a publicar obras singulares, sino libros que puedan venderse como churros. De modo que, en lo que concierne a la literatura, diría que el mundo, más que estar hecho para los atrevidos, está concebido para quienes saben lo que el público quiere… y simplemente se lo dan.

P.- ¿Estás ya embarcado en algún nuevo proyecto narrativo?

            Sí. Ahora mismo me hallo escribiendo la segunda novela de lo que yo llamo la trilogía de la creación. Cuando comento que Disjecta membra es la primera obra de una trilogía, surge invariablemente la misma confusión: se da por sentado que la trama de esta novela continuará con otras dos entregas más. Y no es así. La historia de Disjecta membra nace y muere en el libro. No tengo intención de rescatar a sus personajes. Lo que sí me propongo es escribir otras dos novelas que compartan con Disjecta membra una inquietud de corte general. Esta inquietud –de la que ya he hablado antes– no es otra que explorar el vínculo de los seres humanos como creadores con nuestras creaciones, incidiendo en los modos en que estas creaciones nos crean a nosotros y nos dan una nueva dimensión. En las tres novelas abordaré esa obsesión que tengo acerca del anhelo de los humanos de jugar a ser dioses. Disjecta membra desgrana esta cuestión desde el punto de vista de la tecnología. La novela que estoy escribiendo en estos momentos pretende trabajar el tema desde el ángulo de la biología (es decir, considerando cómo los seres humanos creamos nuevas formas de vida: microorganismos, seres vegetales, animales, etc.), mientras que el tercer libro se centrará en los actos de creación desde la perspectiva de la religión. Si todo sale bien, tengo la esperanza de que pueda llegar a ser un proyecto literario apasionante.

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Por Benito Garrido.

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