El nihilismo (Nietzsche y Deleuze)
Por Ignacio G. Barbero.
“El hombre prefiere querer la nada a no querer” – Nietzsche
A pesar de que el nihilismo, en tanto que actitud vital que niega la universalidad de los valores, puede remontarse a la escuela cínica de la Antigua Grecia y su ilustre representante Diógenes de Sínope, fue el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) quien expuso, por primera vez, un diagnóstico detallado del mismo, tratándolo y categorizándolo como un fenómeno crónico de la cultura occidental. El análisis que lleva a cabo y que nunca terminó- tal como se puede ver en su escritos póstumos- está presente de manera más o menos sutil en casi toda su obra publicada. Si bien utiliza el término nihilismo de muy diversas maneras, la primera y esencial se enmarca en su feroz crítica de los sistemas morales/filosóficos/religiosos/políticos, que desprecian la vida en función del mantenimiento de valores “superiores” a ella como Dios, el bien, la justicia o “lo verdadero”. Estas entidades abstractas son una ficción humana que oprime y aniquila las posibilidades vitales del hombre. Ahora bien, negar estos sistemas de valores, “matar a Dios”, vaciando así el mundo y la existencia de su significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial, es también una forma de nihilismo, porque de esa negación resulta un “todo vale” que es, sencillamente, otra manera de manifestar que nada tiene valor en sí mismo; nos quedamos a solas con la vida, pero esta es, de nuevo, desvalorizada: nada es verdad, nada está bien, nada tiene sentido. En definitiva, dos nihilismos que en realidad son dos fases de un mismo y constante proceso, el cual está -y ha estado- presente a nivel tanto existencial como filosófico en el mundo occidental.
Gilles Deleuze (1925-1995), uno de los pensadores más revolucionarios del siglo XX, publicó “Nietzsche y la filosofía” en 1962, obra que constituye un profundo estudio sobre la filosofía nietzscheana a la luz de su propio -y en construcción- “sistema” (si es que se puede hablar de tal cosa en Deleuze). Presentamos aquí un fragmento de este escrito en el que expone, con suma precisión y claridad, la noción de nihilismo. Constituye la primera parte de una reflexión que es completada, como no puede ser de otra manera, por dos textos de Nietzsche, donde la violencia de su pensamiento se hace totalmente presente al plantear la crisis nihilista de valores y la consiguiente necesidad de superación de esa “voluntad de la nada” que el ser humano pone en práctica sin cesar. El momento emancipador y transformador, “ese toque de campana del mediodía”, aún está por llegar. Por ello, tomen las siguientes palabras con el cuidado que exigen; nos enfrentamos a nuestra propia y más íntima realidad:
1)“En la palabra nihilismo, nihil no significa el no-ser, sino en primer lugar un valor de nada. La vida toma un valor de nada siempre que se la niega, se la deprecia. La depreciación supone siempre una ficción: se falsea y se deprecia por ficción, se opone algo a la vida por ficción. La vida entera se convierte entonces en irreal, es representada como apariencia, toma en su conjunto un valor de nada. La idea de otro mundo, de un mundo suprasensible, con todas sus formas (Dios, la esencia, el bien, lo verdadero), la idea de valores superiores a la vida, no es un ejemplo entre otros, sino el elemento constitutivo de cualquier ficción. Los valores superiores a la vida no se separan de su efecto: la depreciación de la vida, la negación de este mundo. Y si no se separan de este efecto es porque tienen por principio una voluntad de negar, de depreciar. No vayamos a creer que los valores superiores forman un recinto en el que la voluntad se detiene, como si, frente a lo divino, estuviésemos liberados de la obligación de querer. La voluntad no se niega en los valores superiores, sino que los valores superiores se relacionan con una voluntad de negar, de aniquilar la vida. “La nada como voluntad”: este concepto de Schopenhauer es sólo un síntoma; significa en primer lugar una voluntad de la nada…”Pero es lo de menos, y sigue siendo siempre una voluntad” (Nietzsche, Genealogía de la Moral, III). Nihil en nihilismo significa la negación como cualidad de la voluntad de poder. En su primer sentido y en su fundamento, nihilismo significa pues: valor de la nada tomado por la vida, ficción de los valores superiores que le dan este valor de la nada, voluntad de la nada expresada en estos valores superiores.
El nihilismo tiene un segundo sentido, más corriente. Ya no significa una voluntad, sino una reacción. Se reacciona contra el mundo suprasensible, se le niega toda validez. Ya no hay desvalorización de la vida en nombre de valores superiores, sino desvalorización de los propios valores superiores. Desvalorización ya no significa valor de la nada tomado por la vida, sino la nada de los valores, de los valores superiores. La gran noticia se propaga; no hay nada que ver detrás del telón, “los signos distintivos que han sido dados de la verdadera esencia de las cosas son los signos característicos del no-ser, de la nada” (Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, “La razón en la filosofía”, 6.). De esta forma, el nihilista niega a Dios, al bien e incluso a lo verdadero, a todas las formas de lo suprasensible. Nada es verdad, nada está bien, Dios ha muerto. La nada como voluntad no es sólo un síntoma para una voluntad de la nada, sino, en el límite, una negación de cualquier voluntad, una taedium vitae. Ya no hay voluntad del hombre ni de la tierra. “Por todas partes nieve, aquí la vida es muda; las últimas cornejas cuya voz se deja oír chillan: ¿para qué? ¡es inútil! ¡nada! ¡ya nada sube y crece aquí” (Nietzsche, Genealogía de la Moral, III). Este segundo sentido se había conservado familiar, pero sería incomprensible si no se viera cómo se desprende y supone el primero. Hace un momento se despreciaba la vida desde la altura de los valores superiores, se la negaba en nombre de estos valores. Aquí, al contrario, se permanece sólo con la vida, pero se trata todavía de la vida despreciada, que se desliza ahora en un mundo sin valores, desprovisto de sentido y de finalidad, rodando cada vez más lejos hacia su propia nada. Hace un momento, se oponía la esencia a la apariencia. Ahora, se niega la esencia, pero se conserva la apariencia. El primer sentido del nihilismo hallaba su principio en la voluntad de negar como voluntad de poder. El segundo sentido, “pesimismo de la debilidad”, halla su principio simplemente en la vida reactiva, en las fuerzas reactivas reducidas a sí mismas. El primer sentido es nihilismo negativo; el segundo, un nihilismo reactivo.”
2) “¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: “¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!”. Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? – Así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora” Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo son ellos los que lo han cometido”(La Gaya Ciencia, 125).
“Tiene que venir a nosotros el hombre redentor, el hombre del gran amor y el gran desprecio, el espíritu creador (…) Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer de éste, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo; ese toque de campana del mediodía y de la gran decisión, que de nuevo liberará la voluntad, que devolverá su meta a la tierra y su esperanza al hombre; ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada– alguna vez tiene que llegar…”(La Genealogía de la Moral, L.I).