La visita (2015), de M. Night Shyamalan
Por Guillermo Gil Gómez.
Cada relativamente poco tiempo, desde algunos años, asistimos a la llegada a nuestras carteleras de la nueva “gran” película de terror, aquella destinada a insuflar nuevas energías a un género casi agotado. Huérfanos desde hace demasiados lustros, los fans del miedo y los sobresaltos buscan desesperadamente cualquier ocasión cinematográfica a la que agarrarse. De este modo, en las últimas décadas, nuevas oleadas dispuestas a satisfacer estas ansias nos han venido asolando, como si de hordas de muertos vivientes se tratara, con mayor o menor fortuna. Así ha ocurrido, sucesivamente, con el horror venido de oriente (con The ring como abanderada), el explícito cine galo (Alta tensión, Al interior, Martyrs, Maniac…), las cintas del realizador malayo James Wan (Saw, Insidious, Expediente Warren), los viejos clásicos pobremente actualizados (Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Carrie) o, incluso, con aquellos filmes que apostaban por huir de los patrones establecidos, como la provocadora Hard Candy o la original La cabaña en el bosque. Pero sin duda, la oleada más persistente y más dispuesta a no cejar en su empeño por revitalizar el denostado género ha sido la del metraje encontrado.
Resulta curioso que dentro de este formato, no exclusivo del terror (pues ahí tenemos obras de ciencia ficción como Chronicle, Europa One o Project Almanac), encontramos a dos de las consideradas películas más rentables de la historia: El proyecto de la bruja de Blair y Paranormal Activity. Generalmente asociado a la falta de presupuesto, el metraje encontrado nos ha dejado otras interesantes propuestas como son Monstruoso, V/H/S, o la española [REC].
Existe cierto paralelismo entre la situación del género en los últimos años y la carrera del cineasta hindú M. Night Shyamalan. Encumbrado al Olimpo del éxito con su tercer largometraje, El sexto sentido, por el que fue nominado al Óscar como mejor director, su conexión con el público se fue diluyendo poco a poco en sus siguientes trabajos (El protegido, Señales y El bosque) hasta dar claros síntomas de desfallecimiento con La joven del agua y El incidente. Si para esas alturas aún quedaba algún fanático de Shyamalan, este se encargó de ahuyentarlo con las mediocres Airbender, el último guerrero y After Earth. Aquellos que vimos un director de talento en la primera mitad de su filmografía, esperábamos alarmados la cinta que le devolviera a una senda que nunca debió abandonar. Su nueva “gran” película. Y con su experiencia como creador de atmósferas y su dominio de la intriga, el formato de metraje encontrado parecía perfecto para un regreso por la puerta grande.
La visita nos cuenta la historia de Becca y Tyler, dos adolescentes a los que su madre, movida por rencores del pasado, les ha privado de conocer a sus abuelos. Impulsados por la lógica curiosidad de quien está descubriendo el mundo, deciden ir a pasar con ellos una semana, con la esperanza de poder iniciar una relación que nunca han tenido. Lo que prometía ser una entrañable estampa familiar pronto se convertirá en una inquietante pesadilla debido al extraño comportamiento de los ancianos.
Shyamalan brinda la oportunidad a los jovencísimos Olivia DeJonge y Ed Oxenbould (cuya experiencia interpretativa se reduce a unos poco papeles) de llevar el peso narrativo de La visita, contraponiéndolos a los veteranos Deanna Dunagan y Peter McRobbie y a la televisiva Kathryn Hahn (Crossing Jordan). Serán precisamente los adolescentes los que, con la excusa de grabar un documental sobre sus desconocidos abuelos, otorguen sentido al estilo de filmación.
Rodada con un reducidísimo presupuesto, La visita supone un grato ejercicio de forma engullido por un fondo del todo insatisfactorio. O lo que es lo mismo, la mano de Shyamalan se nota, y por partida doble, para bien y para mal. Como en sus anteriores trabajos, el hindú se encarga también del guion, poco sutil, demasiado empeñado en buscar el susto fácil y cargado de un sentido del humor en extremo simple e infantil. Paralelamente, el formato de metraje encontrado permite a Shyamalan jugar con la composición de planos, logrando una sugestiva labor visual, repleta de encuadres perfectamente milimetrados (aunque no siempre creíbles en el contexto argumental). La factura técnica se completa con la apreciable fotografía de Maryse Alberti y una banda sonora inexistente hasta el tramo final del film.
Nos encontramos con una película fallida, que aunque parte de una premisa interesante (las personas que menos te lo esperas pueden resultar francamente aterradoras, idea ya explotada con anterioridad en obras como ¿Quién puede matar a un niño? o Los chicos del maíz), se pierde en su búsqueda de un efectismo insustancial que no la aleja de la gran mayoría del mediocre cine de terror actual. El género sigue en crisis, y mucho me temo que M. Night Shyamalan también.