+Medios/Actualidadtop3

Lawrence Durrel y Cortázar (De cómo El Cuarteto de Alejandría influyó en Rayuela)

En 1957 empezó a publicarse, en forma seriada, “El Cuarteto de Alejandría” del británico Lawrence Durrell. Se sabe que Cortázar leyó el libro y le cambió de modo decisivo la forma y el tono de “Rayuela”. Sábato, por la misma época, hablaba de él con reverencia.

¿Ya pasaron los homenajes por los cincuenta años de Rayuela ? Ahora que yo mismo ya entregué mis dos mil caracteres sobre el tema, me gustaría decir algo sobre otra novela, la novela que inspiró Rayuela .

En 1957 empezó a publicarse, en forma seriada, El Cuarteto de Alejandría , de Lawrence Durrell. En 1958 Cortázar empezó a escribir Rayuela . Ahí se menciona a Durrell: de hecho es parte del name-dropping que a muchos molesta en Rayuela . Pero esto da una idea de lo que era Durrell por entonces; nombrarlo era como nombrar a Faulkner, a Kafka. A los escritores argentinos les pegó fuerte la obra del británico. Sábato, por la misma época, hablaba de él con reverencia. (Me oprime el corazón leer entrevistas de los años sesenta al ahora desacreditado Sábato en las que habla con falsa modestia, como un genio que sabe reconocer a otro genio, del ahora casi olvidado Durrell. Es como mirar la foto de dos playboys que sonríen a cámara y saber que diez minutos después se desbarrancaron a bordo del mismo Mustang. La literatura es un oficio triste.) En cuanto a Cortázar, se sabe que leyó el Cuarteto y que le cambió de modo decisivo la forma y el tono de Rayuela .

Como Rayuela , el Cuarteto tiene como protagonistas a un grupo de artistas expatriados. O de expatriados más o menos artistas. Las dos novelas están erotizadas con ese estilo de vida: las conversaciones sublimes, el uso discrecional del tiempo, los personajes que hablan unos de otros como asombrados de conocer gente tan interesante. Las dos se ocupan de esa pregunta adolescente por excelencia: ¿cómo llegar a ser? Hay un ambiente decadentista,fin de siècle ; abundan los gestos de derroche, los solitarios que brindan con la luna, las paradojas elegantes, el horror por lo funcional. Hay una ciudad que se entiende como espacio iniciático. Hasta los guiños a la alta cultura se parecen. Se sabe lo que pasó después: esas cosas se volvieron insoportables y los lectores fervientes de ayer se avergonzaron de haber tenido tan mal gusto.

Yo quiero arriesgar, sin embargo, algunas razones para salvar a Durrell. La primera, eso que le faltaba a Cortázar: el humor.

El Cuarteto de Alejandría es preciosista. Pero también parodia el preciosismo. Por ejemplo: Justine entra en escena con toda la panoplia de la femme fatale : guantes largos, ojos flamígeros. ¿Pero qué hace el narrador? Le ofrece una aceituna. Justine escupe el carozo en su guante de terciopelo. Por otro lado: ¿quién es la Maga? Cortázar no deja dudas: es una ignorante que, como los niños, dice la verdad. Es un papel triste y Cortázar nunca lo desmiente. Cuando Durrell, en cambio, se pregunta quién es Justine, la respuesta va cambiando. Primero es una frágil neurótica. En la segunda novela, Balthazar, resulta que era una alegre aventurera del sexo. En Mountolive , nueva desmentida: era una conspiradora política y todos sus amoríos, cortinas de humo. En Clea —y esto sí que hay que ser valiente para hacérselo a tu protagonista— resulta que era una pesada y nada más.

Me gusta cómo Durrell bufonea todos los clichés narrativos: no sale bien parada ni la novela psicológica ni la modernista, ni la de espionaje. Justine (parodiando el libro de casos freudiano) no soporta leer las palabras “Washington DC”; después resulta que la violó un italiano que se llama Da Capo. Hay imágenes entre lo conmovedor y lo ridículo: una pareja hace el amor “como el bajorrelieve de una tumba antigua modelado en yeso”. Hay toques de crueldad delicada: Naruz, con su labio leporino, besando la mano de Clea que se estremece de asco. Pursewarden bailando el vals con su hermana ciega, con quien tiene una relación incestuosa: la imagen podría ser truculenta (uno piensa de nuevo en Sabato) pero es juguetona y curiosamente tierna. Y está David Mountolive, que de joven se enamora de Leila, y que vuelve años más tarde y ahora ella tiene la cara picada de viruela. Y Gaston Pombal, el diplomático francés, aburrido del amor, con la divisa enmarcada sobre su chimenea: Légereté, Fatalité, Maternité . Quiero que vuelvan los escritores que hacen locros espesos, no sopitas knorr light . Quiero que vuelva Durrell.

 

fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/vuelva-Durrell_0_997100321.html

2 thoughts on “Lawrence Durrel y Cortázar (De cómo El Cuarteto de Alejandría influyó en Rayuela)

  • A mí también me encanta el cuarteto. Aunque esta algo anticuado sigue siendo una auténtica delicia en mi opinión.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *