La novela de tu vida: Fernando Alcalá
Por Fernando Alcalá
Hay veces en que los astros se conjuran para que tú leas un libro. No sabes cómo pero todos los indicios, todas las pistas y caminos te llevan a él y, de pronto, ahí estás tú en la librería con la novela entre los brazos a punto de pagarla, sabiendo que no podías hacer otra cosa sino comprarla y llevártela a casa.
Sin embargo, hay ocasiones en las que sucede todo lo contrario y parece que la novela no va a llegar nunca a tus manos.
Soy Fernando Alcalá, a veces escribo y la novela de mi vida se resistió a ocupar mi estantería.
Tenía yo dieciséis años y, por tradición familiar, mi abuela siempre nos regalaba un libro a cada nieto por navidades. Yo ya le había echado el ojo a una, la había visto en varios catálogos y revistas y me moría por hincarle el diente; pero era demasiado cara para mi maltrecha economía de adolescente que, por aquella época, entre cines, amigos, ropa y demás distracciones ya estaba en números rojos incluso antes de ocupar mi cartera.
Así que en mi carta a los reyes magos puse el título, la editorial, la autora, el precio e incluso la librería donde podían encontrarla no fuera que sus majestades no prestaran atención a los detalles y mi novela se perdiera por el camino; pero no debí de ser lo suficientemente explícito porque cuando llegó el día, mi novela no apareció entre el resto de regalos.
Al principio no me atreví pero me armé de valor y cuando el resto de primos ya estaba disfrutando de sus juguetes y no me prestaban atención (es lo que ocurre cuando eres el nieto mayor, que tú sabes quiénes compran los regalos y el resto no y hay que andarse con cuidado) le pregunté a mi abuela por la novela con la esperanza de que se le hubiera olvidado sacarla de su escondite. La respuesta de mi abuela fue tajante: «Esa novela era demasiado gorda para ti».
A mis dieciséis años yo ya había sentido lo que era la indignación pero jamás la había sentido con tal calibre. Fue tanta la indignación que sentí que me palpé la cartera en el bolsillo, comprobé que, efectivamente, estaba en números rojos y me propuse que, fuera como fuera, le demostraría a mi abuela y, ya puestos, al mundo entero que no había libro que se me resistiese.
Tardé tres meses en ahorrar (qué le vamos a hacer, las distracciones continuaban. Yo no tenía la culpa de tener dieciséis años) pero el veintiséis de marzo del año noventa y siete, a la salida de clase, por fin pude ir a la librería y pagarla peseta a peseta. Literalmente, porque había una gran cantidad de monedas fruto de mi abstinencia de bocatas en el recreo.
Y al llegar a casa, la comencé. Desde ese momento, supe que iba a pasar momentos mágicos.
No me equivoqué. Han pasado muchos años pero, sin lugar a dudas, esa novela de título Olvidado rey Gudú escrita por Ana María Matute, por muchos motivos, puede considerarse la novela de mi vida.
Tardé varios meses en terminármela. Concretamente la terminé el siete de agosto del mismo año (lo sé porque apunté la fecha en la última página) y tuve que contener el aliento porque jamás me hubiera imaginado que el final fuera tan perfecto, tan redondo. Confieso que lo he releído un sinfín de veces.
También torcí un poco el gesto porque, aunque hubiera llegado al final, tenía la sensación de que me había quedado corto. Que sí, que había entendido la historia, que había comprendido lo que Ana María quería contarme, que sus personajes eran los mismos personajes de los que había estado leyendo desde que leía los cuentos de Grimm y Andersen; pero sentía que había algo más. Estaba seguro de que me había quedado en la superficie.
Así que la volví a leer en el 2001. Una vez más en el 2007, cuando cumplió su décimo aniversario. Y la volví a leer el año pasado.
Cada vez que he abierto sus páginas, he descubierto nuevos matices, he sentido que me sumergía mucho más profundamente en sus letras y que comprendía mucho mejor cada una de esas palabras. Aunque, lo más importante, todas y cada una de las veces que la he leído, he sentido que esas palabras estaban escritas para mí, como si Ana María Matute me hubiera conocido sin conocerme y hubiera sabido con exactitud cuáles eran mis mayores miedos y pasiones.
Es curioso, pero tengo la sensación de que la próxima vez que la lea, seguiré descubriendo ideas nuevas, me atraerán cosas diferentes, volveré a sentir que es la primera vez que la leo. Y es que siento que esta novela está viva, que puede que no ensanche pero gana en profundidad cada vez que me acerco a sus páginas.
Así que, claro, si mi abuela ahora mismo me estuviera viendo, tendría que rendirse a la evidencia, porque puede que la novela fuera demasiado gorda pero a una novela que crece contigo no le queda más remedio que ser la novela de tu vida.
* Fernando Alcalá es profesor y escritor. Su última novela publicada es Tormenta de verano (Edelvives).