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Entrevista a Sergi Bellver

 

Por Juan Gómez Bárcena

 

SergiBellver_by_M_bio© M. 

 

Sergi Bellver (Barcelona, 1971) es escritor y guionista. Ha trabajado como editor, periodista cultural y crítico literario, dedicándole especial atención al género del cuento desde hace años. Ha editado los libros colectivos Chéjov comentado (Nevsky Prospects, 2010) y Mi madre es un pez (Libros del Silencio, 2011; con Juan Soto Ivars), y ha escrito el prólogo a una nueva traducción de El jugador (Nevsky Prospects, 2013), de Dostoievski. Ha colaborado con medios como el suplemento Cultura/s de La Vanguardia o las revistas Qué Leer, Tiempo y Quimera. Fue profesor de narrativa y de literatura de viajes en la Escuela de Escritores de Madrid, entre otros centros. Sus cuentos han sido seleccionados en una decena de antologías en España y Latinoamérica. Agua dura (Ediciones del Viento, 2013), su primer libro de relatos, ha tenido una gran recepción por parte de la crítica y los lectores.

 

1.- Antes de dar el salto a la escritura en solitario, has coordinado antologías y has ejercido como crítico literario en numerosos medios. ¿Crees que esa experiencia ha enriquecido tu desembarco en la ficción? ¿De qué modo?

De muchas maneras, desde luego. Todo lo que hacemos nos ofrece siempre una oportunidad para el aprendizaje, aunque sea por ensayo y error, o por oposición. Cuando empecé a escribir “en serio”, hace unos siete años, tenía una peligrosa tendencia al exceso barroco en mi prosa (y en mi poesía: no en vano soy autor del peor poemario inédito de la Historia de España, del que la Humanidad permanecerá siempre a salvo, por suerte), pero cuando empecé a trabajar como crítico literario y periodista cultural en 2010, tener que encajar mis reseñas y artículos en el corsé de una maqueta en prensa impresa, por ejemplo, me ayudó a ser más conciso y sintético para cuando fuera necesario. Trabajar en una pequeña editorial en mis inicios me dio perspectiva y paciencia como autor, y me ayudó a comprender muy bien los riesgos y esfuerzos de todo buen editor. Hace casi seis años que imparto talleres de narrativa, desde que la Escuela de Escritores de Madrid contó conmigo por primera vez en 2008, y cuando has corregido y comentado cientos de textos de alumnos y has preparado decenas de clases te das cuenta de que hay errores y licencias que no puedes permitirte luego como autor, por muy novel que seas. De modo que, siendo estricto con los demás, lo eres contigo mismo y se te esfuma cualquier resto de autocomplacencia.

mimadreesunpezY, por supuesto, haber editado dos antologías me produjo cierta fiebre nerviosa (tras sacar adelante con Juan Soto Mi madre es un pez, en 2011, subí a una colina y, con el puño en alto, a Dios puse por testigo de que jamás volvería a hacer otra), que me inmunizó de por vida contra esa hoguera de vanidades que crepita siempre en la cocina de la literatura. En definitiva, todos esos diferentes puntos de vista me han ayudado a valorar mejor el trabajo de los demás y a ser un poco más humilde, que no modesto, con el mío. A seguir siendo literariamente ambicioso, sin duda, ya que ningún artista ha hecho nunca nada interesante bajando la cabeza y pidiendo permiso, pero sin dejar de tener los pies en la tierra y sin perder el norte, que es lo que entiendo yo por ser humilde sin la estratagema de la falsa modestia.

