‘Aniquilación’, de Michel Houellebecq

DAVID PÉREZ VEGA.

Había leído hasta ahora todas las novelas de Michel Houellebecq (Saint-Pierre, isla de La Reunión, 1958), que ya sumaban ocho y, cuando empecé a ver en redes sociales noticias sobre la aparición de la novena, Aniquilación (2022), también quise leerla. Ya he dicho, más de una vez, que el francés Houellebecq me parece, ahora mismo, el gran autor europeo que sabe captar, como nadie, la decadencia del viejo continente.

El personaje principal de Aniquilación es Paul, que tiene cuarenta y nueve años cuando empieza la narración. «Algunos lunes de los últimos días de noviembre, o de principios de diciembre, tenemos la sensación, sobre todo si uno es soltero, de estar en el corredor de la muerte.» Esta es la primera frase del libro y, al acercarse a ella, el lector habitual de Houellebecq empieza ya a reconocer su territorio de desesperación y soledad.

Paul es un burócrata, con un sueldo de 8.000 euros al mes, y que trabaja como asesor, u hombre de confianza, de Bruno, el exitoso ministro de Economía de Francia. Cuando la novela ya lleva un buen número de páginas sabremos que el diciembre, al que se alude en la primera frase, es el del año 2026 y que casi toda la novela va a transcurrir, por tanto, en 2027. Si las últimas elecciones presidenciales en Francia han tenido lugar en abril de 2022, Houellebecq especula en Aniquilación con las siguientes.

El candidato del partido conservador, al que pertenece Bruno, va a ser un presentador de televisión, con un pasado como cómico. Algo que, parece decirnos Houellebecq, resulta ya irrelevante dentro de un mundo en el que la política real se ha vuelto insustancial. Y la función de este presentador, en el tablero político francés, simplemente puede que sea la de abrir las puertas para que sea posible que se vuelva a presentar, y a ganar, el presidente actual, que no puede hacerlo en 2027 porque ya lleva dos legislaciones seguidas, y la ley francesa prohíbe una tercera; así que se trataría, más que nada, de una estrategia de los conservadores para poder mantenerse en el poder.

No es la primera vez en la que las elecciones francesas son importantes en un libro de Houellebecq, ya lo fueron en Sumisión (2015), donde se especulaba con la idea de que un partido islámico llegaba a la presidencia.

Solo hay un elemento, además del juego sobre las próximas elecciones, que nos puede hacer pensar que nos encontramos ante una novela ligeramente futurista: están apareciendo en internet imágenes inquietantes en las que, por ejemplo, se ve cómo se le corta la cabeza al ministro Bruno con una guillotina, y la tecnología con la que está hecha la simulación hace que prácticamente esta farsa se pueda ver como si fuera real. El gobierno, del que Paul forma parte, está tratando de averiguar qué grupo o qué personas se encuentran detrás de la creación de estas imágenes. Pronto, además, este grupo, u otro, se va a dedicar a realizar atentados contra intereses en apariencia difíciles de relacionar (barcos mercantiles, un banco de semen, etc.).

Una de las subtramas de la novela será aquélla en la que Paul, y las personas con las que se relaciona en el trabajo, tratan de averiguar quién está detrás del grupo terrorista que atenta contra estos diversos intereses. Así que, en parte, la novela funciona como un thriller político; aunque es cierto, que más bien este tema del terrorismo acabará actuando como un «MacGuffin» de los que usaba Alfred Hitchcock en sus películas, un elemento que hace avanzar la trama, pero que es tan solo una cortina de humo. Imagino que esta evaporación final de un tema que, a priori, parecía importante para el libro, irritará a más de un lector.

