Sergio Peris-Mencheta: «Les propuse quedar para jugar a ‘La Tempestad'»
Por Meritxell Álvarez Mongay
Me gustaría poder escribir que el cielo anunciaba tormenta cuando, hace unos días, me entrevisté con Sergio Peris-Mencheta. Pero no había rayos, ni truenos, ni olas de treinta metros. Como mucho, el oleaje provocado por una manguera del ayuntamiento, que amenazaba con remojar a todo aquel grumete, contramaestre o capitán que, a eso de media mañana, en la Plaza de la Cruz Verde se amarrara. Un guía turístico contaba que es en este pequeño escenario donde los herejes impenitentes eran condenados por la Inquisición, antes de que el espectáculo se trasladara a la Plaza Mayor. Me coloqué debajo de un foco, buscando en vano algo de calor, sin recordar que el sol lleva unos días sin funcionar. Algo le debe de pasar… Será que, de tanto brillar en verano, empieza a sentirse cansado llegados a esta época del año. ¡Si hasta él mismo tiene fresco cuando se levanta algo de viento!, y se arropa, todo trémulo, con el primer manto esponjoso que encuentra por el cielo.
En esas estaba el tiempo cuando, por la calle de la Villa, apareció corriendo el hombre que, cada noche, juega con la compañía Barco Pirata a provocar una Tempestad en el Matadero, donde REinterpreta a Shakespeare hasta el 20 de enero.
“Decía Artaud que el teatro clásico hay que REinterpretarlo”. Y Sergio Peris-Mencheta parece estar de acuerdo con él. “Creo que a los clásicos hay que REvolcarlos, REbozarlos y descuajeringarlos un poco.” Lo justo para acercar una trama del siglo XVII a un público del XXI. “Cuando me siento en la butaca de un teatro y escucho Calderón… ¡son marcianos hablando en verso para mí! No digo que no haya que hacer Calderón…” No. Pero, de tener que llevar La vida es sueño a un escenario, este director lo haría rapeando. “Porque creo que el octosílabo de entonces es el rap de hoy.” Y otro tanto para las obras del Bardo. “Shakespeare no está escrito en una alcoba a la luz de una vela: está escrito en escena, para ser dicho, y para ser dicho en su época. Ahora hay que traerlo a nuestros días, porque si voy a ver un Shakespeare y me encuentro a los actores con cuello de lechuguilla, no conecta conmigo y, automáticamente, me aburro.” Y el aburrimiento, con Peris-Mancheta, no está permitido.
“Nuestra Tempestad es una Tempestad hecha para pasárnoslo bien y para jugar –comentaba el director, sentado en un banco y sin quitarse las gafas de sol–. La Tempestad, y en general todas las comedias de Shakespeare, se presta a ello: es muy poco apolínea, no hay una estructura rígida y es lo suficientemente abierta como para poder imaginar.” Imaginar que un ventilador y tres cubiletes de agua hacen naufragar a un séquito real, y que un jardín de arena y una proyección audiovisual es la isla paradisíaca donde van a parar los más de 20 personajes que ocho músicos-actores –Víctor Duplá, Quique Fernández, Antonio Galeano, Pepe Lorente, Xavier Murúa, Agustín Sasián, Eduardo Ruiz y Javier Tolosa– tienen que representar. “Nos hemos planteado hacer una pieza muy metateatral, con los cambios a vista para enseñarle todas las transformaciones al espectador, porque ésta es una historia que habla de la transformación.” De cómo Javier Tolosa tan pronto es el rey de Nápoles como un esclavo salvaje, al igual que Quique Fernández, a quien le bastan un postizo y el acento argentino para hacer de Gonzalo y Miranda personajes distintos. “En este sentido, es una obra que está muy de moda, porque ahora toca transformarse, dejar de estar cómodo y buscar nuevas soluciones”, sentenciaba Sergio Peris-Mencheta, estrechándose los brazos con fuerza.
Fue el entonces fundador del Festival Shakespeare de España –cuando todavía se celebraba en Santa Susana– quien le propuso a nuestro Próspero abrir un libro de magia. “Como no hay mucha pasta –le planteó Paco Azorín–, ¿qué tal si adaptas un Shakespeare con cinco actores para la próxima edición?” Pero había tan poca pasta que no hubo próxima edición, y Sergio guardó su Tempestad en un cajón. Hasta que el año pasado, cuando seis mujeres protagonizaron Incrementum, Xavier Murúa, medio en broma medio en serio, expuso sus quejas al director: “Oye, la próxima sólo de hombre, para que yo también pueda actuar, ¿no?”
