El terror del «Señor de las moscas» por una sorprendente joven compañía
Por Horacio Otheguy Riveira
Jóvenes estudiantes de teatro incorporan a los niños de los personajes de la novela del Premio Nobel William Golding: niños que abandonan su inocencia ante la violencia de la necesidad de sobrevivir como sea. Metáfora de la segunda guerra mundial. Un trabajo encomiable.
William Golding murió en 1993 con 81 años. Profesor de ciencias, enamorado de la literatura y de la imaginería que ésta conlleva. Fue poseedor de varios galardones; especialmente importantes: en 1988 es nombrado Sir, caballero de la Orden del Imperio Británico por la reina Isabel II; recibe el Premio Nobel en 1989, y en 1992 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oviedo, España.
También autor de teatro, la versión escénica de su novela más popular, El señor de las moscas, le pilló cansado y desprevenido, de manera que le dejó hacer a un hombre de teatro avezado como Nigel Williams (nacido en 1954, escritor, productor, dramaturgo y guionista de cine), y esta función comenzó una andadura singular: con ella surgieron en Reino Unido varias compañías de jóvenes intérpretes, estudiantes de teatro con importante interés vocacional.
Se estrenó por la Royal Shakespeare Company en 1996, tres años después de la muerte de Golding… para gloria internacional que encarnó rápidamente en la Pilot Theatre Company con una muchachada protagonista que la llevó a más de 60 teatros de un país donde los espectadores viven el teatro con un entusiasmo contagioso, con una pasión inmensa desde la más tierna infancia, y luego salieron de gira por más de 20 países.
Llega a España por primera vez, y en perfecto castellano. Una producción brillante que aúna empresas audaces: primero y principal una compañía de jóvenes hasta no más de 25 años que interpretan a niños al borde de la adolescencia, en la situación límite de encontrarse abandonados a su suerte. Sus padres les han querido proteger alejándolos de «una gran» guerra (no se explicita ninguna) metiéndolos en un avión que cae en una isla. Y una vez allí, el enfrentamiento de débiles y fuertes, de sensibles y guerreros, de chicos con ética y chicos sin ningún freno emocional ni intelectual… sirve de metáfora de lo que fue la segunda guerra, donde William Golding participó activamente: militar convencido de la causa de los más justos, pero que sin embargo, también vivenció la bestialidad a la que todos podemos llegar en una situación de escuadra de la muerte… como un juego sin límites con la bestia que todos llevamos dentro al acecho.
El señor de las moscas en versión teatral exige un respaldo de grandes profesionales que hagan posible el movimiento «natural» de actores con poca o ninguna experiencia. El universo perfectamente calibrado de la novela ha de presentarse en escena con una serie de matices importantes, y sobre todo con calibrada conjunción de recursos.
… por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres
La novela, publicada en 1954, fue escrita por un padre de familia que participó activamente en el bando aliado contra el nazismo, y que después de la guerra abandonó el mundo militar al nacer su tercer hijo (primera niña) para volver a sus rutinarias clases.
Empieza así:
El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia
la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de
ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En
torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor.
Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando
un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático
chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;
– ¡Eh – decía -, aguarda un segundo!
La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de
lluvia con un suave golpeteo.
– Aguarda un segundo – dijo la voz -, estoy atrapado.
El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por
un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.
De nuevo habló la voz.
– No puedo casi moverme con estas dichosas trepadoras.
El dueño de aquella voz salió de la maleza andando de espaldas y las ramas arañaron
su grasiento anorak. Tenía desnudas y llenas de rasguños las gordas rodillas. Se agachó
para arrancarse cuidadosamente las espinas. Después se dio la vuelta. Era más bajo que
el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y
miró tras sus gruesas gafas.
Buenos maestros para jóvenes intérpretes llenos de brío
Esta puesta en escena crea el clima adecuado con pocos elementos muy bien establecidos, desde un prólogo coral-musical conmovedor, organizado con mano maestra por el maestro Mariano Marín: las voces de los angelicales niños nos transportan a un universo que se verá cruelmente transformado. Mariano Marín compuso una banda sonora bellísima que acaricia la representación de manera muy medida, muy controlada, ambientando los entrañables sentimientos que apenas se expresan en un territorio donde impera el miedo y el exceso de violencia de los más fuertes.
A su lado, la traducción española corre a cuenta de José Luis Collado un enamorado del teatro británico (reciente trabajo formidable sobre texto irlandés, El cojo de Inishmaan), un profundo conocedor de ilustres representaciones y de las maravillosas condiciones en las que el público siempre participa de un acontecimiento inolvidable en el que se encuentra con el auténtico corazón humano, gracias a representaciones que embellecen la cotidiana existencia. Su adaptación logra un magnífico ritmo con diálogos fluidos en una traducción que facilita la comunicación entre los actores y el público.
Luego está el gran Juan Gómez-Cornejo en el arte de la iluminación para que el artificio del teatro en una isla imaginaria cobre vida auspiciando diversos sentimientos e ideas del público, primordialmente joven en funciones también matutinas.
El jurado del Premio Nobel de 1989 dejó constancia de un concepto que hoy resulta completamente válido en este convulso siglo XXI. Algo que conmueve tras asistir a esta representación de El señor de las moscas, pues invita a continuar la experiencia leyendo a un escritor siempre interesante:
«Las novelas e historias de William Golding no son sólo sombrías enseñanzas morales u oscuros mitos sobre el mal y las fuerzas de traición y destrucción. También son relatos llenos de aventuras y color que pueden ser disfrutados como tales, por su alegre narrativa, inventiva y emoción. Sus obras, con la perspicacia de la narrativa realista, y la diversidad y universalidad del mito, iluminan la condición humana del mundo actual».
El señor de las moscas
Autor: William Holding, novela.
Versión teatral: Nigel Williams
Traducción y versión: José Luis Collado
Dirección: José Luis Arellano García
Intérpretes: La Joven Compañía, integrada por: Alejandro Chaparro, Víctor de la Fuente, Samy Khalil, Jesús Lavi, Alberto Novillo, Raúl Pulido, Álvaro Quintana, María Romero, Alex Villazán
Dirección artística: David Peralto
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Música y espacio sonoro: Mariano Marín
Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Lugar: Centro Cultural Conde Duque
Fechas: Hasta el 17 de mayo, consultar cartelera. Y en la programación de Los Veranos de la Villa, del 9 al 25 de julio de 2014
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