Novela

La novela de tu vida: Ángeles Escudero

Por Ángeles Escudero*

portada-momo_grande

Hablar sin pudor de la novela de mi vida no resulta fácil. Los prejuicios y ese desconcertante deseo de decir siempre y, a toda costa, cosas relevantes (¡qué cansancio!), podrían hacerme caer en la tentación de rebuscar en lecturas posteriores para encontrar una a la altura. No lo haré.

La novela que cambió mi perspectiva de la literatura, y quizás de la vida, fue Momo de Michael Ende.

Pero poco antes, recién salida de un colegio de monjas en el que sólo estudiábamos niñas, aislada en cierta manera del mundo real pero feliz, descubrí que se puede leer por placer. Apiñadas en cualquier esquina, sentadas en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, y abrazadas a nuestras rodillas de adolescentes inquietas, un grupo de amigas leímos con fruición nuestras primeras novelas. Una de nosotras (todas éramos niñas) leía en voz alta a las demás. Arrancando aplausos o suspiros con nuestra entonación, o gesticulando para que ganase en intensidad la narración. No se me ocurre nada más bonito. En aquel tiempo sin móviles y sin televisión a la carta, compramos entre todas, y libro a libro, una trilogía que podría ruborizarme hoy pero que sirvió para inocular en mí el virus de la lectura. La primera entrega, Flores en el ático, la segunda Si no hubiese espinas y la tercera  (prescindible quizás y última) Pétalos al viento. La dramática historia, que nos hacía llorar y escandalizarnos a la vez me abrió las puertas de un mundo sin el que hoy no entiendo la vida. Y si quisiera quedar bien con la lectura de la saga de los Dollangager de V.C. Andrews, podría decir que hoy se clasifica como  “Horror gótico”, aunque entonces ninguna lo supiese.

Pero Momo la leí a solas. Y me subyugó.

Lo poco verosímil de la historia, una niña que aparece de pronto, que pretende quedarse a vivir en un anfiteatro en ruinas, sola, sin familia, sin origen incluso, no me estorbó para comprender la profundidad de su reflexión sobre el tiempo. Por eso Momo me rompió los esquemas mentales.  Porque comencé a intuir el engaño de quienes quieren hacernos creer que hay una sola forma de vivir. Que perder el tiempo es cualquier cosa que no sea productiva, cualquier cosa que no nos reporte un beneficio. De esta forma me hizo ver que se pierde el valor de lo verdadero, de lo auténtico. Por eso Momo es también una reflexión sobre qué es vivir.

Ahora sabemos que necesitamos tener tiempo para querer, para sentir, para ser, sin más. Aunque igual que lo hemos aprendido, lo olvidamos. Olvidamos que la vida es efímera, que se escapa entre los dedos, frágil como la memoria. Y también ahora existen los hombres grises que tanto me perturbaron, también hoy hay ladrones de tiempo: el trabajo, lo que queremos aprender, o las metas que no dejamos de ponernos, nos roban tiempo para abrazar, tiempo para caminar de la mano con los que quieres, para disfrutar de la luz de la mañana o del primer rayo de sol de la primavera. Nos roban un tiempo de felicidad irrecuperable y por eso valioso. Quedamos alienados y a merced de una sociedad que nos enseña que sólo lo material tiene valor (la palabra consumismo, retumba aún en mis oídos de casi niña). Saramago fabularía con la misma idea en su Caverna.

No tenemos tiempo ni espacio en nuestras vidas para perderlo en acciones en apariencia simples, como por ejemplo escuchar a los demás. Momo sabía escuchar, y eso es  ¡tan difícil! Difícil porque para escuchar a los demás hay que olvidarse por un momento de lo que se quiere decir, y esa es una renuncia altruista que no se está dispuesto a hacer tan fácilmente. Además, hay que detenerse y tenemos prisa, mucha prisa. Hemos grabado a fuego en nuestro interior que mientras más deprisa venga la comida en un restaurante, que mientras antes lleguemos o, que mientras antes terminemos, mejor. No se puede estar más equivocado.

Ese querer escuchar, es en lo primero en lo que me identifiqué con esa extraña niña. Quizás porque yo era un patito feo en mi adolescencia, adquirí la habilidad de atraer a los demás haciéndoles entender que me importaba lo que decían y que podían confiarme sus anhelos y preocupaciones. O quizás, simplemente era mi carácter. La amistad no ha dejado nunca de ser un regalo precioso para mí.

Momo tuvo, además, un efecto balsámico. Consiguió hacerme comprender que ser distinta no era malo. Que no ser como la mayoría no es ni mejor ni peor, pero no es un pecado. Aprendí la riqueza de la diversidad, el valor de la tolerancia y de la empatía. No me parecen cosas sin importancia.

Me enseñó también el valor de la imaginación. Pero sobre todo, Momo me hacía pensar,  me obligaba a decidir, prematuramente quizás, sobre qué tipo de persona quería ser, o qué es realmente importante y qué es superfluo. Me inició dubitativamente en la necesidad de plantearme cuestiones y buscar argumentos a favor y en contra. No sé si es casualidad que terminase en la Facultad de Filosofía.

Lo que sí es seguro es que con esta novela, descubrí la emoción que supone el despertar de la conciencia.

* Ángeles Escudero es novelista y poeta. Su próxima novela, Tengo tanto que contarte (en coautoría con Care Santos) verá la luz el próximo 15 de septiembre en Editorial Destino.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *