Yasmina Khadra indaga en la violencia machista de policías de Tánger: «La deshonra de Sarah Ikker»
Por Horacio Otheguy Riveira
La belleza de una ciudad, aparente y humana, oculta miserias de amoralidad y corrupción en los altos y bajos mandos: un tema muy caro a las novelas que el prolífico franco-argelino Yasmina Khadra (seudónimo de Mohammed Moulessehoul) escribe de un país a otro, con residencia en Francia, pero recorriendo mundo con un éxito creciente. Su talento empezó a expandirse desde París, donde se refugió como militar argelino en los convulsos tiempos de enfrentamiento entre el terrorismo de estado y el musulmán fundamentalista, lucha de la que dejó constancia en obras como Morituri, Los corderos del señor y Lo que sueñan los lobos, obras que aportaron una mirada profunda sobre la dolorosa crisis argelina, con el ritmo encendido del género policiaco.
Su trayectoria de escritor es intensa y apasionante con algunas obras maestras como El atentado (transcurre en Israel) o Las golondrinas de Kabul (Afganistán). Ahora, con la última publicada en castellano, La deshonra de Sarah Ikker, comienza una trilogía que transcurrirá en Tánger, Marruecos:
«Quise escribir sobre Tánger porque lucho por un gran Magreb. Quiero que desaparezcan las fronteras entre Marruecos, Argelia y Túnez. Es un mismo pueblo, con las mismas ambiciones y los mismos sueños. Es mi modo de ser magrebí. No hablar exclusivamente de Argelia sino también de Marruecos y Túnez. Además, ¿por qué no podría escribir sobre esta parte del mundo cuando he escrito sobre México, Afganistán, Cuba, o el resto del mundo? Aunque reconozco que mi mayor motivación fue la de hacer feliz a mis lectoras. Soy muy leído en Marruecos y fueron las mujeres de Tánger quienes me pidieron escribir algo sobre su ciudad. Prometí hacerlo y aquí lo tienen».
En la urbanita sociedad europea, la palabra machismo se ha ido deteriorando, como tantas otras, por un uso abusivo en tertulianos y columnistas, entre «ismos» que acaban por anular el verdadero significado de ese y otro vocablo, por lo general en un marco frívolo, cuando no criminal, pero desdibujado de su esencia: la falocracia, el patriarcado en sociedades que no evolucionan, estancadas en regímenes totalitarios (incluso con apariencia democrática) sobreprotegidos con dogmas religiosos ancestrales. Lo vetusto de las creencias (cristianas, judías, musulmanas, de cualquier índole) viene bien a la acomodada clase dirigente para mantener aplastada a la mayoría, en una manipulación realmente terrorífica. Yasmina Khadra siempre lo ha dejado presente en sus obras. De hecho, su seudónimo (en los 80, para ocultarse de amenazas de muerte) está formado por los nombres de su esposa.
En La deshonra de Sarah Ikker el machismo social también alcanza al protagonista, Driss Ikker, un poli bueno, al margen de la corrupción imperante en el Cuerpo, pero también un cateto en toda regla. Un tipo despreciado por sus compañeros por sus éxitos policiales y su marginación del fraude generalizado, así como también por haberse casado con una hermosa mujer, de familia muy rica, que —ya lo sabemos en las primeras páginas— ha sido violada en su domicilio: una acción que deshonra a la víctima y muchísimo más al marido, en un juego siniestro que se desarrolla en una novela de acción intensa hasta dejarnos impactados con un inesperado final.
«Al cruzar la entrada de la comisaría, Driss tuvo la impresión de estar exhibiéndose como un animal de circo. Cada mirada que se cruzaba con la suya lo dejaba en pelotas. Los agentes rasos se apartaban para dejarlo pasar, otros callaban bruscamente al verlo acercarse. Los escalones le parecían más altos que de costumbre, y los pasillos, interminables. Se sintió aliviado al alcanzar el tercer piso y se apresuró a refugiarse en su despacho».
Enloquece dudando de su mujer. No puede tener relaciones sexuales, pero cuando ella le excita, actúa con la violencia de un violador. Indaga, investiga, husmea… con la sospecha de que ella le oculta algo… Y confiesa a su mejor amigo: «… aquella noche habría preferido encontrarme con mi mujer muerta».
«Estoy totalmente desorientado. No paro de dar bandazos de un extremo a otro. Cuando vuelvo a casa y veo que Sarah no está, me entra un pánico atroz. De inmediato, pienso en lo peor. Si su cuerpo no aparece por ninguna parte, pienso que su madre ha venido para llevársela consigo. Y en ese caso, también su ausencia me agobia y me doy cuenta de que la echo de menos atrozmente. Al rato, regresa de casa de alguna amiga o de dar un paseo y empiezo a reprocharle que esté ahí o rezo para que desaparezca cuanto antes de mi vista».
Ansioso por saber quién fue, Driss descubre circunstancias de aquella noche ciertamente inquietantes, oscuras, complejas…, incluidos aspectos tenebrosos de su propia personalidad.
Cerca del desenlace, escucha a un músico callejero:
Por ti abandoné
Al amor de mi vida
Y te preferí a ti
Antes que a mis queridos hijos.
Por ti he renunciado
A los romances nocturnos
Y he renegado de las alegrías
Más sencillas de la vida.
Una nutrida piara de mocosos se agitaba alrededor del trovador, pero se volvió hacia uno de ellos:
—¿De qué estoy hablando, pequeño?
—De la patria –le contestó el chiquillo sin pestañear.
—No, hijo mío. Hablo de la ambición.
Mi literatura es egoísta en el sentido de que escribo para acceder a la sabiduría. Intento construirme a través de mis personajes, ver la debilidad, la flaqueza, la fragilidad… Escribo para estar seguro de que el mejor territorio de un escritor, que la verdadera misión del ser humano, es acceder a la sabiduría. Muchas personas piensan que el más noble objetivo es la búsqueda de la verdad pero, para mí, el propósito es encontrar el camino que me conduzca a la sabiduría. (De la entrevista publicada en El Cultural en enero 2020)
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Su talento comenzó a expandirse desde París, donde se refugió como militar argelino durante los convulsos slitherio tiempos del enfrentamiento entre el terrorismo de estado y el fundamentalismo musulmán