Cuentos de horror, de Horacio Quiroga
Por Ana Blé
Cuentos de horror, Horacio Quiroga. Ilustraciones de Alejandro Santos.
Editorial Traspiés, 2013. 93 páginas. 16,80 euros.
La vida de Horacio Quiroga (Salto, 1878 – Buenos Aires, 1937) estuvo marcada por la muerte y por la desgracia. Cuando todavía no había cumplido los tres meses, su padre murió al disparársele una escopeta de manera fortuita. Años más tarde, Quiroga encontró el cadáver del segundo marido de su madre, que decidió pegarse un tiro después de haberse quedado inválido. Con apenas veinte años, se vio en la situación de tener que acompañar a su mejor amigo a batirse en un duelo; mientras manipulaba el arma para ponérsela a punto, se le escapó un tiro y lo mató por accidente. Desolado, lo dejó todo y se marchó a Buenos Aires. Después de un tiempo, se casó con una mujer que no fue capaz de adaptarse a las duras condiciones de la vida en la selva, adonde se habían trasladado después de la boda, y que terminó suicidándose dejando dos niños pequeños. Quiroga regresó a la ciudad con sus hijos, y años más tarde volvió a casarse; la familia se trasladó de nuevo a la selva, pero su segunda mujer tampoco se adaptó a la vida salvaje, y acabó por abandonarlo llevándose con ella a la hija que habían tenido en común. La salud del escritor se deterioró hasta que fue ingresado en un hospital, y cuando supo que padecía cáncer de próstata, decidió quitarse la vida con cianuro. La tragedia fue más allá de su muerte cuando Leopoldo Lugones, gran amigo de Quiroga, se suicidó un año después. Y el mismo camino siguieron más tarde los hijos que tuvo en su primer matrimonio.
Después de este resumen de fatalidades, puede entenderse por qué la muerte tuvo tanto protagonismo en la obra de Horacio Quiroga, aunque la breve introducción biográfica que se ofrece al principio del libro nos da la oportunidad de conocer un poco más a este grandísimo escritor uruguayo, capaz de ponernos los pelos de punta en el transcurso de un solo párrafo.
Discípulo de Edgar Allan Poe en sus primeros escritos, más tarde pasó de narrar lo insólito dentro del mundo de los fantasmas a hacerlo dentro del universo de lo cotidiano. Se dice de él que introdujo un nuevo territorio en las letras hispánicas, un lugar donde podían convivir al mismo tiempo lo real y lo fantástico, por eso se le considera precursor del realismo mágico y padre del cuento moderno latinoamericano.
Sus relatos son breves, intensos; como decía él: “flechas que dan en el blanco”, y que te dejan sin aliento. En las pocas páginas que duran sus historias, vamos pasando a velocidad de vértigo por la inquietud que suscita el desconocimiento, la angustia que genera el mal presagio y el horror con que golpea la certeza.
Las tenebrosas ilustraciones de Alejandro Santos están a la altura de la atmósfera que emanan estos cuentos de Quiroga, potenciándola aún más si cabe, y la primera muestra es la imagen de portada, donde hay una persona sentada al borde de un precipicio.
Los ocho títulos seleccionados por la editorial Traspiés para esta antología son El almohadón de plumas, La gallina degollada, La miel silvestre, A la deriva, El hombre muerto, El hijo, El desierto y El infierno artificial. Algunas de las frases que provocan escalofríos: “El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte”, “Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto”, “-¡No entres! ¡No entres!”.