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Black Coal (2014), de Diao Yinan

 

Por Miguel Martín Maestro.

Blackcoal_120x160OKK.inddEn Black Coal los círculos y las manos tienen especial significado, los círculos que hacen la cámara o los personajes, que nos llevan de un sitio a otro para volver al principio, ya sea a bordo de una moto, alrededor de un baile o en una pista de patinaje sobre hielo. También las manos, sean por separado o de varios, las manos no se entrelazan voluntariamente, o aparecen amputadas, o son sujetadas en plena relación erótica sin entrelazamientos, o, si acaso, tímidamente se separan y se retraen sin haber llegado a tocarse cuando uno quiere unirse a la que parece inaccesible sin saber la traición en marcha.

Black Coal, así, a palo seco, guarda poca relación con el título original, algo así como “Luminosos fuegos artificiales diurnos” o “luz diurna de fuegos artificiales” que dota al conjunto de mayor poesía, o mayor contradicción que el título occidentalizado de “Negro carbón, delgado hielo”, más unido a la literalidad de las imágenes, pero menos onírico. Al detective de la película una vida personal destruida le lleva a abandonar su trabajo para dedicarse a una vigilancia en una empresa que poco le exige, y menos le da, de ahí que el alcohol haya entrado en su vida por la puerta grande sin intención de marcharse. Su vida es nula, y así nos lo avanza esa botella vacía que rueda por una escalera interminable hacia la oscuridad empujada por el propio policía. A su divorcio, en una escena que pasa del sexo al adiós, se le une un suceso que no conviene contar, pero de esos que, por su sencillez en la producción y en su plasmación en imágenes, es de los que te deja pegado a la butaca, entre la mueca irónica del resultado de un pésimo trabajo policial y lo barato y fácil que resulta morir.

Una elipsis fantástica abandona a nuestro policía en el escenario del desastre para retomarlo cinco años después, engordado y maltratado por la vida, la cámara encuentra un cuerpo recostado en una pared de un túnel, una moto de gran cilindrada parada a su lado, una imagen que se acerca lentamente, lo sobrepasa, da la vuelta y retrocede hasta ese cuerpo en el que advertimos a nuestro policía. Han pasado años pero para el policía Zhang han pasado décadas, cada año que transcurre es como si hubiera transcurrido la totalidad del zodiaco chino. El motorista que se preocupa por nuestro héroe caído acaba pronto con la solidaridad, qué mejor ocasión para cambiar el ciclomotor que coger esa moto del borracho inactivo que dormita bajo la nieve en el crudo invierno chino. Porque nada ni nadie es lo que parece en esta historia de cine negro al cien por cien.

Una sociedad china deshecha, ni la amenaza de la pena de muerte tan alegremente aplicada en el país disuade al delincuente. La casualidad hará que el detective se reencuentre con un viejo compañero que le contará que la mano encontrada hace cinco años no es el único cuerpo desmembrado que ha aparecido en la región, sino que ha habido otros dos, y los tres muertos conducen a la misma persona, la empleada de una lavandería, esposa del primer cadáver troceado. La confidencia del excompañero servirá a Zhang para reactivar su vida paralizada, el gusto y el gusanillo de la investigación comienza a llevarle, con más pasión que resultado, con más ahínco que método, a un camino que apunta a un verdadero sospechoso.

black-coalDiao Yinan juega con las claves del género, idas y venidas, los círculos que la cámara realiza en ocasiones no son casuales, la historia irá y vendrá en varias ocasiones, tantas como los protagonistas dudan o una nueva prueba o evidencia salta a los ojos del detective. Si el relato es muy coherente o termina siendo irrelevante, al final uno se convence de que lo importante no es si lo que se cuenta es creíble u obedece a lo que se nos ha enseñado previamente, sino que nada es blanco o negro, nadie es fuerte o débil, nadie es unidimensional ni nadie actúa por principios morales.

Si fue la mejor película del festival de Berlín o no, nunca lo sabremos porque nunca veremos la totalidad de esa sección oficial, pero que la película es notable es un hecho cierto, puede no ser una obra redonda, puede que la trama se fuerce en demasiados giros de guión que pueden terminar cansando, pero su sencillez formal viene remarcada por cuatro o cinco escenas de poderío incuestionable, una lavandería no elimina las manchas del pasado, una pistola en el suelo es una invitación a morir, una peluquería china puede guardar muchos fantasmas en su interior, unos patines de esquí sobre hielo son más amenazantes que cualquier pistola, una cámara enfocando en plano medio a una patinadora que avanza en línea recta hace parecer que esa mujer se desplaza volando, inmaterial, o una noria en vez de hacer parecer una cita como algo romántico la transforma en una venganza miserable. La vida es tan frágil como ruin, feo y sucio es el ambiente en el que esta película se desarrolla, nada que ver con la justicia, ni con la ley, la rabia de los personajes termina explotando, aunque no sepamos contra qué o contra quién, comprendemos que vivir en ese ambiente, con ese frío y esas nieves, puede desequilibrar a cualquiera.

La catarsis de nuestro detective es absoluta, del paroxismo de su catatónica existencia pasamos a la catarsis de la desinhibición, un baile absolutamente distópico anuncia la apoteosis final, nos da lo mismo quien haya sido el asesino, por qué, qué busca o qué obtiene a cambio de matar, Zhang ha actuado satisfaciendo lo que quiere antes del deber por una vez, y a partir de ahí nada nos detendrá, si nos apetece bailar música a ritmos rock con toques hip hop lo haremos aunque el resto haga bailes de salón, y si queremos lanzar una lluvia de fuegos artificiales a pleno día, mitad celebración y mitad bombardeo pues también. ¿O acaso no es Zhang quien nos lanza los cohetes al final de la película?

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