Del facebook y la literatura: tu vida es basura, entonces, lees.
Por Iago Fernández
@IagoFrnndz
Sólo dos cosas.
1.
Desde que encallamos en el milenio de las telecomunicaciones, donde la customización de la imagen personal es nuestro pan de cada día, cualquiera intenta explicarse públicamente con el retrato de comportamientos abusivos, enrarecidos o delirantes que lo presentan como alguien singular o digno de atención a ojos de los demás. Recuerdo la oleada de fotografías sobre laceraciones en los antebrazos que se puso de moda cuando cursaba el instituto. Por no citar los álbumes antológicos de fricadas que asolan el facebook una tarde post-fiesta. Es lo mejor y lo peor de las redes sociales: la libertad de manipular nuestra imagen pública en función de nuestros deseos. Es decir, la oportunidad de promocionar un alter-ego y procurar que sus analogías con la persona real -nosotros mismos, día a día- sean de lo más verosímiles. Si damos en el clavo, quizá los internautas despabilados se imaginen un aura ligeramente púrpura -que era el color con que los romanos mencionaban la excelencia- nimbando nuestra foto y nos reconozcan por ese concepto (fiestero, atormentado, intrigante, erudito…) al que quisimos reducirnos en imagen. Los internautas espabilados tendrán claro que a un perfil virtual se le debe sumar una cara oscura donde caben todas las disparidades posibles entre un usuario y su alter-ego, es decir, todo aquello por lo que jamás querría ser públicamente reconocido, sus miedos, sus vergüenzas, sus niñerías, en fin, su vida secreta.
Así nada tiene lugar como cosa excepcional en un contexto del tipo. La mayoría espabilada de mi generación acoge la opinión de que las rebuscadas muestras de excepcionalidad vía internet sólo suponen un comportamiento presuntuoso e infantil de alguien muy «girao», en realidad insípido y, por supuesto, falso, que quiere captar la atención a toda costa o granjearse una fama inmerecida. Está visto que, tal y como nos demuestra el facebook, si se cuela un mito en nuestras vidas cotidianas, de a poco lo tomamos por un esperpento. (Después de todo, ¿quien está dispuesto a mitificar a su vecino? El recelo nos aporta la perspicacia suficiente para descreer de todo cuanto diga que lo eleve por encima de nosotros y buscarle las dobleces, que es, a fin de cuentas, lo que yo estoy haciendo ahora.)
2.
Nuestra fe en lo excepcional se preserva en la literatura, ese lugar donde lo cotidiano se vuelve una minucia y nada es lo que parece. Por eso desatiendo a los milenaristas que proclaman la muerte de la poesía o el género novelesco y culpan del regicidio a las nuevas tecnologías: en mi opinión, es hoy cuando nos hallamos hambrientos de la potencialidad elemental de la ficción, que es la de sacarnos la cabeza del hoyo y proyectar un horizonte superior al cotidiano. ¿Quién pone en duda la persecución de Moby Dick por parte del capitán Ahab, o que una magdalena le hiciera a Marcel viajar en el tiempo, o que Ulises Lima y Arturo Belano huyeran en un Impala por las carreteras de México al encuentro de la madre de los real visceralistas, la poeta Cesárea Tinajero? Nadie. Cuando leemos un libro, sabemos que sus personajes no tienen nada que ver con entidades de carne y hueso, porque no hay papel y tinta suficientes con que registrarla en todos sus aspectos. Y en virtud de esa misma carencia, tenemos sus comportamientos por auténticos dentro del terreno que les corresponde, el de la ficción, donde los hombres se muestran de manera selecta, absolutamente escogida, con el fin de recrearse estéticamente para enriquecimiento de nosotros, los lectores. (Sin embargo, cada vez que alguien da muestras de excepcionalidad en el plano de la realidad cotidiana y se peralta con un vídeo o un fotografía como cosa rara…)
La pasión por literaturizar nuestras vidas cuando las hacemos públicas, sobre todo ahora que disponemos de tantas herramientas virtuales para el tema, sólo demuestra la vigencia del trauma quijotesco: la vida cotidiana nos parece un tacho de basuras y, en consecuencia, quisiéramos alterar sus condiciones de posibilidad, barajarnos con los dobles de Amadís de Gaula, El joven Werther o Bukowski, y vivir una quest con la connivencia del ojo ajeno. Pero a la vez nuestra pasión por literaturizar virtualmente la vida nos presenta el mejor, el único de los reconstituyentes para este mal, que es la voracidad lectora, siempre y cuando la consideremos en su justa medida y potenciemos una de sus mejores funciones, la de gestionar un espacio de ficción donde lo excepcional es verosímil. «Fiction is fiction», que diría Nabokov. Ahí, vivir una quest, sí es posible. Vivir la quest rimbaudiana, que es la de ser otro. Otro que, sin duda, es una esquirla de nosotros mismos, pero aumentada con una lente multifocal y afectada por distintas aleaciones narrativas. Otro, que es como decir: lo desconocido. El corazón de las tinieblas.
