Agosto (2013), de John Wells
Por José Antonio Olmedo López-Amor.
Agosto comienza de forma evocadora, la voz de Sam Shepard (Beverly) en su única escena, recitando versos del poeta T. S. Eliot: “La vida es demasiado larga”. Ya en los títulos de crédito preliminares, la ausencia de los nombres del reparto comulga con la honda y expansiva soledad de este verso, el personaje encarnado por Shepard, confiesa ante la que será su empleada de hogar, que los libros han sido y son su refugio, de hecho ha sido un poeta laureado, y esa desoladora sensación de aislamiento y resignación, es la que inunda toda la película, todos los escenarios, todos los personajes.
John Wells, director de la película, demuestra un talento inusitado en un cineasta con su trayectoria, su anterior película (The Company Man, 2010) también contaba con estrellas en el reparto y relataba momentos críticos en la vida de una persona, ese es el único precedente como director con el que cuenta, sus anteriores trabajos, como actor en Duma (Carol Ballard, 2005) o como productor en La flor del mal, (2003) o Historia de un crimen (2007) fraguaron una vertiente humana en su visión como artista, no hay que olvidar que Wells también ha escrito, producido y realizado teatro, algo que le ha dado muchas tablas en su etapa de aprendizaje. Pero sin duda, donde el director nacido en Virginia ha alcanzado fama y notoriedad ha sido en la televisión, no en vano ha sido reconocido en numerosas ocasiones por su talento en series como Urgencias (1994) por la que ostenta el récord de premios Emmy en Estados Unidos ganados durante más de una década de emisión. Debido a su participación en esta exitosa serie debemos la participación del actor George Clooney en la producción del film, ya que una fuerte amistad une a ambos artistas desde hace veinte años.
La dimensión literaria del realizador entronca perfectamente con las exigencias del guión, una adaptación de la exitosa obra teatral escrita por Tracy Letts, dramaturgo que es -por suerte- el autor del guión de la película. La obra de teatro, estrenada en 2007, fue merecedora de 5 premios Tony y el premio Pulitzer, distinciones que la llevaron a ser una de las representaciones mejor valoradas no sólo de su año, sino de su época. Esa condición de teatralidad es la baza fuerte, sin duda, del largometraje; la riqueza y hondura de los rasgos de los personajes, sus mundos interiores, la densidad interpretativa, no ya de unos diálogos logrados, sino de una recreación milimétrica de una atribulada realidad.
Parte de ese peso atmosférico es transmitido por varios factores que confluyen equilibradamente, por un lado está el calor representado en el título, un agosto sofocante, extenuante y opresivo que va lacerando poco a poco los nervios, va mermando la paciencia y se convierte casi en un personaje más de la historia. Lo mismo ocurre con los paisajes; esas grandes llanuras que rodean la mansión en las afueras de Pawhuska, áridos, hermosos a la par que desasosegantes, una gran labor del director de fotografía y la planificación, factores clave en la textura y ritmo narrativos que hacen de la historia un fresco de las relaciones familiares contemporáneas.
La luz de algunos planos, estáticos, pictóricos, compuestos con un sentido de la estética, sí, pero subordinado al mensaje que se quiere transmitir, dan buena cuenta del perfeccionismo invertido por Wells a la hora de narrar un texto con tanto peso: los planos medios con ligero contrapicado, los planos-contraplano, la lenta cadencia de los sucesos, sin prisas por llegar a su desenlace, la casi total ausencia de maquillaje en los actores, la herrumbre y desgaste del atrezzo, la escalonada aparición de los personajes -muy bien escogidos- que van oxigenando el conjunto, esos cristales sucios de los coches, o la selección de canciones que van apareciendo en esta suma aritmética de logros y virtudes. Pero si no fuese suficiente con las miradas sostenidas al vacío de los personajes, esos planos que barren las estancias y paisajes en busca de detalles tan imprescindibles como insignificantes, tenemos el trabajo instrumental de Gustavo Santaolalla, una simbiosis tan perfecta de música y texto que apenas se percibe en el natural transcurrir del metraje. Santaolalla ha sido merecedor del Oscar en dos ocasiones y es un paradigma entre los compositores de bandas sonoras, ya que, este argentino -ya ilustre- autor de la banda sonora de Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006) es un autodidacta que no sabe leer ni escribir música. Para que se hagan una idea del esfuerzo musical de la película, el trabajo elaborado por Santaolalla está a la altura del que realizó Hans Zimmer para Thelma & Louise (Ridley Scott, 1991).
Pero no nos engañemos, si hay un valor irrefutable entre los aciertos de esta película, ese es sin duda el de Meryl Streep, cualquier adjetivo que pudiera escoger se quedaría corto al lado de la proeza interpretativa de la actriz de Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). El papel de una Streep en estado de gracia eclipsa por completo al elenco interpretativo de la película, su jalonado poder magnético como actriz recuerda el rol interpretado por Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), una interpretación que sin duda dará que hablar y quedará para el recuerdo.
La simple historia de un funeral y el impacto que este causa en las relaciones de una familia de clase media americana es el leit motiv suficiente como para que Wells aborde los entresijos de la condición humana: la hipocresía, el absurdo costumbrismo, el tedio, la incomprensión, secretos inconfesables, todo son ambages que afloran en lo que uno de los personajes define como familia: “Una selección genética aleatoria”.
El género de la película es comedia dramática, pero su director no concede a la comedia muchos minutos, el drama gobierna por completo la historia, una historia que podría ser la de cualquiera de nosotros, unos personajes que despiertan formando parte de un grupo de personas dispares con las que está obligado a relacionarse, de ahí esas insalvables distancias entre orgullos y mentalidades, la metáfora de las grandes llanuras como soledad en expansión y el calor de un agosto que regresa cada año para extenuar nuestras almas.