El espectador de la última fila
Por Eva Llergo
Como Claudio y Germán, los protagonistas de El chico de la última fila, de Juan Mayorga, nosotros también observamos desde el sitio privilegiado, donde ves a todos los demás sin ser visto: la última fila del patio de butacas. Aunque nosotros, claro está, mucho más atrás, porque no sólo miramos desde la última fila de la clase donde se sienta Claudio, sino que miramos desde más allá, desde fuera de la obra, desde la cómoda posición del crítico.
Son muchas las sensaciones que nos causa el texto de Juan Mayorga. Para empezar, es de una ironía e inteligencia que dejan pasmados. No nos extraña que François Ozon se empeñara en llevarla al cine el año pasado, dando como resultado su magnífica película Dans la maison.
Y es que en la obra de Mayorga todo transcurre con una naturalidad hipnótica y teatral. La naturalidad de un aula de secundaria, de un profesor cansado de la mediocridad de sus alumnos y del destello de luz que supone en su vida el encontronazo con un alumno diferente. Un alumno que quiere (y sabe) escribir. Lástima, piensa el profesor, que su motivo de inspiración sea fisgonear la vida de uno de sus compañeros de clase y que se las ingenie para colarse en su casa y husmear su modo de vida. Y después escribir sobre todo ello…
Pero esto es sólo el germen de la obra. El chico de la última fila toca, además, una gama temática tan compleja como la vida misma: las relaciones entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, los vericuetos de la creación literaria y la imaginación, la importancia de las segundas miradas, la relación entre la realidad y la ficción… Y, por si todo lo anterior fuera poco, sostiene la tensión con un ritmo teatral trepidante.
El montaje de Víctor Velasco le da una réplica perfecta al texto de Mayorga, en lo que respecta a agilidad, intimidad y presencia escénica. Aunque, a nuestro juicio, no siempre queda bien reflejada la ironía del texto a causa de algunas interpretaciones demasiado rotundas, intensas, sin los matices que pide la obra. Creemos que esto explica también que un par de momentos del montaje, pretendidamente cómicos, no acabaran de funcionar con un público que, en general, parecía un tanto desorientado con el tono de la obra.
Del montaje de Velasco nos gusta también la sencillez, el simbolismo y la cercanía de la escenografía: un rectángulo formado por pupitres escolares que representa de forma polivalente todos los espacios de la obra. El juego de lamparitas que iluminan a los personajes en activo (puesto que todos están prácticamente la obra entera en escena) comienza, sin duda, siendo un hallazgo. Sin embargo, la cantidad de ocasiones en que debe ser puesto en práctica para respetar la dinámica que le da sentido termina convirtiéndolo en un inconveniente.
Por otro lado, nos parece que la ausencia casi total de utilería deja a los actores un tanto desamparados, teniendo en cuenta, además, el contraste que surge por la cotidianeidad y naturalidad que pide el texto. Sí nos gustan, y mucho, otros momentos donde la necesidad de una escenografía más explícita se soluciona mediante el mimado de acciones. Véase el momento en que “los Rafas”, padre e hijo, están viendo el partido de Gasol o cuando Rafa padre conversa con Claudio en dos planos distintos. Momentos ambos de brillantez escénica que no queríamos dejar pasar en nuestro comentario.
También nos resulta notable la interpretación grotesca de los habitantes de la casa en los primeros vistazos que las narraciones de Claudio nos ofrecen de ellos. Todo con la pretensión de marcar aún más la humanización que van experimentando los personajes a ojos tanto del adolescente como de los espectadores. Para ello, Velasco se permite algunos trucos. Por ejemplo, magnifica el ridículo de la escena en la que los Rafas sintonizan su nuevo televisor siguiendo unas instrucciones en alemán, cuando en el original de Mayorga estaban en francés. El lance, como pueden juzgar, pasa de lo ridículo pero posible a lo hiperbólico.
En resumen, el montaje de la compañía La fila de al lado es muy notable y siempre quedará en su biografía un tremendo acierto: haber iniciado su andadura con el brillante texto de Mayorga. Mejor padrino, imposible.
El chico de la última fila
Compañía: La fila de al lado.
Dirección: Víctor Velasco.
Texto: Juan Mayorga.
Reparto: Miguel Lago Casal, Óscar Nieto San José, Olaia Pazos, Natalia Braceli, Rodrigo Saenz de Heredia, Sergi Marza.
Sala: Teatro Galileo
Fechas: Del 16 de octubre al 10 de noviembre.
Horario: Miércoles, jueves y viernes, a las 20.30h; sábados, a las 19.00h y 21.30h; domingos, a las 19.00h.
Hola!
Muchas gracias por vuestra crítica, no conocía la obra y me ha picado el gusanillo para ir a verla, y aun estoy a tiempo 🙂
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