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Ese no soy yo: de Vila-Matas a Pitol, de Dylan a Haynes

 

Por Anna María Iglesia

@AnnaMIglesia

Solamente después de tres páginas del inicio del tercer capítulo del último libro de Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, una reflexión entre la todavía ambigua – y no se sabe hasta cuándo- relación entre la ficción y la realidad detiene la lectura. “¡Las relaciones entre realidad y ficción!”, exclama el narrador tras asistir a la lectura del relato “autobiográfico” de Vilnius, “Qué insufrible, por cierto, me ha parecido siempre esta cuestión cuando, a propósito de mis libros, me han preguntado por ella”. Insufrible, así define el narrador las discusiones acerca de la relación que se establece entre la realidad de aquél que escribe y la ficción de sus obras;  discusiones que lejos están de agotarse.  No han sido escasos las contribuciones teóricas acerca de dicha relación, desde aquellos que, apoyándose en el concepto de Erlebnis –experiencia- de Dilthey, han sostenido la inevitable interrelación entre el escritor y su obra pretendida o, incluso, involuntariamente autobiográfica, hasta aquellos que niegan toda posible relación, pues, como dirán algunos, escribir es siempre convertirse en otro; para éstos últimos, escribir yo implica siempre escribir acerca de un él, es decir, acerca de una alteridad ficticia. Sin embargo, la fuerza del pronombre “yo” se sobrepone a todo posible cuestionamiento y, por muy insufrible que se considere la relación entre ese “yo” ficticio con el “yo” real, parece imposible, y de ello es consciente el propio narrador de Aire de Dylan, no sentir “la tentación de querer averiguar si lo contado les sucedió de verdad” a sus escritores. Sensación que tuvo el personaje creado por Vila-Matas durante de la lectura del último libro de Sergio Pitol, El viaje, un relato acerca del recorrido vital e intelectual del escritor (…). “¡Qué vergüenza he pasado cada vez que he caído en semejante simpleza y vulgaridad”, se reprocha el narrador de Vila-Matas, “he terminado preguntando a un amigo escritor si tal episodio le ocurrió…!”

 

Sergio Pitol
Sergio Pitol

Preguntas censurables entre escritores, inadmisibles, de ahí el reproche del narrador de Aire de Dylan, un escritor decidido a dejar de escribir; él no puede dejarse llevar por aquella “simpleza y vulgaridad”, él como nadie conoce los entresijos de la ficción y, sin embargo, el “yo”, el perverso pronombre personal, lo induce irremediablemente a averiguar cuánto de real hay en la ficción leída. En su día, en su libro dedicado a la autobiografía, Lejeune decía que el nombre del autor en la cubierta del libro inducía ineludiblemente al lector a identificar ese nombre con el pronombre “yo”; de esta manera, a partir del presupuesto de que la enunciación es realizada por un persona cuyo nombre aparece en la portada del libro, se establecía un contrato –el contrato autobiográfico, lo denomina Lejeune- entre el lector y la obra. El nombre del escritor, sostenía Lejeune en su libro, remite a una persona real, que se responsabiliza de la enunciación de todo el texto, obligando al lector a leer el libro, como la promesa – o compromiso- de responsabilidad de una persona real.  El auto-reproche del narrador de Aire de Dylan parece dar la razón a Lejeune, parece confirmar la imposibilidad de sustraerse a ese contrato al que, sin embargo, el escritor no puede sumarse; es precisamente como escritor que el personaje vilamatiano se recrimina la simpleza de una curiosidad que le llevaría a preguntarle a Pitol cuánto de real hay en su libro. No se le puede proponer una pregunta de éste tipo a Sergio Pitol quien en El arte de la fuga se hacía eco de las palabras de Justo Navarro para definir la tarea del escritor; citando a Navarro, para Pitol ser escritor es ”convertirse en un extraño, en un extranjero”, convertirse en ese otro que al escribir yo se refiere siempre a él. La confesión de Pitol impide toda discusión al respecto, la tediosa discusión acerca de la relación entre la ficción y la realidad queda anulada, el escritor, como diría Pitol, es alguien que suplanta la personalidad de otro, es aquel que “se hace pasar por otro”. Vila-Matas, Pitol, Navarro…¿por qué tanta insistencia acerca de este tema? Pese a ser insufrible, la ficción parece reclamar su estatuto, su independencia; cómo los personajes de Pirandello, los “yo” y los “él” de las novelas reclaman su independencia de su autor, ellos son otros, lejos están de ser reflejo de aquél que los escribió.

aireAire de Dylan se construye a partir de un juego de suplantación, cuyo primer participante es Vilnius que, con su aire de Dylan, es constantemente confundido con el cantautor norteamericano; a este juego se suman todos, en primer lugar, Lancastre que, como dice su hijo, “quería sentirse una persona con muchos heterónimos y con una gran cantidad de dobles que pudieran confundirse con él”. Lancaster tiene aire de Pessoa, así como el título de la novela de Vila-Matas tiene aire de I’m not there, la película de Todd Haynes donde la figura de Dylan es fragmentada en un multiplicidad de personajes, todos son Dylan y, a la vez, ninguno lo es.  En verdad, la cuestión parece ser una sola, basta con ser desconfiado, basta con saber que la voz escuchada, la voz leída a partir de ese “yo” nunca corresponde a quien lo escribió. En uno de sus ensayos, Paul de Man recurría a los famosos epitafios de Wordsworth para decir que la escritura y, en particular el yo, es el signo de la ausencia; ese “yo” leído es como los nombres de los epitafios, nombran a alguien que no está. No hace falta recurrir a una disquisición retórica acerca del lenguaje, no es necesario pecar de un excesivo academicismo, para advertir la falacia del “yo”. Puede que no sea fácil no caer en  la “simpleza y la vulgaridad” del pacto al que Lejeune invita a sumarse, sin embargo, terminada la lectura, el contrato pierde su validez; concluida la lectura, el pacto establecido con la ficción pierde su vigencia y, de la misma manera en que lo advierte el narrador de Vila-Matas tras escuchar el relato de Vilnius, es necesario recordar que la ficción no es más que un mundo posible paralelo al real.

 

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