Entrevista a Daniel Gascón por su novela "Entresuelo"
Por Benito Garrido.
«Durante los cinco años que pasé en el entresuelo de Goya 88, el número de teléfono de mi casa era el primer número de teléfono que había aprendido en la vida.» Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) ha publicado tres libros de relatos: La edad del pavo (2001), El fumador pasivo (2005) y La vida cotidiana (2011). Es coguionista de la película de Jonás Trueba Todas las canciones hablan de mí (2010). Ha traducido a autores como Saul Bellow, Sherman Alexie y Christopher Hitchens, y fue responsable de la edición de Cuentos completos de Javier Tomeo (Páginas de Espuma, 2012). Colabora en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón y es miembro de la redacción de Letras Libres. En esta su primera novela, Entresuelo (Editorial Mondadori, 2013), el autor escribe precisamente desde el entresuelo un homenaje a sus abuelos, o bien, una novela sobre el tiempo y la memoria.
Entresuelo. Daniel Gascón. Editorial Mondadori, 2013. 112 páginas. 15,90 €
A finales de 2006, Daniel Gascón se fue a vivir al piso de sus abuelos, un entresuelo en un ensanche zaragozano. Este libro cuenta la historia de su familia a través de esa casa: la llegada a la ciudad de una pareja de recién casados desde un pueblo de Teruel, una serie de trabajos que incluyen una buena dosis de picaresca, la vida en un piso que acoge a otros matrimonios y a parientes de paso por la ciudad, el cambio paulatino desde una mentalidad cerrada, rural y religiosa a una visión abierta, urbana y laica. Cuenta los primeros meses en Zaragoza de un objetor de conciencia aficionado a la poesía: su padre. Narra sus propias estancias en el piso en los años ochenta y noventa, entre un puñado de personajes inolvidables y aficionados a contar historias. Entresuelo es una autobiografía indirecta donde Gascón describe lo que ha vivido y lo que conoce a través de conversaciones y documentos familiares.
P- Supongo que hay un momento en la vida que se hace necesario bucear entre los recuerdos, y este precisamente puede ser el tuyo. ¿Temes que algunos de ellos se hayan difuminado o hecho inciertos con el tiempo?
Ese es un tema que muchas veces me preocupa. Sucede algo y te planteas: esto lo voy a recordar para siempre. Pero pasan seis meses y se te han borrado ya muchos detalles del suceso, incluso en el proceso de recuerdo todo queda un poco trastocado. Por tanto, sí que hay un intento de hacer registro de todas esas cosas que no quieres olvidar, tomar nota de ellas y después, a la hora de escribirlas, darles coherencia. En aquellas partes del libro que se fundamentan sobre todo en recuerdos, sí que tenía la sensación de bucear, de poner en marcha el mecanismo de recordar. Entonces, ese proceso de activación de la memoria se convierte en el análisis de uno mismo. Azcona decía que no era necesario tomar muchas notas porque de lo importante siempre te vas a acordar. Yo lo que hago es comenzar a escribir y todo se va activando y ordenando en función de lo importante que sea el recuerdo. La memoria es el mejor filtro.
P.- ¿Podríamos decir que estamos ante las memorias familiares de Daniel Gascón?
Sí, son unas memorias familiares, pero al mismo tiempo podría hablarse de una autobiografía indirecta: cuento los hechos de los que fui testigo, hablo de mí, y me planteo como había sido la vida en el piso que ahora vivo. Cuando vas contando cosas de gente que ha sido importante para ti, sí que acabas haciendo una especie de autorretrato, incluso cuentas capítulos que podrían resultar más íntimos así que si se contaran en una autobiografía como tal. En este caso más que el yo, se ve mi punto de vista sobre las cosas. Y eso es algo que me va explicando.
P.- ¿Por qué has recurrido a la versión corta, a la de los retazos cercanos, en lugar de hacer un montaje voluminoso (como suelen ser habitualmente las memorias)?
Quería que fuera una memoria con restricciones, circunscrita al piso. Esa limitación me impedía ampliar perspectivas. Tampoco quería hacer una saga familiar al uso. Quería desordenar la memoria y hacer una especie de neorrealismo descentrado. Una de las cosas bonitas de la memoria es la asociación, que no es cronológica, sino que te lleva de un sitio a otro, de un momento a otro. Y eso también quería que estuviese así en el libro: una historia que se convierte en una especie de enumeración caótica que sin embargo, y aunque tengamos experiencias distintas, conecta.
P.- ¿No sientes cierto pudor al desnudar tus recuerdos de esta manera?
Todos los escritores tenemos pudor. Yo precisamente me siento un poco raro pues soy un tímido muy sociable, me gusta mucho estar con la gente. Y escribiendo soy bastante poco pudoroso, no es un tema que me preocupe demasiado. Si acaso puede inquietarme algo es el narcisismo. Pero cuando creo que estoy contando algo con lo que otras personas pueden identificarse, o aclararles algo, entonces pierdo ese pudor.
P.- No hay grandes dramas, y si alguno ocurre no profundizas en exceso, para que todo quede como otro hecho cotidiano más en la vida familia. ¿Cómo las cosas que podrían haberle pasado a cualquiera?
Hay una especie de huída del excesivo énfasis, poner las cosas sin subrayarlas demasiado, que sea el lector el que se dé cuenta de la importancia de cada una de esas cosas que se van contando. Sí que hay historias que pueden ser terribles, pero no busco remarcarlas. Prefiero contar las cosas que suceden en la vida de forma natural, sin recalcarlas, como si se tratase de acontecimientos que podrían haber ocurrido de forma cotidiana a otras muchas personas.