También, por unos motivos u otros, y después de participar en varias antologías como autor desde 2010, me he dado cuenta con sorpresa de que había cierta expectación en nuestro pequeño mundo cuentista ante mi debut en solitario, tanto por parte de un montón de compañeros autores y editores, de los que muchas veces he reseñado sus libros en mi faceta crítica, como de bastantes lectores o, también, en las redes sociales. Y, claro, cómo no, he contado con la cariñosa atención de mi pequeña jauría de haters y trolls, tan fieles desde hace años: no incluir a un autor en una antología, no reseñar un libro, no trabajar gratis para alguien, no prestarse a una polémica o no callar ciertas verdades, por ejemplo, ofende a los egos más patológicos y te granjea enemistades vitalicias y apasionadas, casi entrañables.

En definitiva, es posible que todas esas tareas previas (y hasta mis pinitos como librero) hayan contribuido a que mi primer libro no haya pasado tan desapercibido como los de otros noveles, pero lo cierto es que todo ese ruido de fondo desaparece por completo cada vez que cierras la puerta y te pones manos a la obra. Así que siento que, al final, lo único que me ha ayudado de veras a escribir y publicar un libro de relatos más o menos decente han sido tres décadas de lecturas, tres años de papeleras a rebosar, varios dolores de cabeza y mucho, mucho trabajo. Lo demás no importa ni cuenta en el acto íntimo de la lectura. Ahí dejo de existir y es sólo mi texto, como el de todo autor, el que está expuesto y a merced de un lector al que le importa un bledo este pequeño circo nuestro de los escritores.

2.- Agua dura consta de doce relatos, diez de los cuales ya habían sido publicados de forma independiente en antologías y revistas, tanto en España como en Latinoamérica. ¿Surge la idea del libro a posteriori, releyendo el material publicado? ¿O ya en el momento de escribir los relatos existía la conciencia de que en algún momento formarían parte de un libro?

Agua_dura_M

Mi idea original era publicar un libro de relatos muy parecido a este allá por 2015 o así, después de la novela en la que llevo trabajando unos años. Pero se me cruzó por el camino una propuesta muy tentadora y aproveché la ocasión: Pedro Medina, editor de Sub-Urbano Ediciones, me ofreció desde Miami la posibilidad de sacar un libro-e con ellos. Armé este libro de relatos y decidimos publicar la versión digital en ese sello latino de Estados Unidos. Enseguida pensé en su versión en papel para España, valoré en qué editorial podría encajar mejor mi propuesta, por catálogo y otras cuestiones, y debo decir que tuve una suerte tremenda, porque le mandé un detallado mensaje al editor Eduardo Riestra y me respondió muy pronto, apostando por mi libro en Ediciones del Viento. Como he dicho antes, conozco desde varios flancos el estado de las cosas en el mundo de la edición independiente, de modo que soy consciente de mi buena estrella en este debut.

Digo que tenía en mente publicar un libro de relatos muy parecido a Agua dura porque desde 2009 barruntaba la idea de una colección de cuentos con el agua como elemento inquietante y metáfora reiterada (“Los días anfibios”, iba a titularse), y también un libro en torno a la familia como fuente de conflictos. Empecé a publicar relatos en antologías en 2010 y, salvo excepciones, cada vez que me encargaban un cuento lo amoldaba a esa idea general del libro o aprovechaba un relato que encajaba con la propuesta colectiva. Pero no me gustaría hablar del dichoso “hilo conductor”, tan estático y explícito, sino más bien de cierto paisaje moral y de cierta corriente permeable a la mayoría de relatos de mi libro. Creo que la mirada y el estado vital del autor durante la escritura de un libro de relatos hacen más por transmitir algo compacto y coherente que cualquier estrategia narrativa previa. Y por mis experiencias personales en los últimos años, el tono y los temas de Agua dura tenían que llegar casi por decantación natural. No cuento mi vida en el libro, no me atrae nada la llamada “literatura del yo”, pero sí utilizo todo lo que me ha construido en estos años, mis luces, sombras y demonios, para evocar unas cuantas cosas, tamizarlas con la ficción e intentar hacer literatura, esto es, hablarle también al lector de sí mismo, en vez de darle el tostón con mi ombligo. Cuando recibí el apoyo de Sub-Urbano y Ediciones del Viento me di cuenta, además, de que debía cerrar por fin el original, porque sentía que ya había terminado una etapa, como escritor y como persona. Por eso también quise añadir, en el bloque central del libro, otros textos que había ido publicando y que quizá no hubieran entrado en mi proyecto inicial pero que sí valía la pena reunir con los demás en este momento, porque Agua dura es también una declaración tan sencilla como “este es el escritor que he sido hasta el día de hoy”. Un aprendiz que da su primer paso a solas. Y, a partir de ahí, toca seguir creciendo.

