Emocionante Javier Veiga como ‘El caballero de Olmedo’
Por Horacio Otheguy Riveira
Lope de Vega la escribió en 1620 y Eduardo Galán firma hoy una versión con la imaginería teatral de nuestro tiempo, respetando la poderosa belleza del texto y el contexto de la época.
La hermosa muchacha que parece flotar en un mundo de hombres, con la belleza y la ingenuidad de un ángel, despierta pasiones que no desconoce. Enamoradísima de Don Alonso, ha de padecer el acecho de Don Rodrigo, preferido de su padre. Hay malentendidos, paso de comedia cuando ella simula el deseo de entrar en un convento, y hay también lucha física y metafísica… y una muerte anunciada desde el principio por el gran personaje, el personaje fundamental de la dramatización de Lope de un hecho real: Fabia, la hechicera, una especie de Celestina que advierte de peligros que el protagonista desechará.
Fabia, la bruja, la sabia, la mujer a ras de pueblo, la que en sí misma es capaz de portar todas las emociones, y que en esta versión se ocupa de advertir desde el prólogo lo que veremos:
Esta noche le mataron
al caballero
a la gala de Medina,
la flor de Olmedo
Una mujer que es fuego que abrasa y arde
Lo sobrenatural tiene en esta función de Lope de Vega (1562-1635) más importancia que en otras, curiosamente con muchos puntos en común con Shakespeare (1564-1616): el interés por el mensaje trágico de aquellos que mal interpretan los designios misteriosos o, como en este caso, que desatienden el susurro de lo sobrenatural, la advertencia de serio peligro.
En el personaje de Fabia se concentra toda la estrategia de la obra que parte de un hecho real de gran popularidad muchos años atrás, convertido en mito, y que sirve aquí para desplegar un intenso campo poético con la mujer de centro absoluto de pasiones desatadas. La del padre, ávido de “colocarla” en el mejor matrimonio posible, la del forastero que la ama no más verla y del arrogante y también guapo joven que la pretende. La mujer como objeto de deseo, a su vez imposibilitada de tomar decisiones, al servicio de un matrimonio impuesto o el convento. En este caso, después de los malentendidos, su padre acepta su loco amor por Don Alonso, pero será demasiado tarde.
A sabiendas de la dificultad de seducirla a la primera, de introducirse en el ámbito de la joven aislada del mundo, protegida de la avidez masculina, Don Alonso busca la ayuda de la hechicera:
Fabia: Ayer te vi en la feria perdido
tras una cierta doncella,
que en forma de labradora
encubría el ser señora,
no el ser tan hermosa y bella;
que pienso que Doña Inés
es de Medina la flor.
Alonso: Acertaste con mi amor.
Esa labradora es
fuego que me abrasa y arde.
Y todo sucede bajo el manto de la pasión ciega y atormentada, finalmente convertida en tragedia porque el vigoroso enamorado se lanza por donde le dicen que no vaya. Lo hace por orgullo, porque es de débiles temer el infortunio, atormentado por vagas voces que le marean en un lenguaje que no entiende.
Una belleza que tiene envidia de sí misma
Esta versión auspicia una dinámica de teatro contemporáneo que le va muy bien al arrollador encanto de Lope de Vega, una feliz unión entre texto y dirección. Entre el material compuesto por el autor Eduardo Galán (un profundo conocedor de los clásicos y a la vez un estupendo autor de comedias como Historia de 2, Hombres de 40, La curva de la felicidad) y la puesta en escena del director Mariano de Paco Serrano (Hombres de 40, La Celestina, La señorita de Trevélez) la función despliega alas a buen ritmo, con libertades escénicas muy logradas (sucesión de escenas limitadas sólo por lanzas, invitando al espectador a participar de un rico juego imaginativo) y notables recreaciones del propio texto, como cuando Alonso e Inés personifican el contenido de las cartas que se envían…
El caballero de Olmedo y Lope de Vega tienen mucho en común, y así parece haberlo entendido Javier Veiga con esta formidable interpretación en la que abunda en detalles como resultado de una sólida carrera como actor y notable como autor. Me parece descubrir en su ascendente interpretación algunos de los muchos matices que se suponen en la vida del enamoradizo poeta, entrelazados con la trágica experiencia del personaje que nunca llega a amar en plenitud a su idolatrada criatura, no más que en fantasías. Esa impotencia se yergue con ímpetu, como si luchara entre fantasmas alrededor de un poderoso influjo que jamás podrá hacer suyo.
Junto a la gran labor de Veiga, la de Enrique Arce, como su criado, quien logra un punto de difícil armonía entre el humor característico de estos personajes típicos en el teatro del siglo de oro, y el dramatismo desbocado del desenlace. Juntos componen los personajes más logrados en la estructura del drama dentro de una compañía en la que también destacan Encarna Gómez (Fabia) y Marta Hazas, irresistible Doña Inés.
No todo lo que sucede en el escenario produce el mismo interés. La iluminación se excede en penumbras, y la música estridente subraya demasiado (respectivamente, maestros Nicolás Fischtel y Tomás Marco), pero el dominio del lenguaje por parte de Eduardo Galán adquiere tal riqueza, que una puesta en escena “casi” coreografiada en un espacio vacío… permite aislarse de lo que molesta y entregarse al brío de un espectáculo que atraviesa muy buenos momentos hasta dar con un final bellísimo en el que todo lo que ocurre es presidido por un conmovedor silencio. Un silencio que conmueve, tras el cual escuchamos deliciosas maneras de amar:
Sus alabanzas cantan
las aguas fugitivas,
las aves que la escuchan,
las flores que la imitan.
Es tan bella
que tiene envidia de sí misma…
Autor: Lope de Vega.
Versión: Eduardo Galán.
Dirección: Mariano de Paco Serrano.
Intérpretes: Javier Veiga, Marta Hazas, José Manuel Seda, Enrique Arce, Encarna Gómez, Jordi Soler, Andrea Soto, Alejandro Navamuel.
Música original: Tomás Marco.
Escenografía: David de Loaysa.
Dirección estética y vestuario: Felype de Lima.
Iluminación: Nicolás Fischtel.
Fotografías: Pedro Díez Gato.
Lugar: Centro de Arte Fernando Fernán Gómez.
Fechas: Del 3 de octubre al 3 de noviembre de 2013.
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