P.- El camino seguido por tus abuelos se asemeja mucho al de otros españoles de aquella época. ¿Ejemplo o paradigma quizás de esa clase media que fortaleció la democracia?
Cuando empecé a escribir el libro no era consciente de ese punto, pero conforme lo fui revisando, me di cuenta de que el perfil y trayectoria de mi abuelo encajaba mucho con esas otras muchas familias que han ido evolucionando desde la posguerra. No buscaba hacer algo representativo ni un modelo a escala, pero sí que me gusta esa conexión con otras muchas familias, que se parece a la historia de otros. Me ha salido un libro muy aragonés. Sin embargo, muchos familiares se fueron a trabajar y vivir a Barcelona, así que quizá otro escritor de la familia pueda escribir un libro similar ambientado en Barcelona.
P.- ¿Tenías preferencia por alguno de tus abuelos en especial?
Como me crié con mi familia materna, siempre pensé que el padre de mi madre era el hombre más sabio del mundo. A mi abuela, también la quise mucho, pero ella era como esa argamasa que lo une todo, pero siempre discreta, como en un segundo plano. Uno no se hubiera podido sostener sin el otro. A mis abuelos paternos los sentía más lejanos por el hecho de que estaban en Galicia; es curioso que mi abuelo emigró a Suiza y aprendió castellano, y mi abuela que nunca salió de allí, no llegó a aprender castellano.
P.- En cuanto a la familia como eje central de la vida, ¿crees que hoy día el concepto de unión familiar sigue siendo el mismo que hace 30 años?
No, afortunadamente. La familia sigue siendo un vínculo muy importante, de hecho sin esa red no sé que habría pasado a la vista de las cifras de paro que tenemos. El divorcio, el matrimonio homosexual o la familia monoparental han permitido ampliar el concepto de familia. La familia como tal es muy importante, pero el gran cambio en ella es que aunque la red de afectos siga siendo básica, ya no hay una sola forma de organizarlos.
P.- En tu libro son muchas las personas implicadas y muchos los recuerdos, ¿no temes que el lector se pierda, o precisamente buscas ese efecto de volcado en el acontecimiento más que en el personaje?
Esa posible confusión era algo que siempre me preocupó a la hora de escribir. Intentaba entonces no poner muchos nombres, sino marcar solo el lazo familiar (tío, primo, etc.) para que llegue un momento en que al lector le dé igual si era la tía segunda o la primera… lo importante no es eso sino el acontecimiento concreto que se está contando.
P.- El escenario del entresuelo, ese piso por el que pasan tantas personas, bien podría ser una tarima teatral, y tu obra antojarse como un largo monólogo. ¿Te lo planteaste así?
No se me había ocurrido verlo así, pero la verdad es que me gusta mucho esa visión. Cuando vivía en el entresuelo, pensaba en la serie Seinfeld, así que el libro me lo planteaba más como si todo fuese una telecomedia en la que los personajes están entrando y saliendo. Pero sí que es verdad que al tener esa voz narrativa tan constante, podría encajar bien como un monólogo.
P.- Aunque eres un escritor joven se nota en tu escritura un cierto deseo de recuperar la tradición literaria implícita en las memorias, la de mirar al pasado…
Me gustan escritores de diferentes épocas y me gusta hacer redes. No tengo ningún rechazo especial a lo moderno, pero también me gusta mucho el realismo, y aunque no me planteo escribir como los autores que lo practicaban o lo practican (ni por el talento ni por intención de seguir su línea literaria), sí que me gusta seguirlos. Así, autores como Ignacio Martínez de Pisón o David Trueba han sabido hacer realismo moderno que sabe retratar el mundo en que vivimos. En el fondo me gusta mucho picotear de diferentes tradiciones e intentar ver lo que resulta.
P.- Como vemos en tu libro, formas parte de una familia de escritores (padre, hermana), ¿de verdad que no existe cierta rivalidad entre vosotros?
No, todo lo contrario, estamos continuamente leyendo los textos de los otros y corrigiéndonos. Sabemos que somos muy distintos, y que las cosas que escribimos los otros lo harían de otra manera, pero siempre que me corrigen algo, me fío mucho de sus criterios porque se ponen en mi lugar. En ese sentido somos generosos. Es muy divertido estar dentro de una mini editorial familiar.
P.- Y tu madre, ahí entre medias de vosotros. ¿Es la gran protagonista de tu vida, de tus memorias?
Es una protagonista escondida, pero como son todas las madres. Yo puedo estar en el centro de la narración sin estar enfocado todo el rato, y mi madre también está un poco así.
P.- También eres traductor. A la hora de hacer una novela, ¿te sirve quizá como experiencia de base para escribir mejor?
Traducir te obliga a leer con mucha atención, incluso puedes ver cosas que se le pueden haber pasado al autor. Conoces los mecanismos de escritura y al traducir e intentar reproducir lo escrito, haces músculo: tienes que construir frases que quizá tú nunca escribirías. La traducción, a mí personalmente, me ha enriquecido como escritor. Interiorizas muchas formas de escribir, te da elasticidad. Como escritor tengo que reconocer que la traducción me ha servido de mucho para enriquecer un poco la voz.
Grande, Daniel.