3.- El libro está dividido en tres partes. ¿Cómo decidiste esa estructura?

Como te comento, dejé el bloque central a modo de bisagra temática y tonal, con los cuentos más breves del libro y también los menos complejos, para dejar respirar al lector entre dos secciones especialmente densas. Tengo siempre muy en cuenta lo que suelo llamar “la experiencia de lectura”, por eso me tomo mucho trabajo en ordenar los cuentos y en proyectar el efecto general del libro, si se lee en orden (algo que he intentado también al editar mis antologías). Cualquier músico supongo que hace lo mismo con sus discos. En la primera parte reuní tres cuentos más o menos largos en los que la escritura se basa mucho en las imágenes y en los que cierto aire de terror psicológico flota en el ambiente. Quise empezar con “Propiedad privada” porque tiene una prosa muy acessible y avanza muchas de las atmósferas y pulsiones de los personajes de todo el libro pero, a la vez, era uno de los cuentos que me ofrecía una puerta más directa para meter enseguida al lector en Agua dura. En la tercera parte están los tres cuentos más complejos y de escritura más elaborada y lírica, y termino deliberadamente con “Islandia” porque creo que le da cierta circularidad al conjunto y provoca un eco de emociones encontradas con el que me interesaba dejar al lector cuando cerrara el libro. Cada una de las tres secciones, como hago en varios relatos, viene precedida de una serie de citas que no son más que pistas para aquellos lectores a los que les apetezca jugar un poco. Claves reconocibles para algunos pero que no escatiman nada al lector que prescinda de ellas. Me gusta pensar que mi libro puede apelar a lectores distintos desde diferentes capas de lectura.

 

SergiBellver_by_ChusSanchez© Chus Sánchez

 

4.- A pesar de esa estructura tripartita del libro, creo que es fácil percibir un fuerte espíritu de unidad en los relatos. Llama por ejemplo la atención la insistencia en la temática familiar, a veces envuelta en un halo siniestro, como en “Propiedad privada” o “El nudo de Koen”, a veces narrada desde un punto de vista más nostálgico e intimista, como en “Islandia”.

Me alegra que digas eso porque corrobora lo que acabo de contarte. En la mitad de los cuentos del libro la temática familiar, y en particular las relaciones entre hermanos o figuras similares, es obvia. En otros cuentos es menos explícita, pero desde luego el golpe que pueda producir el libro va directo a esa víscera. He descartado algunos relatos que tenía escritos, bien por creer que no llegaban al nivel general, bien por irse demasiado de esa intención de tratar el tema de la familia desde un punto de vista, digamos, casi faulkneriano. Dejémonos de historias: escribir una novela es mucho más complejo y difícil que escribir un relato, pero reunir diez o doce cuentos que propongan un discurso más o menos coherente, que no se le caigan de las manos al lector y que encima consigan que se acuerde con el tiempo de dos o tres de ellos, es casi un milagro. Además, no me interesaba nada escribir cuentos “redondos” y “funcionales”, sino buscar la emoción y la intensidad, e incluso romper un poco las supuestas reglas del relato, reglas que creo conocer ya un poco tras años de estudio, trabajo, crítica y docencia.

