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Niños colleja (segundo fiestorro bis)

Por Tura Varla

Escritor de Provincias se fue pronto, así que me planteé si marcharme yo también. Total, ya me habían visto por allí el pelo, me había hecho un par de fotos de las que me arrepentiría al verlas en facebook y me había tomado una copa. Dos fiestas seguidas pueden matar a cualquiera.

            Pero esto es la feria del libro de Madrid, señores, tres semanas a muerte y luego a ver estadísticas de ventas, y demás antes de vacaciones. El infierno entre vinos.

            El caso es que me quedé un poco más, a tiempo para que Niño Colleja y Mujer Deslumbrante me asaltaran para intentar colocarme la próxima novela del primero.

            Y aquí omitiré los detalles de la conversación por común y tediosa y comentaré algo mucho más interesante: la cantidad de niños colleja que se terminan dedicando a la novela, Dios Santo.

            Un niño colleja es ese del que todos hemos oído hablar y con el que muchos se han metido: el niño o gordo o raquítico, raro, cuyo sentido del humor no comprende nadie y al que, por lo que sea, todos los demás niños deciden torturar en el colegio. Historiales de eso que ahora se llama bulling, pero que todos sabemos lo que es y a lo que muchos han sobrevivido sin más taras que la literatura. Porque sí, luego esos niños crecen y desarrollan su sentido del humor un tanto negro o particular o morboso, lo combinan con unas grandes dosis de odio y ganas de venganza y ¡op!, sale un novelista.

            Porque novelistas llenos de rencor hacia aquellos niños que lo menospreciaron y hasta le pegaron en la escuela los hay a patadas. Sí señores, es un descubrimiento que he hecho. Ese niño que siempre, para más señas, suele enamorarse de la que evidentemente no le hará ningún caso en el cola (alta, ojos azules, largos bucles pelirrojos), y a la que desea y detesta a partes iguales por su desdén. Ese niño luego crece.

            Y se convierte en el hombre que tenía yo delante en aquella fiesta intentándome vender su novela. No importa que luego sean guapos de mayores (algunos lo logran), o que tengan como en ese caso para siempre un aire resbaladizo semejante al de Al Capone. No importa, todos tienen un factor común: cuando se convierten en un hombre de éxito, se cuelgan del brazo a la tía más buena que puedan encontrar. Y de ahí Mujer Deslumbrante.

            Lo primero que cualquier piensa cuando ve a Mujer Deslumbrante del brazo de Niño Colleja es que esa relación no tiene explicación. Ella mucho más alta que el resto, es una copia enamorada y sumisa de aquella niña que lo rechazó. La pasea por los sitios como quien enseña un trofeo de caza y en el fondo, echaría de menos que ella fuese más inteligente, o incluso que lo despreciase como esa otra niña de la escuela. Y claro, es evidente que a esta la ha captado con sus palabras, sus novelas increíbles llenas de todo ese rencor que las hace ricas y reales, vivas. Que hace que los fracasados que se metían con él en el colegio palidezcan de envidia, que han hecho que una mujer tan espectacular como esta, se le cuelgue del brazo y haga por él cualquier cosa. Mantenerlo, acompañarlo en las promociones, aguantar que se vaya de putas, o los cuernos que todos conocen y que ella tolera. Porque es un hombre, porque es un artista.

            Pues muy bien, lo que Mujer deslumbrante no sabe es que Niño Colleja no la ama. No puede amarla, porque si algo caracteriza a los niños colleja y por extensión a los novelistas, es que aman aquello que no pueden tener. Y a este, mientras me habla de lo magnífica que es su próxima historia, y aprieta contra su costado a la despampanante hembra que lo acompaña, busca con los ojos a Escritora Perfeccionista, la única en toda la fiesta junto conmigo, a la que no impresiona con sus novelas maravillosas. Y se ahoga con el humo y le sudan las manos. Y yo le digo que me mande la novela. ¿Qué le voy a decir?

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