En realidad el tema principal de Aniquilación es el de la muerte, el de la asimilación de la decrepitud y la muerte por parte de las sociedades opulentas y decadentes. No es un tema nuevo en una obra de Houellebecq, pero nunca había sido tan central como hasta ahora. Sin embargo, sí que asistimos en Aniquilación a la desaparición de uno de sus temas más controvertidos y más clásicos: el del deseo sexual insatisfecho. En este sentido, la carrera literaria de Houellebecq empezó en 1994 con Ampliación del campo de batalla que hablaba de un «incel» (abreviatura de «involuntariamente célibe») y de sus frustraciones para encontrar pareja, y seguía en 1999 con Las partículas elementales, donde se habla del tema de la madurez y la insatisfacción del deseo. En El mapa y el territorio de 2010 tal vez hay una escena que puede actuar como bisagra entre el tema sexual de los primeros libros y el de la muerte del último: el personaje va a una ciudad de Suiza, donde están juntos el mayor prostíbulo de Europa y la mayor clínica de eutanasia de Europa, y Houellebecq, con su característico humor doliente, nos cuenta que la segunda empresa tenía más clientes que la primera.

Así que la obra de Houellebecq siempre ha basculado entre los dos temas subconscientes más básicos del ser humano: el eros y el tánatos.

En Aniquilación la idea del deseo sexual insatisfecho, que hace sufrir a los personajes, casi ha desaparecido. Me comentaba alguien en las redes sociales que, posiblemente, se deba a la ingesta de Houellebecq de antidepresivos, que eliminan la libido. Quizás esté en lo cierto.

La novela también nos habla de la relación de Paul con su mujer Prudence. Los dos, desde diez años antes de empezar la narración, duermen en habitaciones separadas y casi no tienen relación ni afectiva, ni sexual, ni de complicidad, ni de nada. La novela abrirá la posibilidad de un tiempo para los dos de volver a conocerse y acercarse. En Aniquilación también se nos hablará de la familia de Paul, con la que éste no parece tener mucho apego. Como suele ocurrir en las novelas de Houellebecq, su personaje masculino principal es un hombre distante y analítico, con pocas muestras de afecto hacia los demás. La madre, que era restauradora de arte, murió trabajando ocho años antes, y los hermanos, que son tres, tendrán que volver a juntarse para gestionar la nueva vida de su padre, cuando a este le da un ictus que le deja casi inmovilizado.

La novela está escrita en tercera persona, pero ‒gracias al recurso del estilo indirecto libre‒ el autor cede, en muchas ocasiones, la voz narrativa a Paul. Si bien, casi siempre se nos habla de Paul, el narrador también cederá la palabra en algunas ocasiones a sus hermanos.

Como siempre ocurre en las novelas de Houllebecq, el lector se encontrará con acertados dardos envenenados que se lanzan sobre el comportamiento humano y la decadente sociedad europea. Esto se dice sobre los viejos en las página 374: «La verdadera razón de la eutanasia es que ya no los soportamos, ni siquiera queremos saber que  existen, por eso los apartamos en lugares especializados, fuera de la vista de los demás seres humanos. La cuasi totalidad de la gente hoy día considera que la valía de una persona disminuye a medida que su edad aumenta; que la vida de un joven, y más aún de un niño, vale mucho más que la de un anciano. (…) Al conceder más valía a la vida de un niño (siendo así que no sabemos en qué se va a convertir, si será inteligente o estúpido, un genio, un criminal o un santo) negamos todo valor a nuestras acciones reales.

Nuestros actor heroicos o generosos, todos nuestros logros, lo que hemos llevado a cabo, nuestras obras, lo que hemos llevado a cabo, nada de esto posee ya ningún valor a juicio del mundo y, muy rápidamente, no lo posee tampoco para nosotros. De este modo privamos de toda motivación y todo sentido a nuestra vida; es, muy concretamente, lo que llamamos el nihilismo. Devaluar el pasado y el presente en beneficio del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro incierto, son síntomas del nihilismo europeo mucho más decisivos que todo los que Nietzsche pudo detectar.»

Como siempre, el lector se encontrará con el humor desangelado de Houellebecq.

Como ya he escrito, hay en esta novela más de un camino narrativo que no conduce a ninguna parte, pero, a diferencia de su anterior novela, Serotonina (2019), que me parece una repetición respecto a las anteriores, en Aniquilación Houellebecq trata de evolucionar y, por extraño que parezca, al final parece que cree hasta en el amor. Es posible también que al tratar de ser un autor más serio, pierda gran parte de la frescura que asociamos a su obra. Aniquilación no es una novela redonda y, desde luego, no está entre las mejores del autor, pero me lo he pasado bien leyéndola.

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