El “cadáver exquisito”, el juego literario en grupo
Hay quien postula que la historia de la literatura no es más que una reelaboración continua de dos o tres temas fundamentales. Para Juan Rulfo, estos temas eran el amor, la vida y la muerte. Las diferentes creaciones literarias serían, según esta tesis, nada más que pequeños fragmentos de una gran obra, una sola obra colectiva, que inconscientemente urdimos sumidos en la ilusión de la individualidad.
Esa es la idea fundamental del cadáver exquisito. La frase “El cadáver exquisito tomará el vino nuevo” fue, valga la redundancia, el primer cadáver exquisito del que tenemos noticia, y al que debemos el enigmático nombre del juego. Sus artífices: Robert Desnos, André Bretón y Tristán Tzara. Reunidos, seguramente, en el café Voltaire de Zurich, donde se fraguaron los arrebatos que darían lugar al Dadá, y más tarde al Surrealismo, estos tres hombres, hastiados de decadencia y hambrientos de nuevas realidades, pusieron a prueba uno de los postulados elementales del movimiento: la inclusión del azar en el proceso creativo.
El automatismo, que ya había sido puesto en práctica por los primeros experimentos poéticos de Bretón y Soupault, adquiere en el juego del cadáver exquisito un nuevo matiz. La premisa es sencilla: en un papel, cada uno de los participantes debe anotar una palabra o una sencilla frase. A continuación, esa parte es ocultada mediante un pequeño pliegue y otro participante continúa la frase sin conocimiento alguno de lo precedente. Como se puede comprobar por el resultado del experimento fundacional, el juego revelaba posibilidades ocultas del lenguaje. Una especie de inconsciente compartido se anunciaba en la irracionalidad de las proposiciones –Max Ernst llegó a hablar de contagios intelectuales entre los participantes–.
El cadáver exquisito pronto se extendió a otros ámbitos. En el dibujo, la práctica dio como resultado imágenes alucinantes, figuras imposibles en las que el ensamblaje de las diferentes imaginaciones se traducía en una improbable unidad de conjunto. Algunos de los dibujos así obtenidos, entre los que destaca el realizado en 1928 por Man Ray, Yves Tanguy, Joan Miró y Max Morise, recuerdan a las inverosímiles figuras que pululan por “El jardín de las delicias”, de El Bosco.
Desde entonces la práctica del cadáver exquisito ha ido reapareciendo una y otra vez en el desarrollo de las artes. Pablo Neruda y Federico García Lorca lo pusieron en práctica en poemas que denominaron Discurso al alimón, en consonancia con la práctica taurina de agarrar la capa entre dos. Más recientemente, el cineasta Apichatpong Weerashetakul, realizó en el 2000, un proyecto cinematográfico basado en el cadáver exquisito. Se tituló Mysterious Object at Noon y sorprendió a todos por su frescura y su renovación de la narrativa fílmica contemporánea.
Lejos de ser una práctica exclusiva de artistas o intelectuales, el cadáver exquisito puede ser practicado por cualquiera, en cualquier circunstancia, y siempre, claro está, en compañía. El sueño surrealista de una poesía y un arte colectivos, intuitivos, lúdicos y automáticos –es decir, no dominados por la razón– se experimenta en el mágico momento en el que el papel es desplegado, y podemos observar como el dibujo o la frase, compuestos involuntariamente, se nos presenta con un halo de familiaridad. Como ese rostro que Borges soñó siendo uno y a la vez todos los rostros, el cadáver exquisito es expresión de la creatividad oculta que nos vincula.
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