Blue Jasmine (2013), de Woody Allen
Por Jordi Campeny.
A veces pasa; crees que ves una película diferente a la que ve la mayoría. Sientes incertidumbre, algo de extrañeza, un leve mosqueo. Porque una cosa son los gustos; otra, el criterio. Cuando una aplastante mayoría de la crítica cinematográfica eleva a categoría de obra de arte una película, ensalza y aplaude su brillantez y complejidad, se rinde a la mano maestra del genio que la ha creado y tú sólo logras percibir un eco lejano de esta supuesta genialidad, te quedas descolocado, bajo el peso pegajoso de un interrogante, esperando que las horas y la reflexión sitúen la película en el lugar donde, según el criterio de tantas voces autorizadas, merece estar.
En balde. No lo consigues. La celebrada y encumbrada última película del genio neoyorquino Woody Allen, muy a tu pesar, no te gusta.
Tu mente se pone a revolotear por entre las piezas de su brillante y prolífica filmografía y aparecen tantas, tantísimas obras mayores, divertidas, enjundiosas, originales, complejas, que esquivan tópicos; hilarantes, sofisticadas, inteligentes, inolvidables. Únicas, en definitiva. Cuesta escoger entre tanta calidad y brillantez, pero uno sucumbe continuamente al genio de las inmortales Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Delitos y faltas (1989), Desmontando a Harry (1997) y, especialmente, Match Point (2005), una afilada, lúcida y sombría obra maestra en la que Allen mostró la cima -hasta el momento- de su genialidad.
Blue Jasmine narra la historia de una mujer rica y glamourosa de la alta sociedad neoyorquina (entregadísima y algo sobreactuada Cate Blanchett), que se encuentra de repente sin dinero y sin casa. Decide entonces mudarse a San Francisco para vivir con su hermana Ginger (espléndida Sally Hawkins), una mujer de clase trabajadora que vive con su novio en un pequeño apartamento. Jasmine, que atraviesa el momento más crítico de su vida, se dedica a tomar antidepresivos y a recordar su antigua vida en Manhattan.
Con este estimulante argumento, Allen construye un drama en el que se le notan las costuras, repleto -sobretodo en su primera parte- de clichés, estereotipos y lugares comunes. Aunque goza de una sólida construcción narrativa y el guion, elaborado, hace mover y avanzar a sus personajes para acabar de nuevo en la casilla de salida, uno tiene la molesta e irritante sensación de que sabe lo que les va a ir sucediendo. La previsibilidad; algo tan impropio en el cine de Woody Allen.
La realidad que plantea el director y las eternas diferencias de clase (que con tanto tino e inteligencia radiografió en Match Point, por ejemplo), aquí se antojan forzadas, esquemáticas, con un punto de impostura. Incluso en las secuencias cómicas, terreno que Allen domina como nadie, nos sorprende con un bochornoso humor de trazo grueso (véanse las escenas con los amigos del novio de Ginger).
Si a todo ello le sumamos la comparación que muchos han querido establecer entre Blue Jasmine y la imperecedera y brutal Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, con guion de Tennessee Williams, 1951), la película de Allen se despeña directamente por el desfiladero. Seamos sensatos, pues, y evitemos las comparaciones.
Que cada uno decida por sí mismo si esta Blue Jasmine cae del lado de las obras mayores o menores de su director. Aún admitiendo sus incontestables logros (sofisticación en la puesta en escena, sólida construcción del relato, algunos puntos fuertes en el guion, la dirección de actores,…) uno no consigue captar la excelencia de este Allen y sitúa el film en el segundo grupo (con leves tentaciones de situarlo en un tercero, el de las obras fallidas; pero no, a todas luces resultaría excesivo). Midnight in Paris (2011), por ejemplo, película que se encuentra en el tramo más denostado de su carrera, tiene bastante más chispa, atrevimiento y relevancia.
Y así, en clara contraposición a la opinión mayoritaria de crítica y público, uno se sitúa, junto a dos queridos amigos con quienes compartió la velada cinematográfica, en el inhóspito terreno de los disidentes.
Coincido plenamente, ya no estás sólo, hay unos cuantos que no vemos esa genialidad por ningún sitio, ni tanta maestría.
Héroe: “aquel que sin ser eminentemente virtuoso ni justo viene a caer en la desgracia en virtud de un error que él mismo comete” Heroína: ídem.
La trayectoria descendente de la protagonista de Blue Jasmine la convierte en una heroína trágica. Y su descenso conmueve hasta los tuétanos. ¿Quién no le teme a la locura? ¿Quién no teme destruir el único mundo en el que puede vivir debido a sus propias y humanas limitaciones?
¿Quién no se compadece de alguien que ha sido feliz y pierde todo por culpa de un error propio, error provocado en este caso por los celos y la humillación? ¿Quién no ha sido cegado por la pasión alguna vez en su vida?
Con situaciones actuales, incluso con sus estereotipos, Woody Allen consigue recrear el clima de la tragedia griega.
Chapeau, Mr Allen.