Hay cuentos que dejo deliberadamente en suspenso, sin un final remachado, para que el lector haga su propia interpretación. Porque los resortes que pretendo pulsar con Agua dura y su visión de la familia y otros temas no tienen que ver tanto con el intelecto como con las emociones y obsesiones de cada uno. No me interesa epatar al lector (ni mucho menos al crítico, al intelectual o a los demás escritores, salvo también en tanto lectores), sino agarrarle por las solapas y ponerle delante un espejo. Uno en el que primero he visto reflejadas mis propias miserias y pulsiones. Uno con el que primero me he cortado yo mismo hasta sangrar. Supongo que con esto podría resumir por dónde van los tiros con lo del Nuevo Drama. Por eso pienso que quien se acerque de un modo demasiado cerebral a mi libro, intentando analizarlo todo con guantes de forense, se va a perder su esencia. He querido vestirme con todos los disfraces que la ficción permite para jugar a ser otro, pero sobre todo he intentado hacer un libro vivo, que manche, que hiera y que se revuelva como un vidrio roto en las entrañas del lector, no un artefacto que “funcione”, inerte en una estantería mental, ahí, haciendo bonito como un arlequín de porcelana o un iPod rosa.

5.- Otro elemento que aparece en varios relatos y que sugiere una fuerte resonancia simbólica es el papel de los animales, especialmente en textos como “Propiedad privada” o “En la boca del otro”.

Del mismo modo que el agua simboliza las emociones humanas, los animales ofrecen un repertorio inmenso de símbolos que llevamos grabados en nuestro subconsciente. Aunque a veces trato de darle la vuelta a algunos de ellos e invertir la potencia de un tótem concreto, en otras trabajo esa simbología de manera evidente, como por ejemplo en la analogía que se establece entre la serpiente de la primera parte del relato “Los ojos de Sarah” y lo que va a suceder luego con el personaje de Josef Mengele. Una mirada apresurada podría interpretar que se trata de un cuento inacabado, pero la estructura de la narración tiene sus propias reglas, que no tienen por qué coincidir con el canon general. En este sentido, creo que todo escritor está obligado a conocer su oficio y a haber leído mucho, pero luego, si es capaz de argumentar y defender sus elecciones, no le debe nada ni a la tradición, ni a la supuesta vanguardia ni a los dogmas de la crítica, sino sólo al mundo que haya sabido crear por sí mismo y en el que opera su propia cosmogonía.

eljugadorLos personajes de Agua dura no pueden ni pretenden ser personajes de novela, sino más bien arquetipos, ideas y líneas de fuerza que me sirven para hablar casi siempre de otra cosa, de algo más allá. Dostoievski, por ejemplo, no detallaba la biografía de sus personajes si no era estrictamente necesario, ni siquiera en sus novelas más densas, sino que les hacía cabalgar sobre las monturas ideológicas, morales y espirituales que él necesitaba para intentar tocar al lector en lo más profundo, para cambiarle, llegado el caso. Salvando las estratosféricas distancias entre este torpe aprendiz y el maestro Fiódor, los personajes de mis cuentos no son biografías andantes, sino materiales sensibles de la misma naturaleza que los animales o el paisaje. Disparo la cámara para conseguir un retrato que sólo puede revelarse del todo en el cuarto oscuro del lector que sepa utilizar esos materiales, que decida prescindir de teorías y prejuicios y lea con la emoción a punto. Si estamos dispuestos a aceptar esto en la pintura de los dos últimos siglos, en la que la figura humana se diluye o, cuando menos, importa tanto como la luz, el enfoque o los demás elementos del cuadro, no sé por qué a veces nos cuesta tanto en literatura ver el bosque en vez de los árboles, por qué no vamos más allá de la representación antropocéntrica de la narración. Por los paisajes de mi libro pululan, sí, decenas de animales que le susurran cosas al lector más audaz o al más sanamente ingenuo, al que penetre en lo profundo del bosque y se olvide un poco de los árboles.

6.- Tu prosa tiene una elegancia y una precisión que invita a pensar que es el resultado de un exigente proceso de escritura y reescritura. ¿Es así?