Se acercaba un aguacero. Aunque continuaran sin dinero, había llegado el momento de REcuperar aquel texto. “En lugar de quedar para jugar a las cartas o al póker –continúa el consumado jugador– les propuse quedar para jugar a La Tempestad.” Un juego que empezó con talleres de clown, de acuarelas, arcilla y percusión, antes de, texto en mano, meterse de lleno en los ensayos. “¡Aquello era como una guardería! –recuerda– Un día vino a vernos Rosana Torres, estábamos en bragas, pero le encantó y sacó un artículo en El País; y otro vino Natalia Menéndez y nos programó en Almagro.” Y del Festival de Almagro al de Olmedo, al de Cáceres, al Fringe y… al Matadero por fin. “En los tiempos que corren, me parece un logro haber llegado aquí sin caras conocidas.” Y sin financiación. “Hemos puesto dinero Xavi Murúa y yo.” El resto… “A golpe de corazón.”
Lo tenía más fácil Shakespeare en 1613, cuando regaló a la princesa Isabel esta puesta en escena para celebrar su boda con el príncipe Frederick de Heidelberg. Y no podía ser menos, teniendo en cuenta que su padre, Jacobo I, era el mecenas de The King’s Men. ¡Quién tuviera en España un rey que, en lugar de a los elefantes, fuera aficionado al teatro! Aunque Sergio Peris-Mencheta se conforma con “una ley de mecenazgo que compense los 13 puntos de IVA. Gracias a la iniciativa privada es como han salido adelante grandes compañías en Europa –y menciona a Peter Brook y al Bouffes du Nord, un teatro abandonado donde su centro de investigación teatral se instaló gracias al apoyo de una sponsor–. Seguramente hay mucha gente que invertiría en cultura si le resultara más rentable… Además, las subvenciones malacostumbran a los espectadores y a los actores. No digo que no sean necesarias; pero, sólo de ellas, no viven los creadores.”
En Barco Pirata no cuentan ni con el Estado ni con reyes ni con Rockefellers. Como mucho, con el patrocinio de buenos amigos. “Ya no vale un autobús con una pancarta dando vueltas por la ciudad para promocionar Tempestad, y me planteé cómo nos podíamos publicitar teniendo en cuenta que no somos ni Miguel Ángel Silvestre ni Mario Casas”, decía como si al Capitán Trueno nunca antes se le hubiera visto en pantalla. Y, tras unos cuantos wasaps, tenía vídeos de Javier Bardem –que había jugado al rugby en el mismo instituto francés que él–, de Juan Diego Botto –a quien dirigió en el Matadero hace poco– de Víctor Clavija –con quien almorzó en 18 comidas–… y hasta de Helen Mirren –a quien el actor conoció interpretando a un boxeador– recomendándonos que, por Navidad, regalemos Tempestad. “Se han movido todos con un cariño que yo no me esperaba, hasta el punto de que los vídeos han cogido casi más protagonismo que la obra”, comentaba agradecido mientras seguía abrazándose a sí mismo. Y no por egolatría; ahora pienso que, a lo mejor, aquella mañana tuviera frío y no osara decírmelo. Salió de casa sin abrigo, quizá pensando que entraríamos a charlar en El Monaguillo. Pero hasta pasada la una del mediodía, el café no abriría, y yo, bien enfundada en una bufanda, le propondría de quedarnos a merced del viento, en la plaza, consciente, no obstante, de que el sitio ideal para esta entrevista hubiera sido una isla.
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“Una isla por descubrir, de esas que se `pierden en los mapas…, porque estoy seguro de que todavía quedan territorios inexplorados, lugares recónditos en el Amazonas donde aflora la esencia de la Madre Tierra.” Una isla sin habitantes. Como mucho, ninfas y espíritus juerguistas que cantan a ritmo de ukelele y maracas. “Tengo dos vicios cuando viajo: uno es buscar tiendas de juego, y el otro, de instrumentos musicales –confesaba el director, acto previo de declararse músico inepto–. Me encantaría saber tocar la guitarra, que me apasiona, o el saxo, pero no he tenido la paciencia de aprender ni la tendré.”