Quizá la literatura se difunda por otras vías y la novela sufra un proceso de remodelación, no lo sé; pero de algo estoy seguro, y es que si nosotros, los hombres, mostramos los mismos traumas que hace cinco siglos, la buena, la única, la gran literatura todavía contendrá los mismos ingredientes, será tan necesitada como de costumbre lo ha sido y ocupará el mismo fin: acercarnos y alejarnos a un mismo tiempo de la locura de creer en lo excepcional, que no tiene nada que ver ni conmigo ni con vosotros.
En cuanto al facebook: ¿a quién le importa? Antes fue el messenger. Qué vulgaridad.
¿Realmente funciona Facebook como un dispositivo para demostrar la propia (e imaginaria) «excepcionalidad» frente al otro? Es una aserción débil, en tanto se funda en un supuesto también dudoso, pues ¿toda literatura es reductible sin conflicto a la busca de lo excepcional, ligado al universo de su diégesis? Pienso ahora en el Ulises, que da cuenta de los eventos más mundanos que podamos concebir. Y sin dudas pasan muchas cosas excepcionales en cualquier best-seller de turno. Sin embargo, en el primero la excepción aparece en el estilo, la composición, la estructura, los densos juegos literarios y las múltiples dimensiones de la obra.
La idea de «literaturizar la vida» a través de las redes sociales como remedio a la pobreza experiencial no es sino una sombra del bovarismo más ramplón, ese que piensa que la vida es siempre algo intrascendente y más vale evadirse en el Olimpo de la Ficción. Habría que pensar la ficción no como un escape sino como una caída en lo real.
El sentido de Facebook no radica en ser una pura máquina de ficción, sino en la sutil dialéctica que se establece entre lo ficcionado (la subjetividad re-presentada mediante los discursos que el medio nos ofrece) y la visceralidad de lo auténtico, donde se intersectan ambos planos con gracia promiscua. Cualquier perfil es parcial -pues selecciona fragmentos de significado para la expectación ajerna- pero nos remite también a ciertos aspectos muy arraigados en los núcleos empíricos del sujeto. Una vuelta por los muros de nuestros contactos revela que la mayoría no aspira demasiado a elevarse del basamento de su cotidianidad, justamente porque la intrusión de la mirada prefiere lo intrascendente, el detalle nimio que nos da acceso a la vida del otro. No es muy difícil advertir esto en quienes más ingenuamente usan Facebook, esos que actualizan estados donde comentan qué comen o hacen, o suben fotos de sus vivencias cutianas.
Si hay una amenaza hacia la literatura por parte de la nuevas tecnologías, no es porque estas alimentan nuestra necesidad de ficción, sino todo lo contrario: el hambre de realidad como le llama David Shields. Poco importan los estatutos definitivos de real o ficticio en el ámbito digital, donde vienen a imbricarse indisolublemente; importan, en cambio, cómo los nuevos dispositivos técnicos pueden dar cuenta de la realidad con más acierto que la ficción literaria*.
En cuanto a la última frase, comparar a Facebook con el Messenger es, en el mejor de los casos, demostración de haraganería; en el peor, una miopía intelectual.
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*Reproduzco en esa sentencia el pensamiento del propio Shields, bastante discutible pero preciso en la determinación del problema.
En primer lugar, agradezco una tan esmerada respuesta. Intento, ahora, comentarla.
