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La sudestada sabatina. Cinco cartas del escritor Ernesto Sábato

Por Andrés Expósito

La resistencia, Ernesto SábatoNo somos la misma persona cuando empezamos un libro, que al final, cuando lo  acabamos, algo ha permutado en quién ha trazado dicho recorrido.  La resistencia, cinco cartas del escritor Ernesto Sábato a sus lectores, donde la necesidad de reordenar  valores y conductas y excavar en el  concepto de humanidad, alcanzan el epicentro donde gira dicha obra, golpea como la sudestada empujando y forzando el Río de La Plata, en Argentina, sobre la costa, acompañada de fuertes lluvias hasta acabar por dejar un desconocido y removido paisaje, en quienes somos capaces de adentrarnos en sus palabras. 

Todas las páginas del libro nos empapan y empujan, quedamos resfriados de un extraño y confortable proceso gripal, donde la reiteración por nuestra parte por revolver nuevamente lo  leído, desentrañar y estrujar cada frase o palabra, agrava aún más ese estado, y quedamos noqueados temporalmente, sugestionados, abducidos por sus palabras, como sí en esos plausibles y pausados instantes, él, anciano, tras su característico mostacho, recortado para el momento, y sus gafas de profesor de instituto, vertiera de manera presencial el contenido y la sapiencia de sus reflexiones y alegatos.  Y en esa tremenda y desgarradora sacudida, bajo un inquieto y desnudo pensamiento, pareciera ha azotado a quién degusta las palabras leídas, y ese efecto producido por las cinco cartas del escritor argentino, que arrasa todo lo presente y transforma el paisaje, convierte nociones conocidas en nuevos aleteos de una recién nacida mariposa que parece, propondrá nuevos júbilos y esperanzas.  Nos recuerda que en el vértigo no se dan frutos ni se florece, que lo propio del vértigo es el miedo, y ahí, no hay lugar para la libertad, ni para reconocer al otro, y nos dice como una sutil declaración que cree en los cafés y en el diálogo.  Durante la lectura, en esa sudestada sabatina, navegamos embarcados por ese hilo reflexivo que nos acercará hasta el vértigo de la humanidad, hacía la zozobra de la libertad, y nos explicará porque no es la crisis del sistema capitalista, sino la crisis de la concepción y de la vida basada en la idolatría de la técnica y la explotación del hombre, y nos advertirá que “persona” quiere decir máscara, y que cada uno de nosotros tiene muchas, y nos revelará en muchos de sus pronunciamientos que al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos, y en un futuro a lo mejor no seamos capaces de divisar la luz que nos oriente. 

El autor de El túnel, Sobre héroes y tumbas o Abaddón el exterminador, traza una vez más la rutina a la que nos tiene acostumbrado, el desmembramiento de las sensaciones, de los deseos, de los sentimientos, de las pasiones, la agitación de los conceptos a los que vivíamos acostumbrados, la globalización, la masificación, la ceguera, todo con la única pretensión de que reflexiones, de que nos detengamos en sus creencias, en el café y el diálogo, y que las practiquemos.

 Si cambia la mentalidad del hombre, el peligro que vivimos es paradójicamente una esperanza.  Podremos recuperar esta casa que nos fue míticamente entregada.  La historia siempre es novedosa.  Por eso, a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de las gestas cotidianas.                                                                                                                                               

El paisaje ha quedado mutado, transfigurado y raro, como la violenta sudestada que acosa al Río de La Plata, pero a diferencia de la misma, La resistencia reconforta.  La sudestada sabatina no solo ha azorado los sentidos, ha golpeado de tal manera la cotidiana modorra en que residían, que ahora parecen recobrar la vida, desenredar la madeja que parece envolverlo todo.                                                                 

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