Acepta sus limitaciones y se conforma con hacer acopio de “instrumentos raros”. “Cada vez que voy a Paris, me acerco a comprarlos al barrio del Châteaurouge”. Y, si no, se aprovisiona de tambores, kalimbas, boles tibetanos y waterphones por Internet. “Los instrumentos de viento los compro en Estados Unidos –revelaba un enamorado de la cultura aborigen norteamericana–. Allí hay un tipo, Odell Borg, que fabrica unas flautas amerindias maravillosas, muy fáciles de tocar. De hecho, es el único instrumento que sé tocar”, admitía quien ha renunciado a parte del público para dejar espacio a los músicos. “En todas las obras que me planteo, siempre hay música en directo.”
Y en el caso de Tempestad, también incienso. “A mí me gusta pensar que huele a palosanto… Primero intentamos que oliera a mar, pero olía a pescado podrido…” Y, por mucho que el padre de Cáliban fuera un demonio marino, oler a merluza durante una hora cuarenta y cinco, era excesivo. “Hay cosas que no se pueden hacer en un teatro, aunque nos hubiera gustado… Nos ha costado mucho, por ejemplo, poder encender un fuego y fumar en el escenario con cigarrillos de herbolario, y nos fue imposible sentar al público en la arena como en un principio habíamos previsto.” Se han tenido que adaptar a las normas de seguridad, y ésta es la razón por la cual el espectador se ha quedado sin una degustación de frutas de la pasión antes de la función. Ahora bien, si se coge sitio en primera fila, es muy probable que Ariel comparta contigo sus palomitas.
Y sabed que, en algún lugar de la platea, también estará, entre la audiencia, Sergio Peris-Mencheta, “Como director, soy muy pesado, y voy todos los días a ver la obra después de estrenar la función.” En Un trozo invisible de este mundo, asegura que sólo faltó tres veces a la representación. “Dos de ellos porque estaba malito, y uno por prescripción facultativa de mi pareja… Con Tempestad ya le he prometido que me tomaría unas vacaciones mínimas de Navidad.” Así que… ¡aprovechad, actores, estas fechas de relax! Porque cuando vuestro capitán vuelva, quizá le ha dado la vuelta a toda la comedia, y, aparte del de Gonzalo, el monólogo final de Próspero también se ha recortado.
“Cada día el público es distinto, la energía es distinta y yo les propongo a cada uno de los actores juegos distintos. Por eso, a mí me parece que el trabajo del director no termina con la primera, sino con la última función”. Sobra decir que Sergio aborrece los estrenos, y no sólo por una cuestión de nervios. “A los estrenos siempre viene la gente que debería venir cuando la obra ya está más rodada… Parece que ese día te pongan frente a un resultado y tengas que estar a la altura de algo.” Y así no hay quien se divierta jugando al teatro.
Quizá por eso, nos cuenta que hace rato que no disfruta actuando. “Aunque ahora me voy a dar de nuevo una oportunidad.” Será en el Teatro Circo de Murcia, donde ha quedado para jugar a Julio César con Mario Gas. Él será Marco Antonio –ya se lo decía su numerólogo, que no cesaría de interpretar a líderes históricos…–, y el ex director del Español, el primer Emperador. Paco Azorín, en la dirección. La obra se estrenará el 23 de mayo, pero ir en pelotón a la premier, tampoco es necesario.
De nuevo, me gustaría poder escribir que unos nubarrones negros, armados con rayos y truenos, se aliaron con el viento para hacer naufragar al sol en el cielo. Pero éste continuaba arropado entre algodones blancos, esperando que abriera El Monaguillo para tomarse el aperitivo, y viendo cómo Sergio Peris-Mencheta se marchaba corriendo por la misma calle que había aparecido. Un taxi amarrado en el portal de su casa le esperaba… A Radio Nacional, creo que se lo llevaba, por unas carreteras que… sí, me hubiese gustado que estuvieran anegadas y que desembocaran en una isla repleta de Cáligans y bananas. Para dar ambiente a la entrevista, más que nada.
Pero yo no soy el legítimo duque de Milán, ni un director de teatro para hacer magia sobre un escenario. Soy un espíritu más que se deja hechizar cuando se desata la Tempestad.