1) «¿Realmente funciona Facebook como un dispositivo para demostrar la propia (e imaginaria) “excepcionalidad” frente al otro?»: por supuesto, esta no es su función intrínseca, ni mucho menos; sólo una consecuencia de la utilización masiva de fb que se aprecia en según qué casos (no es un rasgo paradigmático del grueso de los usuarios, claro).
2)»¿toda literatura es reductible sin conflicto a la busca de lo excepcional, ligado al universo de su diégesis?»: No, claro que no. Ni mucho menos. Sólo apunto uno de los modos en que uno puede aproximarse al prisma literario. No obstante, tengo que definir aquí lo que entiendo por excepcional en literatura. No se trata sólo del mero contenido de la obra, al contrario (y por eso mismo Joyce me parece igualmente excepcional aunque sus contenidos sean «prosaicos»): el contenido aparece siempre vehiculado por los procedimientos literarios, que afectan a lo que se puede decir -revelar, en este caso- excepcional del mismo. Así Marcel, en la Recherche, cuando se lleva a los labios una magdalena, convierte un gesto nimio y cotidiano en una odisea nemotécnica.
3) «La idea de “literaturizar la vida” a través de las redes sociales como remedio a la pobreza experiencial no es sino una sombra del bovarismo más ramplón, ese que piensa que la vida es siempre algo intrascendente y más vale evadirse en el Olimpo de la Ficción. «: Siento decir que así es como concibo yo la vida en relación con la ficción: la segunda excede a la primera. Claro que la literatura también me parece efímera: «Dentro de millones de años, Shakespeare también será olvidado», que decía Bolaño.
4) «Habría que pensar la ficción no como un escape sino como una caída en lo real»: Sí, así es como lo entiendo; pero para mí lo real es lo puramente subjetivo. No tiene nada que ver con la puesta en marcha de una intervención pública. De nuevo matizo: por supuesto que el prisma literario es polisémico y ofrece modos mil de aprovecharse (todos ellos respetables), pero la manera que tengo de recrearme en y vivir mi relación con los libros no tiene nada que ver con la inmersión en una realidad externa al propio individuo. Para mí la literatura es una fuga o un juego de realidad virtual, concepción válida por muy egoísta que pueda parecer.
5) «El sentido de Facebook no radica en ser una pura máquina de ficción, sino en la sutil dialéctica que se establece entre lo ficcionado (la subjetividad re-presentada mediante los discursos que el medio nos ofrece) y la visceralidad de lo auténtico, donde se intersectan ambos planos con gracia promiscua»: estoy de acuerdo. No he hablado del sentido intrínseco o de la función propia del fb, sino de una consecuencia de su masificación, creo.
6) «Una vuelta por los muros de nuestros contactos revela que la mayoría no aspira demasiado a elevarse del basamento de su cotidianidad»: Si vieras a algunos de mis contactos… O incluso a mí en mis peores tiempos…
7) «Si hay una amenaza hacia la literatura por parte de la nuevas tecnologías, no es porque estas alimentan nuestra necesidad de ficción, sino todo lo contrario: el hambre de realidad como le llama David Shields. Poco importan los estatutos definitivos de real o ficticio en el ámbito digital, donde vienen a imbricarse indisolublemente»: Ya he respondido a la cuestión del hambre de realidad o ficción en el apartado 4 de este post. No puedo adecuarme a tu juicio, aunque me parezca respetable y ofrezca otras muchas posibilidades de problematizar la relación entre ambas categorías.
8)»cómo los nuevos dispositivos técnicos pueden dar cuenta de la realidad con más acierto que la ficción literaria»: De nuevo hay que trasladarlo al caso particular: yo tomo la realidad como algo subjetivo, de modo que, en mi caso, tu proposición no se sostiene; la literatura puede profundizar en ella, el fb, sin embargo, no la roza ni de lejos. Si tomamos por realidad una dimensión externa al sujeto o intersubjetiva… eso ya es otro cantar donde no me meto.
Un placer, gracias.
Muy buen consejo. Y mejor si lees la palabra de Dios,para salvar sus almas.
A los hebreos 12:4 …»Hijo mio,no tengas en pongo la disciplina de Jehová,ni desfallezcas cuando seas corregido por él; 6 porque Jehová disciplina a quien ama;de hecho,azota a todo aquel a quien recibe como hijo».
A los hebreos 4:12 Porque la palabra de Dios es viva,y ejerce poder,…