Gracias por verlo de ese modo, pero salvo si eres un genio, y yo no lo soy, es que no se me ocurre otra manera de trabajar que siendo exigente contigo mismo y revisando las sucesivas versiones hasta dar con la mejor de las posibles. O al menos hasta que ya no se te ocurra cómo demonios mejorar, desbrozar y limpiar el texto sin que pierda su potencia o su capacidad de sugestión. Nada me expulsa más de una lectura que la prosa descuidada o, peor aún, esa plaga actual que en España nos asola con una prosa notarial, anodina y anoréxica a la que sólo parecen inmunes autores como Tizón, Maillard, Torné, Esquivias, Hidalgo Bayal, Menéndez Salmón y otro puñado de héroes del lenguaje. La literatura es muchas cosas y acepta muchos matices, pero además del discurso ideológico o de la propuesta intelectual, para mí es también un goce estético a través de la palabra. No me interesan las modas, así que no me importa si se toma mi narrativa como “clásica”, aunque me parece que eso es bastante simplista y cabría matizar unas cuantas cosas al respecto. Pero no quiero darle la brasa a los lectores de Culturamas ahora con disquisiciones teóricas sobre la literatura española actual. Sólo me parece, y creo además que le parece a otra mucha gente, que no estaría de más volver al cuidado del lenguaje, al buen castellano y a un tratamiento literario que sepa ligar fondo y forma. Es decir, que ni me vale la prosa meramente ornamental si no hay algo de calado por debajo, ni puede seducirme un texto narrativo que no tenga un mínimo brillo estético. No hay belleza sin la armonía de las partes. Para intentar conseguirlo en mi escritura, soy un autor lento y meticuloso, desde luego. Ojalá fuera un genio y me saliera siempre a la primera.

 

SBellver_by_M_bw2© M.

 

7.- Tal vez el rasgo estilístico que más me ha llamado la atención es tu habilidad descriptiva, especialmente la belleza y la morosidad con que retratas los paisajes. Diría que logras describir la conciencia de los protagonistas a través de los paisajes deshumanizados que transitan.

Como te decía antes, en mis relatos intento pintar un cuadro en el que todos los elementos tengan un papel relevante para construir un sentido general, desde la figura humana a la luz y, por supuesto, también al paisaje. Imagino que tiene que ver con mi primera vocación de pintor, frustrada en mi adolescencia, pero sobre todo con mi manera de construir mi pensamiento a partir de imágenes, más incluso que de palabras, algo que también tiene que ver con mi interés por el cine. No sé dónde ha dejado nadie escrito que en el siglo XXI no pueda utilizarse ya el paisaje como un elemento más para esa construcción del sentido en una historia. En ese aspecto, y al hilo de lo que hablaba hace un momento, no me considero tan clásico, sino más bien atrevido, por ir contra los dogmas literarios del momento. Si eso es ser reaccionario o clásico, pues qué le vamos a hacer. Otros se presentan como “nuevos” y “vanguardistas” cuando hacen cosas que ya se escribieron hace ochenta años, y que además se escribieron mejor.

Para mí el paisaje no es sólo un recurso más al servicio de lo que quiero contar, como la simbología con los animales o el agua, sino además uno muy potente, con el que, como bien señalas, intento producir una reverberación psíquica que sintonice con la evolución de los personajes, con sus estados de ánimo, sus impulsos y todo lo que les hace naufragar o salir a flote. El paisaje inhóspito y a veces inquietante de mis relatos es mucho más que un marco ornamental, es el mismo lienzo en el que poder pintar el oscuro cuadro de nuestra vulnerabilidad lejos de la supuesta seguridad del hogar. Un viaje nos pone a prueba y, por lo tanto, demuestra de qué pasta estamos hechos. Agua dura es un extraño catálogo de viajes interiores en el que sus personajes deambulan por la orilla, siempre a punto de ahogarse o de emerger, renovados. No quiero estropearle al lector el privilegio de cerrar cada historia en su cabeza y decidir el final de esos personajes. Yo sólo me permito marcarle las coordenadas del itinerario, pero el verdadero viaje es el suyo.

