Algunas reflexiones sobre Podemos (I) : ¿Populismo?
Por Daniel Lara de la Fuente.
Populismo. En una sola palabra se condensa el mínimo común denominador de las acusaciones -que no críticas, de las cuales al parecer aún no se ha decidido a asomarse por la ventana ninguna seria- a Podemos. Lo irónico de todo esto es que, cuando se acusa a esta formación aún en ciernes de populista, se acierta, al menos parcialmente. Lo definitivamente penoso (para quien ejerce la acusación) es que no saben por qué. Cuando alguien con un mínimo atisbo de espíritu crítico es testigo de estas acusaciones, la pregunta más obvia que habría de surgir no podría hacerse esperar: ¿qué demonios es populismo? ¿mera retórica, decir lo que la indudablemente irracional a la par que poco o nada ilustrada turba ansía oír en tiempos de crisis y descomposición de un bloque histórico? Definitivamente, no. Y uno se siente tonto diciendo esta obviedad después de tanta literatura dedicada al respecto. Casi treinta años de su vida dedicó Ernesto Laclau, desde su «Política e ideología en la teoría marxista» hasta «La razón populista», en demoler una por una todas las inconsistentes definiciones de populismo por parte de variadas personalidades que, más que molestarse en investigar su especificidad, prefirieron optar por la vía del uso del arma arrojadiza y de una supuesta aristocrática condena moral, ignorando de paso sus propias condiciones discursivas. Al mismo tiempo, este señor (que dentro de muy poco presumiblemente se pondrá más de moda) se molestó en proponer, en base a este concepto, un modo alternativo- al que al parecer no está acostumbrado la Europa ilustrada- de construir el vínculo político, cuando parece que el excesivo desencantamiento del mundo ha derivado en lo que ha derivado. Tanto papel gastado en la imprenta en balde. Por si daba pereza leer a Laclau, su lector español más astuto- amén de los resultados obtenidos hasta ahora- no ceja en el empeño y lo explica bien mascadito en vídeo. Y nada. ¿Acaso nos seguimos creyendo que el vínculo político procede de una deliberación racional constante cuya salvaguardia se delega en nuestras instituciones? ¿Alguien se cree de verdad que lo que dicen Rawls, Habermas o Parsons (por citar a algunos) en sus libros sirve para explicar, si es que alguna vez lo hicieron, la acción política en nuestro tiempo, más allá de placenteros juegos contrafácticos?
Con este común denominador, las acusaciones provienen, como bien es sabido, de todo el espectro político sin excepciones. Desde el ir “contra la política” de Cayo Lara (la explicación de “la política” que se defiende aquí se muestra ausente cuando es especialmente necesaria, máxime cuando se dirige un “Movimiento Político y Social, que se conforma en una organización jurídica y políticamente soberana”) hasta la perorata habitual del partido experto en ganar astutamente un referéndum traicionando su propio programa electoral (como hizo el ejemplo a seguir de Pedro Sánchez en un ejercicio de racionalidad, y no como esa gente “estrambótica” que puede ser revocada de su cargo en el parlamento europeo en cualquier momento si no cumple con sus compromisos ¡cuánta demagogia!), pasando por el más personalista o también por el de la monarquía absoluta cuatrienal (véase su irresistible gusto por el decreto-ley como forma de gobierno), se coincide en el supuesto de la zafiedad de la práctica política del contrincante. Parece ser que se da por sentada la opuesta, al igual que su legitimidad, sin plantearse en explicar lo más mínimo sobre qué endebles patas se sostiene. Lejos de intentar comprender qué diantres es eso de lo que acusan (insisto en que aciertan, pero sin tener la más mínima idea de en qué sentido), el repudio apriorístico parece ser la única estrategia fijada para hacer frente al vendaval que se viene encima. Evidentemente, los serios e intencionados malentendidos que esto genera no pueden provocar otra cosa que la preparación del camino hacia una derrota total por parte de los acusadores. Destruye cualquier posibilidad de contrarrestar el tremendo potencial del vendaval, el cual sólo ha empezado a soplar unas suaves brisas.
Entre otras muchas cosas, ¿es populismo ir a las Mañanas de Cuatro y a la Sexta Noche durante más de un año y establecer equivalencias entre las luchas del barrio del Gamonal, las protestas por las estafas de las preferentes, los triunfos parciales de la marea blanca, las acciones de la marea verde, las manifestaciones contra la nueva ley Gallardón (y un largo etcétera) y oponerlos frente a un enemigo común o exterior constitutivo, conocido con el nombre de casta? ¿Es populismo el establecimiento de una nueva lógica política que, en base a la construcción discursiva del “pueblo” (siempre en constante resignificación, y por tanto, de naturaleza catacrética y no literal), persigue el objetivo de una democracia radicalizada? Indudablemente, sí. Y por eso Podemos asume el populismo como una práctica política efectiva para alcanzar este objetivo. La inspiración en cómo esta práctica ha permitido a determinados proyectos en América Latina echar a andar parece ser un enano corcovado que no ha de dejarse ver en absoluto, al menos de momento. Y sus enemigos (¿o tal vez adversarios? No sé si se toman al pie de la letra o no a Carl Schmitt) lo saben, y por eso lo invocan constante y absurdamente, prescindiendo de plantear una disputa seria por conceptos clave como democracia o patria (patria, sí), en la que saben que están destinados a ir por detrás. Cuando las demandas, puestas al desnudo durante el 15-M, no han sido satisfechas y están pudiendo ser articuladas en un discurso, el bloque histórico cimentado después de la transición, como es sabido con bastante déficit de legitimidad desde antes de la irrupción de Podemos- aunque haya parecido que ha hecho falta llevar a la tele a un inquieto lector de Maquiavelo para corroborarlo- empieza (evítense más triunfalismos de los necesarios) a derrumbarse.
A menos que se diseñe urgentemente por parte de sus contrincantes una estrategia sumamente audaz que implique evitar ir a la defensiva en la disputa por estos conceptos clave ante su empuje (cuya reveladora muestra aparece en asumir su lenguaje, lo que implica ya una batalla cultural importantísima perdida y tremendamente difícil de revertir), la victoria cultural de Podemos en breve podría ser total. Y todo por el mero hecho de que la comprensión de la especificidad de su práctica política, condición necesaria para desarrollar tal estrategia de contraataque, no parece atisbarse ni a años luz. Una inútil guerra sucia será la única única opción viable, dados sus marcados defectos de vista (tanto de lejos como de cerca). Inútil porque, incluso también para jugar sucio cuando la petición es sustituida por el reclamo en el momento histórico en que las certezas del pasado se diluyen, es absolutamente necesario entender al enemigo y sus fuentes.
Daniel una duda, ¿a quién diriges el artículo?
Un saludo!
Hola, Jorge. No sé en qué sentido formulas tu pregunta. El foco de mis «ataques» va hacia a quien no comprende qué es populismo y, en base a eso, sólo usa ese término para descalificar al adversario, o si por el contrario te refieres hacia qué público va dirigido. Gracias por el interés. Saludos!
Disculpa la errata anterior de «hacia a» y el carácter inconexo del comentario.Cosas de escribir por el móvil sin revisar, espero que se haya entendido.
IU + Podemos = Nazismo Prusiano
http://werenegades.wordpress.com/2014/08/26/iu-podemos-nazismo-prusiano/