Samanta Villar, una trovadora contemporánea. Crónica previa a la entrevista con la periodista de Conexión Samanta.
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Madrid resulta inmensa; vuelvo a mirar el mapa una segunda vez antes de salir del viejo hostal donde he decidido alojarme por recomendación de mis padres. Ellos también estuvieron en esta misma habitación donde ahora yo extiendo el enorme mapa que he comprado pocas horas antes; el hostal ya no es lo que era, los años no han pasado en balde y el viejo papel que recubre las paredes de la habitación es testigo de ello. Son las once de la mañana, cruzo Puerta del Sol; un continuo ir y venir de gente ocupa la gran explanada que, sin embargo, aparece vacía: en un pasado todavía reciente quedaron las imágenes y el rumor de aquel palpitar popular cuyos ecos de protesta, afortunadamente, todavía no se han apagado. Recorro Calle Mayor hasta llegar a calle Bailén, de allí me dirijo al Puente de Segovia; si las indicaciones del móvil son correctas, no tardaré en llegar a la zona de Vistillas. Llego puntual, todavía diez minutos para repasar mentalmente algunas de las preguntas que tengo que realizar; las formulo en silencio, mientras recorro una vez tras otra la calle. Trató de memorizarlas, siempre lo hago, pero no sé muy bien por qué, al final mis entrevistas terminan siempre por coger imprevistos vericuetos. Pese a haber llegado diez minutos antes, no tengo mucho tiempo para seguir con mi habitual memorización. El claxon de un coche llama mi atención; un taxi acaba de pararse en la esquina de enfrente, mientras un impaciente coche reclama su derecho a paso. En las ciudades, la prisa lo impregna todo. Observo la secuencia: el taxi se aparta ligeramente, dejando vía libre. A los pocos segundos, sale una joven con gafas de sol; tardo en reconocerla. Mi astigmatismo más que incipiente y la ausencia de gafas hacen confusa toda realidad; al acercarse a la acera, reconozco el rostro de Samanta Villar, un rostro conocido, la televisión es así, todo lo convierte en extrañamente familiar.
Han pasado muchos meses desde que escribí por primera vez a la periodista para solicitar una entrevista; no ha sido fácil, el calendario no facilitaba las cosas. Sus reportajes en Conexión Samanta hacían difícil encontrar un momento; me saluda cordialmente y nos dirigimos a la Taberna que está justo detrás. Un café con leche y un té nos acompañan a lo largo de una larga conversación; le propongo hablar, dejar que el móvil registre libremente, luego ya habrá tiempo para editar. Hace tiempo, Samanta Villar dudaba cuando le preguntaban si prefería entrevistar o ser entrevistada, “me gusta conversar”, finalmente contestaba. Por ello, y olvidando mi intento, indudablemente fallido, de memorización, le confieso que no tengo unas preguntas fijas, algunas ideas, algunas cuestiones, pero lo mejor será dejar que la espontaneidad dirija la conversación. Samanta Villar habla con extraordinaria claridad; no duda en el momento de responder, sus afirmaciones son contundentes, el tono de sus palabras manifiesta la seguridad de quien las dice, la seguridad de alguien que no teme expresar su opinión. A lo largo de su trayectoria profesional, la periodista siempre ha mostrado una espontaneidad muchas veces infrecuente en una televisión que tiende a encorsetar; para algunos era un exceso de desparpajo, un aspecto no adecuado para una profesional del periodismo, para otros, sin embargo, era expresión de la honestidad que se requiere en una profesión como la suya. Sin trampa ni cartón, Samanta habla con la misma naturalidad con la que aparece en cada uno de sus reportajes; habla de su trabajo, sobre aquello que motiva cada uno de sus programas. Lejos de la actualidad más apremiante, me dice, entre sorbos de té, que Conexión Samanta es un programa que busca contar historias extraordinarias, mostrar realidades que escapan de nuestra mirada cotidiana; de la búsqueda de estas realidades, han nacido programas dedicados a la transexualidad en menores de edad, al poco visible trabajo de los gigolós, a los jóvenes que no vislumbran un futuro dentro de nuestras fronteras o de la plural convivencia, alejada de los tópicos, en la ciudad de Melilla.
El periodista es un hermeneuta de la realidad, es aquel que lee el presente para convertirse en su narrador; Samanta evoca la imagen de los trovadores, en cierta manera, observa su profesión de periodista como un ejercicio de trovadoresca declamación: como ellos, también la periodista relata historias a quienes no pueden ser testigos de ella. Ya no es necesario ir de pueblo en pueblo, la televisión entra en todas las casas, a través de la pantalla las historias extraordinarias de Samanta Villar abandonan el anonimato para convertirse en relatos colectivos, en realidades colectivamente compartidas. Con sus reportajes, Samanta Villar consigue acercar aquellas realidades que, si bien no lejanas, se esconden de nuestra mirada, de una mirada demasiadas veces teñida de indiferencia. Esta es la labor del periodista, dar luz a aquello que no se ve, a todo aquello que permanece en la penumbra. No es una labor fácil, me comentaba hace tiempo un profesor de Ciencias de la Comunicación; se requiere de profesionales capaces de observar con curiosidad analítica; es necesaria una mirada carente de prejuicios, una mirada que busca comprender e interpretar los hechos sin juicios previos, sin valoraciones morales. El periodista, el trovador rescatado por Samanta, contextualiza los hechos y sus protagonistas con la honestidad de quien no busca convertir su narración en una impostura. La honestidad, la claridad de las opiniones, resultan en ocasiones molestas, pero el periodismo, ya lo dijo aquel, es decir aquello que el poder no quiere que se diga. A lo largo de la conversación, Samanta Villar no se esconde tras la vacua retórica de las palabras; su pasión por el fútbol se hace patente, habla del deporte como de un espectáculo necesario, “no hay que condenar la distracción”, me dice. Y es que Samanta Villar escapa de todo esquema, en cierta manera heterodoxa, con un toque de irreverencia y, sobre todo, con una gran dosis de independencia, la periodista no esquiva ningún tema, desde los productos televisivos de mero entretenimiento, pero de extraordinaria realización técnica, al debate acerca del la gratuita de los contenidos periodísticos. No se casa con nadie, las respuestas de Villar no son simples monosílabos de afirmación o de negación, son reflexiones profundas de quien sabe que nada es blanco y negro, “no hay ni buenos ni males”, en la realidad, como en todo cuadro, los matices son siempre imprescindibles.
El móvil sigue grabando, ha pasado más de una hora; desde la oficina la llamaban, “los días que no hay rodaje es siempre así”, me dice mientras salimos del bar. Son la una pasada, Samanta Villar se despide, el trabajo de periodista es así: tras una paréntesis, la búsqueda de nuevas historias vuelve a dar comienzo. Se aleja, todavía hay muchas realidades y muchos personajes que esperan el objetivo de la cámara de Samanta Villar para escapar del anonimato.
Entrevista a Samanta Villar: «Cada momento tiene sus noticias y la cuestión reside en que hay que dar las noticias importantes, aquellas auténticamente relevantes»
LA ESPONTANEIDAD, EL DESPARPAJO Y LA HONESTIDAD ES LO QUE LE HACE MUY CERCANA AL PUBLICO Y ERA NECESARIO EN EL PERIODISMO SI A TODO ESTO LE UNIMOS QUE SU CARA O SU ROSTRO ES PURA TELEVISIÓN. EL EXITO ESTA GARANTIZADO.