8.- Háblanos un poco de ese interés tuyo por el cine, que también se deja ver en tus cuentos.

Igual que con las citas literarias que abren fuego en las secciones y relatos del libro (una de ellas, por cierto, del director Werner Herzog, que es además un excelente escritor), he intentado sembrar mi libro de espoletas que hagan estallar en la retina de los lectores cinéfilos unas cuantas escenas de la filmografía de mis directores más admirados. En ese campo de minas hay referencias más o menos veladas a la estética visual, a la lírica del espacio y al mundo propio de cineastas como Stanley Kubrick, Jim Jarmusch, Wim Wenders, Andrei Tarkovski o el mismo Werner Herzog. En mi narrativa son cruciales la escenografía, el movimiento, la luz y la distancia focal del narrador, que opera a menudo como una cámara articulada. Varios de mis cuentos tienen algo de road movies, como “Islandia” o “Los ojos de Sarah”, y otros los he escrito muy influenciado por mi reciente trabajo como guionista. Es el caso de “Propiedad privada”, un relato que escribí casi como si lo rodara plano a plano. De hecho, trabajo ahora mismo en la adaptación de ese cuento a guión cinematográfico, en colaboración con una amiga actriz de Los Ángeles, con la que ya trabajé en el cortometraje Vert.

9.- ¿Qué influencias han pesado sobre ti durante la escritura de este libro?

Chejov_comentado_SMe encantaría que hubieran pesado de verdad, porque, como dijo Gil de Biedma, las influencias hay que merecérselas. Suelo comentar en casi cada entrevista que Agua dura es, entre otras cosas, el libro de aprendizaje de un narrador y el homenaje de un lector a sus maestros y a treinta años de lecturas. No tendría sentido haber intentado copiar a esos grandes maestros ni emular sus modos ni su técnica, porque hubiera hecho el ridículo, pero sí creo en la asimilación y el filtrado casi involuntario en tus textos de todo lo que has leído y visto antes, de todo lo que te ha dejado huella. No niego que he tratado de hacer algunos homenajes más o menos evidentes, como a Stephen King en “Propiedad privada”, a Joseph Conrad en “Los ojos de Sarah” y “Mala hierba”, a Franz Kafka en “Deseo de ser Dimitri” o a William Faulkner en “Islandia”, pero, como digo, no sé cuánto tiene eso de deseo y cuánto de influencia. Una de las mayores satisfacciones que me ha traído Agua dura ha sido tener noticia de cómo varios lectores y críticos descubrían en mis relatos una suerte de temperatura afín a otros escritores, como los citados, pero también Chéjov, Cortázar, Quiroga, Poe, Munro, Hamsun, McCarthy, O’Connor o Henry James. E incluso a mis contemporáneos, como Julia Otxoa o Eloy Tizón, según escribió el otro día una profesora.

Ahora que, si eres escritor, parece hasta ocurrente manifestar una idiotez tan grande como que no lees a tus contemporáneos, yo reivindico la necesidad de palpar la realidad de ese organismo vivo que es la literatura, también a través del trabajo de tus compañeros. No creo en ninguna generación y venero a nuestros maestros, pero sí pienso que la literatura también merece ser contemplada cuando todavía crece y se agita, cuando empieza a extender las alas tras cada metamorfosis temporal, y no sólo al pasar la cuarentena de la Historia, cuando ya parece más cabal leer las viejas etiquetas en las vitrinas, junto a cada escritor muerto, clavado ahí con un alfiler. De modo que intento que todo lo que leo y me conmueve cale en mí, así que supongo que acabarán por influirme de alguna manera desde los clásicos hasta los mejores de mis coetáneos. Pero ya me gustaría a mí hacerle sombra siquiera a todos ellos, ya. De momento sigo agitando mi cazamariposas por ahí, con mis calcetines de Nabókov puestos, a ver si pesco un bicho raro o una frase de alas azules.

10.- Háblanos de un relato que te interese especialmente.

Pues me interesan más los relatos de los demás, la verdad, como los de Eloy Tizón o Sam Shepard, por ejemplo, que los míos ya los tengo muy vistos. Pero como sospecho que te refieres a mi libro, creo que cada cuento de Agua dura es un sutil cuestionamiento de la idea convencional del relato en sí. Por eso no me siento demasiado cómodo con la etiqueta de autor de estilo “clásico”, porque para mí la libertad creativa no implica necesariamente la ruptura a toda costa de ciertas formas. De hecho, todas las fórmulas que presumen de dinamitar las fronteras del relato llevan décadas ensayándose. Me interesa más no mentirme a mí mismo, ni usar trucos ante el lector, sino crear un mundo propio y, si se da el caso, poder argumentar lo que he hecho, aunque no siempre lo acepten o entiendan los demás como “canónico”, “contemporáneo” o “funcional”. Todos esos lechos de Procusto son problemas ajenos a mí como escritor, yo prefiero dormir a pierna suelta, sin que me la ampute ningún alguacil de las buenas maneras.

En este sentido, estoy especialmente satisfecho de la respuesta de muchos lectores, críticos y otros autores de relatos a cuentos que, para mí, juegan con esas convenciones, como “En la boca del otro”, por ejemplo, en el que una voz enajenada crea una historia necesariamente dislocada. ¿O acaso tendría sentido que la voz en primera persona de un loco produjera una narración convencional? En otros aspectos, escribir “Propiedad privada” fue un reto, porque domestiqué al máximo el instinto lírico de mi prosa en beneficio del imaginario que pretende instalar o convocar ese cuento en el lector. Y con “El nudo de Koen” intenté que la estructura dictara el ritmo de la narración, una estructura completamente especular de principio a fin que, eso espero, no encorseta sin embargo la historia, sino que le ofrece un armazón o un dique para que las emociones y los miedos del doble protagonista no se desparramen por la página.

Agua_dura_MAunque cada lector es soberano y la diversidad de sus respuestas forma parte del encanto y del vértigo de exponer al público tu trabajo, creo humildemente que esos tres relatos que refiero son los más logrados del libro, junto, y no me escondo, a “Islandia”, el que claramente ha tenido más éxito y que, por eso mismo, como padre no quiero mimar más de la cuenta, no se me vayan a enfadar sus hermanos. Pero me temo que debo reconocer que todo lo que he sido como escritor desde el descubrimiento tardío de mi vocación en 2006 hasta noviembre de 2013 está en “Islandia”. Ese cuento, incluido también en la reciente antología Nómadas (Playa de Ákaba, 2013), fue el primero que empecé a escribir hace años y el que más veces he versionado y revisado. En él está el hueso de mi mundo interior, el músculo de mi voz narrativa, la piel de mi estilo en prosa y la semilla de mis futuros libros. Va a ser también mi primer relato traducido a otro idioma, el húngaro, ya que este año se publicará en una prestigiosa revista literaria de Budapest. En resumen, leer “Islandia” llevará al lector a tener noción de mi pasado y de mi futuro como escritor. Si no le gusta o no le convence, si cree que no “funciona”, puede ahorrarse entonces el resto del libro, que uno no quisiera hacerle perder el tiempo a nadie en esta vida.

11.- ¿Cómo estás viviendo la excelente acogida del libro?

Pues todo el mundo me dice lo mismo, o al menos es una sensación general que se repite cuando me felicitan y esas cosas, pero aunque sería un gañán si no reconociera que la respuesta desde el pasado otoño ha sido más que buena, prefiero pecar de precavido y que no se me suba a la cabeza. Seguro que hay gente a la que no le ha convencido mi libro y no dice nada. Algunas personas lo han interpretado a su manera, sin conectar de veras con mis cuentos, incluso cuando la lectura les ha entretenido. Y quizá varios de los elogios recibidos vengan de personas amables a las que por otros motivos debo de caer en gracia. En fin, no sé, no quisiera perder la perspectiva y la distancia de la que hablaba al principio de esta entrevista, porque me parece lo más saludable. Además, tampoco me han dado ningún premio, no creo que lleguemos a una segunda edición y hay también críticos que ni siquiera se han molestado en leer mi libro ni en atender a los envíos de la editorial, por no hablar de un silencio extraño hasta hoy en la prensa catalana. He sido más profeta, por ejemplo, en Galicia, Aragón o Andalucía que en mi tierra, por lo de cumplir el refrán. Todo esto es siempre un poco imprevisible.

Con lo que más me quedo, sin embargo, es con un puñado de lecturas entusiasmadas de muchos lectores y de ciertos críticos, escritores y libreros que respeto, empezando por los tres grandes cuentistas que tuvieron la generosidad de presentar mi libro en Madrid, Zaragoza y Barcelona, como Óscar Esquivias, Carlos Castán y Fernando Clemot, nada menos. Todas esas opiniones me han llegado del mismo modo, tanto desde las páginas de un periódico como en el espontáneo mensaje privado de un lector o por el comentario de un librero entre cañas. Notar ese efecto de mis cuentos en lectores así me confirma que estoy en el buen camino. Y este libro ha sido, desde luego, una buena carta de presentación que, espero, me abra puertas en el futuro, cuando lleguen otras obras en las que trabajo desde hace tiempo con muchas ganas. De todos modos, y esto hay que metérselo en la cabeza, con cada libro cualquier escritor honesto sabe que vuelve a empezar de cero.

12.- Para terminar, ¿puedes contarnos algo acerca de tus próximos proyectos?

Como respondió una vez en otra entrevista mi querido Paul Viejo, “si te dijera que estoy escribiendo un libro, tendría que terminarlo”. De modo que he de andar con pies de plomo, no sea que me dé un soponcio cualquier día y deje las cosas a medias. Pero sí puedo adelantarte al menos dos temas que están al caer y otro del que ya he hablado en varias entrevistas. Empezando por el final, sigo trabajando en mi novela, una distopía ambientada en un futuro absolutamente inmediato y cuya primera parte transcurre en Barcelona. Con esa novela abriré una trilogía que, espero, me tendrá pegado al teclado durante dos o tres años más. Y en cuanto a los proyectos a punto de ver la luz y que se puedan contar, aparte de lo del guión, dos que me hacen especial ilusión.

LaMetamorfosi_Kafka_EdBase_SEl primero, en marzo y en la editorial Base, el prólogo a una edición anotada de una nueva traducción al catalán de La metamorfosis, de Kafka, que además estará dirigida a fomentar la lectura entre los adolescentes. Y el segundo, para desgracia de mis más acérrimos detractores, sí, damas y caballeros, otra antología de relatos a cargo del villano Bellver: en abril llegará a las librerías españolas y de la mano de Bartleby Editores la antología Madrid, Nebraska, un proyecto precioso y lejos de cualquier ánimo canónico con el que celebraremos buena parte de lo mejor del cuento español del siglo XXI y se lo haremos pasar en grande a los lectores. Ya ves, soy un desastre de Scarlett O’Hara y aquella promesa en lo alto de la colina apenas me ha durado tres años. Pero ayudar a que los lectores conozcan un poco mejor la obra de un montón de buenos narradores puede más que los sinsabores de ser antólogo, y eso, como le diría el pobre Cioran a su lacayo Andrés, al recibir en su correo electrónico la noticia de una herencia millonaria del derrocado príncipe de Zanzíbar, “¿No es maravilloso?”.